Ir al contenido
_
_
_
_
COLUMNA
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Venezuela y la impunidad de Trump

La estigmatización de Maduro crea un vacío normativo donde Trump puede moverse sin costes, pero es un terreno peligrosísimo

Máriam Martínez-Bascuñán

No estamos preparados para un poder sin máscaras. Y menos si se trata de Estados Unidos. Cuando Rusia o China vulneran el derecho internacional, lo llamamos por su nombre: presión, amenaza, atropello. Si es Washington, la gramática cambia. Hablamos de “inconsistencias”, de “señales confusas”, de “dificultad para descifrar”. El eufemismo es un refugio cognitivo: evita reconocer que el hegemón occidental ha vuelto a jugar sin reglas, eso que durante décadas denunció con la boca pequeña en los demás. En Venezuela, la deriva alcanza su expresión más cruda. Trump ha declarado “cerrado” el espacio aéreo de un país soberano sin base legal alguna. Ha ordenado el mayor despliegue naval en el Caribe desde la crisis de los misiles y ejecuta operaciones en alta mar con decenas de muertos sin pruebas ni juicio, justificándolas en la lucha contra el narcotráfico mientras anuncia su intención de indultar a Juan Orlando Hernández, expresidente hondureño condenado por compadrear con el narco. La meta es clara: precipitar la caída de Maduro y recoger beneficios en forma de petróleo. Lo que no está claro es el límite.

Todo ocurre a plena luz del día y casi nadie dice nada, ni siquiera España, donde la política latinoamericana suele provocar reacciones inmediatas y excesivas. ¿Por qué este silencio? Una razón podría ser estructural: las herramientas diplomáticas no sirven ante un poder que no reconoce reglas ni árbitros, ni siquiera la obligación de fingir. La otra razón es más incómoda: Maduro es un actor desprestigiado y eso funciona como atajo moral. Como ha cometido violaciones de derechos humanos y perdido legitimidad, parece menos grave que una gran potencia se salte las normas. La estigmatización crea un vacío normativo donde Trump puede moverse sin costes, pero es un terreno peligrosísimo. Si hoy toleramos la arbitrariedad contra Caracas porque “se lo merece”, mañana se aplicará a cualquier escenario. La erosión del derecho internacional siempre empieza donde es políticamente rentable mirar hacia otro lado.

Quienes hoy cierran los ojos movidos por su desprecio hacia Maduro deberían recordar que la normalización del abuso es siempre performativa. No es que Trump tenga poder y por eso se normaliza, es que validar su impunidad es lo que agranda su poder. Lo que toleramos por conveniencia acaba siendo un precedente y asentándose como práctica legítima. Cada silencio o gesto de indulgencia, cada crítica aplazada contribuye a ampliar el margen de maniobra de quien desborda las reglas. Y ahí reside el peligro real: no en aplicar la arbitrariedad contra un régimen impopular, sino en que, una vez aceptada, ya está disponible para cualquier situación. La comunidad internacional no solo asiste a la expansión del poder de Trump, lo favorece abiertamente al no incomodarse porque el afectado es Maduro. Porque una cosa es ejercer presión diplomática, aplicar sanciones o buscar una transición democrática, y otra muy distinta ignorar las ejecuciones extrajudiciales en alta mar o la declaración ilegal de una zona de exclusión aérea. Y todo ello de la mano de un presidente que persigue a los jueces y fiscales de la Corte Penal Internacional y exige amnistías generales para borrar los crímenes de guerra de Putin y Netanyahu. Si esta es la “liberación” que ofrece Trump, Venezuela podría descubrir que siempre hay un peldaño más en la escala del desorden. Y el resto del mundo, que un poder sin máscaras solo necesita, para expandirse, que los demás sigamos fingiendo que no ocurre lo que todos, sin excepción, sabemos que ocurre.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Máriam Martínez-Bascuñán
Profesora de Teoría Política de la Universidad Autónoma de Madrid. Autora del libro 'Género, emancipación y diferencias' (Plaza & Valdés, 2012) y coautora de 'Populismos' (Alianza Editorial, 2017). Entre junio de 2018 y 2020 fue directora de Opinión de EL PAÍS. Ahora es columnista y colaboradora de ese diario y pertenece a su comité editorial.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_