Perseguidos, torturados y deportados, los bahaíes de Yemen se aferran a su fe
Son 2.000 en una población de 40 millones y han sido acusados por la milicia islamista hutí de ser una amenaza para el islam y para la seguridad nacional

“Siempre me he sentido vigilado”, explica Wael al Areeqi, de 37 años. “Aun así, me sorprendí cuando me contactaron por teléfono para citarme en comisaría”, agrega este yemení de la minoría bahaí del país. Los detalles siguen grabados a fuego en su memoria: recibió esa escalofriante llamada telefónica el 22 de mayo de 2017, se negó a acudir a menos que se le convocara oficialmente desde el departamento de policía y al día siguiente un grupo de milicianos hutíes armados le interceptó en la calle Sexagésima del centro de Saná. “Me vendaron los ojos y me llevaron secuestrado a la prisión de seguridad nacional, donde me recluyeron en régimen de aislamiento durante un año y dos meses sin llevar a cabo investigación alguna”, relata Al Areeqi en conversación telefónica con EL PAÍS desde su exilio. Este hombre se refiere a Ansar Allá (Partidarios de Dios), un movimiento chií que controla el 30% del territorio de Yemen, donde ha impuesto un régimen fundamentalista y está acusado de graves violaciones de derechos humanos.
El grupo, que cuenta con el respaldo de Irán, fue armándose y apoderándose de territorio hasta que, en 2015, tomaron la capital, Saná, y depusieron al mandatario, Abdrabbo Mansur Hadi, que terminó exiliado en Arabia Saudí.
Durante esos 14 meses de detención, Al Areeqi fue sometido a “grandes palizas y torturas. ”Amenazaron con ejecutarme”, recuerda. También fue acusado de colaborar y espiar para Israel y Estados Unidos y de ser un apóstata. Él está convencido de que se debe a la fe que profesa. Casualmente, dos de los lugares sagrados del bahaísmo se encuentran en Israel, en las ciudades de Haifa y en Acre.
Esta religión monoteísta fue fundada en el siglo XIX en Persia, actualmente Irán, y contaría con unos ocho millones de fieles en el mundo, según informaciones de la propia comunidad. En Yemen, tan solo unos pocos miles profesan esa fe. La discriminación y los malos tratos no son nada nuevo para las minorías religiosas en este país, pero en los últimos años se ha detectado un incremento de los abusos y torturas contra los bahaíes en medio de la guerra civil que azota el país, especialmente en las zonas dominadas por los hutíes.
Ruhiya Thabet, activista de derechos humanos bahaí de 49 años de edad, sufrió una experiencia similar a la de Al Areeqi cuando la arrestaron en 2016. “Sufrí acoso verbal y psicológico. Nos acusaron a mi marido y a mí de espiar para Israel y EE. UU. Solo me permitieron contactar a mi familia después de suplicárselo repetidas veces”, relata. Cuando los liberaron, pasaron por varias ciudades hasta que consiguieron salir de Yemen. “Los cargos contra nosotros siguen vigentes y se nos está juzgando en rebeldía”, afirma la activista.
Entre 2015 y 2024, Amnistía Internacional documentó al menos 100 casos de bahaíes en Yemen que han sido víctimas de detenciones en régimen de incomunicación, torturas y malos tratos.
En 2024, un grupo de expertos de la ONU, confirmaba que los bahaíes han sufrido “detención, tortura, actos equivalentes a una desaparición forzosa y malos tratos por parte de las autoridades de facto, en violación de sus derechos a la libertad de expresión y opinión, de reunión pacífica y de asociación”.
En 2021, los hutíes afirmaron que Estados Unidos estaba tratando de crear nuevas religiones en Yemen para suprimir el auge del islam, entre ellas el bahaísmoAbdulrazzaq Hashem Al-Ezzazi, Plataforma de Medios Humanitarios (HMP)
Represión creciente
Según Abdulrazzaq Hashem Al-Ezzazi, director de Plataforma de Medios Humanitarios (HMP, por sus siglas en inglés), la represión a la que se enfrentan los bahaíes se ha disparado en los últimos años. “Lo que resulta especialmente alarmante es la intensidad de esos abusos en las zonas bajo control hutí, que llegan hasta el exilio forzado”, explica a este diario.
Al Ezzazi explica que los hutíes tachan a menudo a los bahaíes de amenaza para la seguridad nacional. Concretamente, en 2017 los acusaron de recibir financiación y apoyo de Estados Unidos e Israel. “En 2018, los describieron como un ‘movimiento satánico que libra una guerra contra el islam’. Luego, en 2021, los hutíes afirmaron que Estados Unidos estaba tratando de crear nuevas religiones en Yemen para suprimir el auge del islam, entre ellas el bahaísmo”, cita.
En muchas ocasiones, añade Al Ezzazi, no basta con castigar con el desprecio social a los fieles bahaíes, sino que ha habido varios que han sido expulsados del país y sus propiedades, confiscadas. “Es una táctica habitual utilizada por las autoridades hutíes contra sus adversarios”, afirma.
Fue lo que le ocurrió a Wael al Areeqi tras haber pasado 14 meses en prisión, Los hutíes preguntaron a un grupo de bahaíes si “estaban dispuestos a viajar” y los trasladaron al aeropuerto de la capital y de ahí a Luxemburgo. “Sin la más mínima explicación. Ahora vivimos en el exilio. Afortunadamente, aquí nos sentimos completamente a salvo”, detalla el hombre.
Entre 2015 y 2024, Amnistía Internacional documentó al menos 100 casos de bahaíes en Yemen que han sido víctimas de detenciones en régimen de incomunicación, torturas y malos tratos.
Vivir con miedo
En 2022, un estudio sobre el estado de las libertades en diferentes países del mundo, otorgó a Yemen una puntuación de 1 sobre 4 en la libertad religiosa.
Fuera del territorio hutí, la vida para las minorías religiosas es algo más fácil. “Los bahaíes son ciudadanos yemeníes, y constituyen una minoría religiosa que forma parte del tejido social de Yemen. Deben ser respetados. El sufrimiento de que han sido objeto constituye un crimen de lesa humanidad”, garantiza Ahmed Tahah, director adjunto de la Oficina de Derechos Humanos no hutí de la gobernación de Taiz.
Pero para quienes permanecen en las regiones controladas por los hutíes, el terror no tiene fin. “Vivo con miedo constante, sobre todo, después de las detenciones, los encarcelamientos y exilios sufridos por otros bahaíes a manos de los hutíes. Ahora me veo obligado a practicar mi fe en secreto”, lamenta Qasim Omar, que habla con EL PAÍS a condición de que su identidad no sea revelada.
“Leo todo lo que cae en mis manos sobre la fe bahaí y la abrazo con plena convicción... pero no hay leyes que nos protejan”, explica, detallando que él y otros bahaíes tuvieron que ayunar y mantener en secreto las recientes celebraciones del año nuevo Nowruz, en el mes de marzo.
Omar procede de una tribu y una familia yemení que no profesa la fe bahaí, pero su esposa se convirtió tras el nacimiento de su primogénito, y están criando en secreto a sus hijos en la fe bahaí.
Pese al reducto de fe que le brinda su propio hogar, él lamenta no poder practicar abiertamente los rituales bahaíes en la sociedad yemení debido al miedo reinante y a la ausencia de templos específicos para este culto, aunque en otros momentos existieron varios y muy significativos.
“Todos seguimos guardando buenos recuerdos de aquella época, pero ahora sería imposible reunirnos como lo hacíamos antes de 2014″, exclama Omar.
Waleed Ayash, de 52 años, secretario general del Consejo Nacional para las Minorías Religiosas y Étnicas de Yemen, explicó a EL PAÍS que hoy en día no existen estructuras físicas para los templos bahaíes debido a la persecución generalizada y a la creciente hostilidad hacia esta comunidad.
Al-Ezzazi, el director del HMP, agrega que se difunde “una imagen negativa sobre las minorías religiosas en el sistema educativo y en el discurso religioso”. El responsable lamenta que, aunque la Constitución yemení garantiza el derecho a la libertad de creencias y culto, todo queda en el papel al no haber mecanismos de aplicación efectivos.
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