La guerra en Sudán no solo se libra con armas, también con los cuerpos de niños y niñas
Desde que estalló el conflicto, el número de personas en riesgo de sufrir violencia sexual y de género se ha triplicado, y eso sin contar los casos no registrados

“Una sensación de abrumadora humillación. Frustración. Depresión”. Estas son las palabras que una compañera utilizó para describir el estado emocional de las mujeres con las que habló durante nuestra visita a Sudán en marzo, para apoyar labores humanitarias y para verificar el estado de los niños, niñas y mujeres. Palabras que, desde entonces, no he podido olvidar.
Cuando me lo contaron, yo acababa de llegar a Sudán. Escuché historias de mujeres que relataban con dolor sus propios episodios de violencia sexual, explotación y abusos, no sólo cuando huían de sus hogares, convertidos ahora en focos de conflicto, sino también en los mismos lugares donde llegaron buscando refugio. Tuvieron que armarse de un inmenso valor para revivir experiencias traumáticas, inimaginables para la mayoría de la gente, en medio del brutal conflicto de Sudán.
Una de las mujeres con las que hablé en un campo de desplazados en Kassala me contó que se había separado de su esposo en medio del caos durante la huida de su hogar en la capital junto a sus cinco hijos. Desde entonces, recorre largos trayectos a pie en busca de comida para poder alimentar a sus hijos. Durante uno de esos trayectos fue agredida sexualmente por un grupo de hombres jóvenes —de la edad de su hijo, como ella misma relató—. Se mantuvo en silencio sobre lo ocurrido durante días, hasta que su salud se deterioró y tuvo que contar lo sucedido para poder recibir tratamiento adecuado.
Recorre largos trayectos a pie en busca de comida para poder alimentar a sus hijos. Durante uno de esos trayectos fue agredida sexualmente por un grupo de hombres jóvenes de la edad de su hijo
Es una historia que he escuchado, con decenas de variantes, de diferentes mujeres vestidas con toubs (o thobes), la tradicional prenda sudanesa, en los muchos lugares para personas desplazadas que he visitado. Lo más alarmante es que, según Naciones Unidas y Unicef, también se han documentado casos de violencia sexual de hombres armados contra niños y niñas de apenas un año.
Desde que estalló el conflicto, el número de personas en riesgo de sufrir violencia sexual y de género se ha triplicado, de acuerdo con datos de ONU Mujeres. Eso, sin contar los casos no registrados. Muchas víctimas no denuncian por miedo al estigma, a represalias o simplemente porque no existen servicios disponibles para apoyarlas. Es una crisis dentro de una de las mayores crisis del mundo.
En medio de un conflicto devastador, que comenzó el 15 de abril de 2023, 12,3 millones de personas se han visto desplazadas de sus hogares. Entre ellas, mujeres, niñas y niños que, además de perderlo todo, cargan con las secuelas físicas y psicológicas de una violencia sistemática. Sus historias —frecuentemente silenciadas por el miedo, la vergüenza o la falta de espacios seguros— revelan una realidad alarmante: la guerra en Sudán no solo se libra con armas, también con sus cuerpos.
La crisis de Sudán es una crisis de protección, un fracaso a la hora de proteger a los más vulnerables que tendrá efectos traumáticos y psicológicos a largo plazo en los supervivientes
En Plan International trabajamos en múltiples centros y campos para personas desplazadas en Sudán y la región para brindar no solo asistencia humanitaria vital, sino también protección especializada para mujeres, niñas y niños afectados por el trauma del conflicto. Creamos espacios donde puedan hablar con seguridad, recibir atención psicosocial y ser derivados a servicios adecuados. Sin embargo, queda mucho por hacer. Es urgente aumentar la inversión en atención psicosocial, desplegar más unidades móviles sanitarias y garantizar que el apoyo llegue incluso a las comunidades más remotas.
Desgraciadamente, el conflicto de Sudán no parece que vaya a remitir pronto: la población civil se enfrenta ya a la inanición y los trabajadores humanitarios son cada vez más el blanco de los grupos armados, que violan flagrantemente y con impunidad el derecho internacional humanitario.
Muchas agencias humanitarias comparten ahora el consenso de que la crisis de Sudán es una crisis de protección, un fracaso a la hora de proteger a los más vulnerables que tendrá efectos traumáticos y psicológicos a largo plazo en los supervivientes. Las consecuencias de este empeoramiento de la situación son que muchos más niños, niñas y mujeres necesitarán desesperadamente no sólo ayuda vital, sino también apoyo mental y psicosocial para curarse y recuperar sus esperanzas y aspiraciones de un futuro mejor.
Un día, mientras un grupo de mujeres abandonaba la tienda de campaña en la que nos encontrábamos, con la esperanza de sentirse más ligeras tras haber conseguido el coraje para hablar, me pregunté de dónde saldrá el coraje para hacer que los responsables de todo este sufrimiento rindan cuentas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.