Juan José Cortés en el abismo
Cuesta imaginar que la misma persona que recorrió medio mundo y todos los platós de televisión con la sorprendente entereza de un padre destruido pueda ser la misma que, tres años más tarde, se ve involucrada en una reyerta con arma de fuego. Juan José Cortés deslumbró con su verbo y su contención a favor del endurecimiento de las penas para los pederastas, con su apuesta en todo caso por la justicia renunciando a la venganza. Es verdad que se hizo enemigos. Primero coqueteó con el PSOE, después con UPyD y, finalmente, con el PP, partido en el que figura como asesor de justicia y al que, sin embargo, no se afilió. Y verdad es también que sus propuestas —condena perpetua revisable para los pederastas— son más que discutibles, pero su causa despertó multitud de simpatías y adhesiones y Cortés se ganó, sobre todo, un respeto inevitable. No solo encarnaba el digno dolor de un padre devastado. Ponía el dedo en la herida social de una justicia que debía haber tenido preso al verdugo de su hija Mariluz cuando sucedieron los hechos a principios de 2008.
Inevitable será ahora el juicio paralelo a Juan José Cortés, detenido y puesto en libertad con cargos por lesiones, amenazas y daños. De la reyerta familiar en la que se vio implicado la madrugada del pasado miércoles en su barrio de Torrejón, en Huelva, salió una persona herida —un tío de Cortés— por un disparo en la cabeza que no le produjo, sin embargo, más que heridas leves. Cuatro miembros de la familia, además del propio Cortés, fueron detenidos por el mismo altercado, del que no han trascendido más detalles. Sus declaraciones ante el juez arrojarán algo de luz a lo ocurrido, pero, mientras tanto, hay una evidencia: aun cuando Cortés quede libre de culpa, su imagen queda dañada para siempre.Pastor evangelista y líder social que se ha ganado la autoridad en su entorno, Juan José Cortés se ha forjado una imagen de ciudadano cabal. De haber nacido en otro siglo, habría sido un indiscutido juez de paz, aquel que evitaba pleitos y desencuentros entre vecinos con sus justos veredictos. Ahora él y todos los que en él creían se asoman al abismo de la sospecha y la frustración de un mito malogrado.
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