Ir al contenido
_
_
_
_

Yihad Issa Halawani ante las ruinas de su casa en Jerusalén Este: “Nadie imagina el dolor que supuso derribarla con mis propias manos”

Las demoliciones de viviendas palestinas en la ciudad y en Cisjordania se han disparado desde que comenzó la guerra en Gaza y también el número de familias que echan abajo ellas mismas sus hogares para evitar costosas multas

Yihad Issa Halawani guerra en Gaza
Beatriz Lecumberri

Yihad Issa Halawani contempla en silencio su casa reducida a una enorme montaña de escombros. Tal vez por la fuerza de la costumbre o por una necesidad casi cruel de constatar el desastre, este conductor de taxi palestino viene cada día, desde el 29 de julio, al número 17 de la calle Ramadán, en el barrio de Beit Hanina de Jerusalén Este. Fue su hogar durante 25 años, hasta que se vio obligado a echarlo abajo por orden israelí.

“Hemos luchado durante años para poder quedarnos, pero al final estábamos acorralados. O la demolían ellos y teníamos que pagar una enorme multa por el coste que suponía desplazar a las excavadoras hasta aquí, o la demolía yo mismo, pagando mucho menos”, explica este padre de familia de 57 años.

Halawani no es un caso aislado. Organizaciones de derechos humanos alertan de que, mientras la atención mundial se concentra en la franja de Gaza, el número de demoliciones en Cisjordania y Jerusalén Este se ha disparado. Las autoridades israelíes, que ocupan desde 1967 esta parte de la ciudad, anexionada años después, argumentan que se trata de construcciones que no tienen permiso oficial y son, por tanto, ilegales.

En 2024, la ONG Ir Amim, que investiga y denuncia este tipo de abusos en la ciudad, contó un total de 255 estructuras palestinas, desde garajes o terrazas hasta viviendas, derribadas en Jerusalén Este, una cifra récord. De ese total, 181 eran casas y 91 de ellas fueron demolidas por sus propios dueños para evitar las multas, un fenómeno menos conocido que ha aumentado desde 2019 con la aprobación de una nueva ley. “El cambio en las normas impone multas elevadas a las familias que no demuelen sus viviendas, lo que las presiona para que lo hagan”, explica a este diario Aviv Tatarsky, miembro de la ONG.

El cambio en las normas impone multas elevadas a las familias que no demuelen sus viviendas, lo que las presiona para que lo hagan
Aviv Tatarsky, Ir Amim

Halawani nació en la Ciudad Vieja de Jerusalén y compró esta tierra en Beit Hanina con su hermano, con la ilusión de construir una casa familiar. Comenzaron a edificar en el año 2000 sin solicitar un permiso a Israel porque sabían la respuesta de antemano. Las autoridades municipales de Jerusalén diseñan y aprueban numerosos planes urbanísticos para asentamientos israelíes de la ciudad, mientras que reprimen al máximo los proyectos iniciados por palestinos, lo que hace que personas como Halawani construyan sin autorización en tierras de su propiedad, arriesgándose a una futura demolición. Según la ONG israelí Peace Now, desde 1967 en Jerusalén Este, las autoridades han comenzado la construcción de 57.000 casas para israelíes y tan solo 600 para palestinos. Además, Ir Amim calcula que un 35% del área de Jerusalén Este se ha expropiado para la construcción de asentamientos.

Multas y aviso de demolición

La casa de los Halawani se terminó, los años fueron pasando, los padres tuvieron hijos y en total, en la vivienda vivían 25 personas. “En 2016 llegó la primera multa: 200.000 séqueles (50.000 euros) por haber construido sin permiso. La pagamos endeudándonos”, recuerda este hombre.

“Años después, nos querían poner otra multa aún mayor y exigirnos que construyéramos un aparcamiento subterráneo y un refugio para ataques aéreos como tienen muchas casas israelíes. Les dijimos que no había necesidad de ninguna de las dos. Es una calle donde se puede aparcar y ninguna casa palestina tiene un refugio de ese tipo”, agrega.

Apelaron la decisión municipal, pero finalmente, un juez concluyó que la casa tenía que ser demolida por ser ilegal y que después podrían construir otra con permiso. “Es algo absurdo. No teníamos ya más dinero, ni para multas, ni para construir otra casa, cuando la nuestra estaba perfecta y la tierra es mía”, recuerda.

En 2025, recibieron la orden de demolición. Les dieron tres meses para salir del lugar o para derribar la casa ellos mismos antes de que llegaran las excavadoras israelíes. Si esperaban a ese momento, el precio a pagar sería 100.000 séqueles (25.000 euros). Tras esa orden, llegó otro aviso más cerca de la fecha, avisándole de la demolición inmediata. “Decidimos echarla abajo. Nos costó 15.000 séqueles en lugar de los 100.000″, dice, casi justificándose.

Hagamos lo que hagamos los palestinos de Jerusalén, nunca es suficiente. Siempre nos van a exigir más
Yihad Issa Halawani, palestino de Jerusalén Este

“Pero nadie imagina el dolor que supuso derribar la casa con mis propias manos. Hasta el último momento pensé que iba a haber una salida, pero no. Hagamos lo que hagamos los palestinos de Jerusalén, nunca es suficiente. Siempre nos van a exigir más”, piensa en voz alta.

En la colina de enfrente, la luz dorada del final del día en Jerusalén baña las casas unifamiliares idénticas que se alinean en hileras perfectas en la colonia israelí de Ramat Slomo. “Ellos no dejan de crecer y crecer. ¿Acaso son legales? ¿Por qué ellos sí tienen derechos y yo no?“, pregunta, amargamente Halawani, señalando el asentamiento.

Yihad Issa Halawani, ante las ruinas de su casa en Jerusalén Este y al fondo, la colonia israelí de Ramat Slomo.

Después de la demolición de su casa, no pasó gran cosa. El derribo quedó registrado y el departamento de Jerusalén de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) otorgará a la familia una pequeña indemnización con la que Halawani no podrá cubrir las deudas que le ha supuesto derribar su casa y encontrar otra de alquiler.

“A él le pasó lo mismo que a mí”, dice este hombre, mostrando la casa de su vecino, en la misma calle de Beit Hanina. Solo la mitad de la vivienda está en pie, la otra ha sido derribada “La tiró abajo él mismo, porque Israel dijo que solo una parte de la casa tenía permiso”, explica.

Un desplazamiento silencioso

El control de Jerusalén es una de las claves del conflicto entre israelíes y palestinos. Los israelíes consideran toda la ciudad como su capital indivisible, los palestinos aspiran a tener Jerusalén Este como la capital de un futuro Estado. En este momento, la localidad tiene cerca de un millón de habitantes, de los que un 39% son palestinos.

Desde 2019, las demoliciones en la parte oriental de Jerusalén se han cuadruplicado, según Ir Amim. “Pero desde el 7 de octubre de 2023 todo se aceleró aún más. Como dato, el año que más demoliciones registramos antes de 2024 contamos un total de 140″, dice Tatarsky.

“Las cifras revelan una cruda contradicción: una expansión acelerada de los asentamientos frente a restricciones y demoliciones en los barrios palestinos. Lo que está ocurriendo hoy en Jerusalén Este no es una coincidencia, sino un desplazamiento silencioso y continuo que amenaza el futuro de las comunidades palestinas en la ciudad”, agrega Ir Amim.

Hoy visita las ruinas con él un trabajador de la ONG israelí antiocupación B’Tselem, que afirma que documenta “varios casos” por semana de demoliciones por parte de los dueños de las viviendas. “En Yabal Mukaber, una casa demolida por la propia familia, en Abu Tor, una vivienda que tres hermanos echaron abajo, en Ras el Amud, el anexo a una vivienda...”, enumera, citando varios barrios palestinos de Jerusalén. “Desde octubre de 2023, esto es así cada día”, afirma.

Lo que está ocurriendo hoy en Jerusalén Este no es una coincidencia, sino un desplazamiento silencioso y continuo que amenaza el futuro de las comunidades palestinas en la ciudad
Ir Amim

Desde que la casa fue derribada, la familia Halawani se desperdigó. El hermano de este conductor de taxi logró alquilar un apartamento en Beit Hanina, pero él, su esposa y sus tres hijos se fueron a Kafr Akab, una localidad al norte de Jerusalén que sigue formando parte del área municipal, pero está al otro lado del muro que Israel construyó en torno a la localidad. Es decir, para ir al centro de Jerusalén, tiene que pasar un retén militar, lo que supone muchas veces una espera de una o dos horas.

“Trabajo de noche. Antes, entre servicio y servicio de taxi, venía un rato a descansar en casa, pero ahora no puedo cruzar el retén militar. Así que estoy agotado. Todo esto ha destrozado mi vida entera”, lamento.

Su objetivo es volver a vivir “del lado bueno”, del muro de separación israelí. Su hijo menor aún va al colegio en Beit Hanina y no puede atravesar todos los días un retén para ir a clase y además, Halawani tiene miedo de que en un futuro, las autoridades israelíes decidan que Kfar Akab ya no sea término municipal de Jerusalén y todos sus habitantes pierdan su condición de ciudadanos de la localidad y los derechos que conlleva.

“Visto como empeoran las cosas, un día eso llegará. Tengo que prepararme y volver a encontrar una casa por aquí”, asegura. “Finalmente, todavía tengo esta tierra”, suspira Halawani entre las ruinas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Beatriz Lecumberri
Periodista especializada en información internacional. Ha sido corresponsal en Jerusalén, Caracas, Río de Janeiro y París y ha trabajado en la agencia France-Presse (AFP). Es autora del libro 'La revolución sentimental', sobre Venezuela, y codirectora del documental 'Condenadas en Gaza'. Actualmente, trabaja en la sección Planeta Futuro de EL PAÍS.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_