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red de redes
Columna
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X y la demolición mental

Es urgente tomar las riendas de nuestra vida entre pantallas, así como de nuestra relación con la inteligencia artificial

Elon Musk lanza la Grokipedia
Carmela Ríos

Estos días, X, la plataforma que un día fue Twitter, está dejando a la vista algunos datos de sus usuarios que habían permanecido ocultos. Una nueva función permite ahora cotillear en sus cuentas con más fundamento. Es posible consultar, por ejemplo, la ubicación de cada perfil o el número de veces que el dueño de una cuenta le ha cambiado el nombre. No es para echar cohetes, pero se agradece una pequeña dosis de transparencia en un momento como este, en el que las todopoderosas plataformas digitales cierran las escotillas para mostrar cada vez menos de lo que pasa dentro. Por razones que hoy se nos escapan, Elon Musk nos ha encendido la linterna para iluminar uno de los recovecos de su red social, donde demasiadas cosas permanecen en la penumbra.

Resulta imposible no recordar, en este contexto, la escena de Casablanca en la que el capitán Renault irrumpe en el Rick’s Café y declara: “¡Qué escándalo! ¡Qué escándalo! He descubierto que aquí se juega", mientras un empleado le pone en la mano un fajo de billetes y le dice: “Sus ganancias, señor”. Es exactamente lo que ha sucedido al comprobar, gracias a las nuevas informaciones disponibles, que decenas de las cuentas de X más ruidosas del universo MAGA, que se presentan como patriotas irreductibles y guardianas del espíritu trumpista, no están en Estados Unidos, sino que son bots operados desde rincones lejanos como Filipinas, Nigeria, Pakistán o desde países del este de Europa. Que la parroquia ultra está inflada en X y en otras redes era una evidencia desde hacía años a la que ni gobiernos, instituciones ni periodistas hemos dado importancia hasta que nos ha estallado en la cara. Si en el Rick’s Café se jugaba, y lo sabíamos, también sabíamos que en las redes sociales la conversación política estaba, y está, profundamente alterada y adulterada.

Otra paletada de fraude que acrecienta la sensación de que toda esta basura digital nos satura, nos confunde y nos arrastra al escenario de vivir dentro de un ruido constante del que nos cuesta salir. Estamos dispersos, Lo notamos cada día cuando nuestros dedos saltan instintivamente de una aplicación a otra en el móvil. Esa incapacidad creciente para sostener un pensamiento largo o el vértigo de enfrentarse a un texto extenso, como si el cerebro hubiera perdido el músculo de la concentración. Hemos fundado, sin saberlo, el club de los cerebros destrozados, algo que el ensayista Nicholas Carr advirtió hace más de una década en un libro premonitorio Superficiales. Qué está haciendo Internet con nuestros cerebros (Taurus). Hoy, su diagnóstico adquiere un nuevo contexto. La superficialidad ya no proviene solo de la abundancia de estímulos, sino de la mezcla constante entre lo real y lo fabricado. Nunca hemos tenido tanta información y, sin embargo, nunca nos hemos sentido tan desorientados. Porque un cerebro saturado es, inevitablemente, un cerebro menos libre.

Si existe una salida, nacerá, como tantas veces ocurre, de nuestra determinación de poner límites a este desorden. Es urgente emprender una auditoría honesta de nuestro tiempo digital para cuantificar cuántas horas dedicamos a cada plataforma y para qué. Posiblemente, nos sorprendamos de hasta qué punto hemos permitido que nuestro espacio vital sea colonizado. En la era de la infobesidad es necesario aprender a distinguir entre la proteína informativa, la que nutre, da contexto y deja poso, frente a las chuches del scroll infinito, que entretienen, pero no alimentan. Como están reclamando científicos de todo el mundo, necesitamos lecturas profundas con las que fortalecer las conexiones neuronales, debilitadas por el efecto de la hiperestimulación en la que nos hemos instalado. Podemos aprender a consultar las redes sociales sin depender del algoritmo, es decir, seleccionando nuestras fuentes. Es urgente tomar las riendas de nuestra vida entre pantallas, así como de nuestra relación con la inteligencia artificial (IA). La tentación de delegarlo todo, buscar, resumir, ordenar, incluso pensar, es enorme. Si dejamos que la IA realice de forma sistemática las tareas que antes fortalecían nuestra mente, terminaremos dependiendo de ella.

La farsa que mantenía X, y que ahora ha sido revelada, muestra cómo los espacios de confusión crecen a nuestro alrededor. Cuán humana sería la tentación de renunciar a la verdad. El reto está ahí: empeñarnos en buscar la claridad, entrenar la mirada y cuidar la autonomía con la que interpretamos el mundo.

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Sobre la firma

Carmela Ríos
Periodista experta en redes sociales y desinformación. Tras 20 años en informativos de televisión, 10 en París y un flechazo con Twitter, explora la interacción entre las redes sociales, el periodismo, la comunicación y el poder. Enseña a otros periodistas a adaptar sus herramientas de trabajo al desafío de la desinformación.
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