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COLUMNA
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Fum, fum, fum

Llevo 59 añazos pensando que el estribillo del villancico ‘25 de diciembre’ era “fun, fun, fun”, por la diversión, y resulta que es “fum, fum, fum”, por el humo. Tiene sentido

Nueva chimenea de Netflix dedicada a Miércoles

Si no hay más vida que esta, llevo 59 Navidades a cuestas. De las seis o siete primeras no tengo más recuerdo que la partida de nacimiento, alguna foto borrosa en blanco y negro y el sambenito de borrachina que me colgaron los míos desde que, a los cuatro o cinco añitos, en un descuido de los mayores, apuré un par de culines de coñac de la sobremesa y acabé piripi perdida patas arriba sobre la alfombra. Las siguientes fueron una sucesión de noches de paz y amor y Raphael en el salón, con mi padre echando la lagrimeja con Los campanilleros acordándose del suyo y mi madre danzando en la cocina hasta dejar las copas pulidas cual diamantes para la siguiente comilona. Hasta que llegaron las pascuas más difíciles. Aquellas en las que mis viejos, primero él, después ella, sentaron a sus hijos y nietos a las cenas habiendo recibido ya sus diagnósticos fatales mientras todos hacíamos de tripas polvorón porque sabíamos y callábamos que serían las últimas, y nunca nada ni nadie volvió a ser lo mismo.

Luego vinieron mis propias debacles internas y externas. Mi egoísta cabreo con el mundo, como si una fuera la única a la que la vida le daba hostias como panes. Los roces, los disgustos, los rompecabezas para lograr reunirnos todos los hermanos sin el pegamento de los padres fundadores, el nuevo orden de las cosas, y del mundo, en fin, que impone el saberse en primera línea de tanatorio. Hasta llegar a estas vísperas de mis sexagésimas Navidades, en las que celebraré con los míos que seguimos vivos, relativamente sanos y surfeando charcos para no acabar ahogados en barro. No me quejo. Otros acaban de perder lo que más quieren, o no lo hallan, o lo saben o se saben ellos mismos sentenciados a muerte, o están deseando que pasen las fiestas para, al menos, capear su soledad y sus penas sin dársela a los otros. Así que feliz 25 de diciembre, fum, fum, fum. Sí, con eme, que resulta que llevo 59 añazos pensando que el estribillo del villancico era “fun,fun, fun”, por la diversión, y resulta que es “fum, fum, fum”, por el humo. Tiene sentido. Si humo somos y en humo nos convertiremos, busquemos la llama, o evoquemos el fuego que fuimos. Ese fulgor es lo último que se pierde.

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Sobre la firma

Luz Sánchez-Mellado
Luz Sánchez-Mellado, reportera, entrevistadora y columnista, es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y publica en EL PAÍS desde estudiante. Autora de ‘Ciudadano Cortés’ y ‘Estereotipas’ (Plaza y Janés), centra su interés en la trastienda de las tendencias sociales, culturales y políticas y el acercamiento a sus protagonistas.
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