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Lavina Ramkissoon, la ‘madre de la IA’ africana: “En nuestros países muchas innovaciones surgen de la necesidad”

La experta confía plenamente en lo digital como palanca de cambio para el desarrollo y cree que la Inteligencia Artificial está ya mejorando la salud o la agricultura en el continente, pero insiste en la capacidad de elección del ser humano en cada instante ante un escenario de pérdida de control

Lavina Ramkissoon

Lavina Ramkissoon (Islas Mauricio, 47 años) se mueve como pez en el agua entre los infinitos pasillos de GITEX Africa, la gran feria sobre tecnología en la región, celebrada el pasado abril en Marrakech. La embajadora de la Unión Africana en el este, norte y sur del continente parece conocer a todo el mundo: altos ejecutivos del big tech, visionarios en constante tormenta de ideas, diseñadores de un futuro digital a la africana.

Su trabajo consiste en asesorar a 27 países africanos para proyectos con un denominador común: lo digital como palanca de desarrollo. Estudió informática en Sudáfrica y completó su formación en Harvard con sendos posgrados en negocios e Inteligencia Artificial (IA). Explica que, hace unos años, un grupo de mujeres africanas la bautizó como mamá IA ante las dificultades para pronunciar su apellido. Ella se apropió del apodo y lo ha convertido en marca personal. En los ecosistemas digitales de África, Ramkissoon es ahora AImom.

El pseudónimo tiene además su correlato familiar. Cuenta Ramkissoon que sus dos hijas empezaron a programar a los ocho años y que a los 13 lograron una beca de IBM para estudiar computación cuántica, un campo en el que la introdujeron y que hoy le fascina, sobre todo por su fertilidad para aventurar distópicas hipótesis en las que las máquinas toman el mando. Para Ramkissoon, la tecnología en general y la IA en concreto son herramientas de expansión masiva que el ser humano ha de atar corto. Bajo control, lo digital en su versión más simple o ultracompleja puede ser el motor de un gran salto adelante para África.

Pregunta. ¿Cómo puede la IA ayudar al desarrollo de África?

Respuesta. De mil maneras. Me gusta dar ejemplos que hacen de este potencial algo tangible. Hay un chaval de Uganda que a los 16 años creó una app de IA para que su abuela pudiera sacar más rendimiento a su granja familiar, con información sobre cultivos, cosechas o meteorología. Funcionó tan bien que otros agricultores de la zona empezaron a utilizarla también con excelentes resultados. En África abundan las innovaciones que surgen de la necesidad.

P. ¿Es la agricultura el sector que más se puede beneficiar?

R. Diría que el segundo, después de la salud, donde esta tecnología puede ayudar enormemente a optimizar recursos escasos. En Zambia están digitalizando por completo su sistema sanitario para que mejore la eficacia en el acceso a instalaciones y la dispensación de medicamentos, sobre todo en zonas rurales.

P. ¿Hay problemas estructurales que los países africanos han de ir resolviendo para que la tecnología revele todo ese potencial?

R. En África y en cualquier lugar, la tecnología opera en ecosistemas expandidos y requiere de enfoques multidimensionales para sacarle el máximo provecho. La IA nos puede ayudar a ahorrar energía o a reducir el desperdicio de comida. Imagine un sistema en el que sepamos en tiempo real el abastecimiento de un tipo de grano, pongamos por caso el trigo. Digamos que Nigeria tiene excedentes y Ghana déficit. Podríamos cubrir esa necesidad con la máxima agilidad. Pero para ello habría que avanzar en el libre movimiento de bienes y personas. La IA es una herramienta que nos permite extendernos, que nos mejora, pero siempre con el ser humano sosteniendo el pincel como artista de su obra, como autor creativo.

P. ¿La esperanza en la IA como generadora de alto impacto social puede servir como acicate para que los gobernantes africanos apuesten por la transformación digital?

R. Eso espero. Desde luego nos está empujando como continente a reflexionar sobre cómo servirnos de esta nueva herramienta para maximizar beneficios sociales. Es una motivación extra.

Hemos de encontrar un equilibrio en nuestra relación con la naturaleza y no limitarnos a inventar coches eléctricos para reducir las emisiones o a vender créditos de carbono a multinacionales

P. ¿Existe el riesgo de que la IA nos deslumbre y haga desechar tecnologías menos sofisticadas pero quizá más eficaces en determinados contextos?

R. Me viene a la mente el mobile money [transacciones económicas a través de SMS, muy populares en África subsahariana], que surgió en el continente para sortear las deficiencias en cuanto a conectividad a internet y ha permitido que el dinero fluya más libremente. Es un sistema que se sirve de una infraestructura que hoy consideramos casi rudimentaria. Ha facilitado mucho la vida a millones de africanos que no tienen cuenta bancaria o acceso estable a internet.

P. ¿Existe algún enfoque propiamente africano para abordar la brecha de género en estudios y profesiones tecnológicas?

R. Un reciente estudio de Unesco decía que, de 100 hombres africanos con competencias en Excel, había 40 africanas. Queda mucho por hacer. En la esfera política, el progreso ha sido notable. Hay muchas ministras en los gobiernos africanos y empieza a haber presidentas, la última en Namibia [Netumbo Nandi-Ndaitwah, investida el pasado marzo]. Pero hay que aterrizar ese cambio y extenderlo al grueso de la población, sobre todo en el ámbito científico-tecnológico. Quizá un enfoque propiamente africano podría venir de la confianza en los jóvenes [el 70% de la población en África subsahariana tiene menos de 30 años] como base del desarrollo para el continente: dale a un chaval o chavala un ordenador con conexión a internet y espera que ocurra lo inesperado.

P. ¿Pecamos de arrogantes si pensamos que la tecnología será la solución a, por ejemplo, el cambio climático, que tanto está castigando a África?

R. Son cuestiones casi existenciales, con dilemas acuciantes: la humanidad dependiendo de la tecnología para resolver sus problemas versus la tecnología utilizándonos para evolucionar por sí misma. U otro: el ser humano cada vez más robotizado y la IA cada vez más aparentemente humanizada. Para no embrollarnos, hemos de volver a una consideración fundamental de los humanos como seres optimistas y amables por naturaleza. Y no olvidar que tenemos el control y que la distopía climática es una elección. Lo paradójico es que tenemos la tecnología para frenar la destrucción del planeta, pero al mismo tiempo consideramos que hemos perdido la batalla.

P. ¿Quizás por los profundos cambios en el sistema en nuestra forma de vida que implicaría mirar de frente a esta amenaza?

R. Con todas nuestras virtudes, los seres humanos tendemos a la complacencia o la comodidad, a pensar en el corto plazo y que alguien en el futuro arreglará el desaguisado que estamos creando ahora. Hemos de encontrar un equilibrio en nuestra relación con la naturaleza y no limitarnos a inventar coches eléctricos para reducir las emisiones o a vender créditos de carbono a multinacionales. Ante un escenario de pérdida de control del planeta o de la tecnología que hemos creado, insisto en la capacidad de elección del ser humano cada día, en cada instante.

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