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tribuna
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Después del terrorismo: entre la memoria y la reparación

Obligados por la violencia y el dolor, el recuerdo y la justicia nos comprometen a todos

En los viernes de un estudiante universitario siempre hay un diálogo interior entre la responsabilidad y el deseo. No salir y estudiar hasta tarde, o salir con amigos a escuchar un concierto de música entre el Marais y Oberkampf. Esa era la cuestión aquel día. Se acercaba peligrosamente la mitad de noviembre y, esta vez, ganó la responsabilidad. Una decisión aparentemente sin importancia fue decisiva. No podía ni imaginar de qué manera quedaría grabada en mi memoria. Era 13 de noviembre de 2015. Pocas horas después, París se llenó de ruido y de miedo. Hubo estallidos, sirenas constantes, gente corriendo desorientada… El caos y el terror se apoderaron de la noche.

Solamente habían pasado diez meses desde el atentado contra la redacción de la revista satírica Charlie Hebdo y la posterior ola de solidaridad internacional. Dos atentados en menos de un año. Después del tiroteo, recuerdo que Le Monde publicó un mapa que mostraba, casi en tiempo real, la huida de los terroristas atravesando la ciudad. Las autoridades decretaron el estado de emergencia. Toda esa noche, como relató una víctima del Bataclan, parecía una película de terror, en la que “podían volver a dispararnos en cualquier momento”. En total, se notificaron 130 muertos y más de 350 heridos. La población quedó confinada en sus casas, pero incluso en medio de aquella pesadilla hubo personas que abrieron sus puertas a quienes lo necesitaban.

No soy ninguna excepción. Diez años más viejos, un 84% de los franceses recuerda con exactitud dónde estaba y qué hacía en ese fatídico instante. Durante la última década, cientos de psicólogos, sociólogos y neurocientíficos del programa público de investigación 13 de noviembre han entrevistado a más de mil personas para comprender los mecanismos de construcción de la memoria colectiva y de qué manera se relaciona con la individual. Víctimas directas, familiares, personal de emergencias, policías y ciudadanos franceses en general han explicado mirando a cámara sus recuerdos, sus sentimientos, y las secuelas físicas y psíquicas que arrastran…

El programa ha demostrado que los acontecimientos traumáticos se almacenan en la memoria con una nitidez fotográfica, y, al mismo tiempo, se simplifican con el tiempo hasta la falsificación. La mediatización del tiroteo del Bataclan, las imágenes que circularon en redes de cientos de jóvenes gritando a oscuras, huyendo malheridos o pidiendo cobijo en los portales cercanos opacaron la explosión del Estadio de Francia. Así como las Torres gemelas en los ataques del 11-S borraron de nuestros recuerdos los ataques del Pentágono y de Pensilvania, el Bataclán se convirtió en el elemento que concentra la memoria social del 13 de noviembre de 2015.

Cuando tiene lugar un atentado terrorista de semejante brutalidad nuestro mundo se desestabiliza y nuestras certezas más básicas se vienen abajo. Y somos animales de costumbres. A la mañana siguiente recuerdo las calles vacías y las miradas de desconfianza, despegadas de móviles y periódicos. Desgraciadamente, aquel día todo era posible. La memoria colectiva cumple una función casi biológica al ayudarnos a restablecer el sentido y devolvernos la seguridad de que el sol volverá a salir por el mismo sitio. Por esa razón, los Estados organizan duelos y conmemoraciones públicas y levantan monumentos para las víctimas. No solo para rendir homenaje a quienes han sufrido en sus propias carnes los atentados y reparar, aunque sea simbólicamente, su dolor sino también para volver a dar consistencia a nuestro mundo.

La justicia se hizo esperar. El juicio solo llegó en 2021. Duró nueve meses y se convirtió en uno de los juicios penales más largos de la historia de Francia. Más de 1.800 víctimas pudieron ser escuchadas y fueron parte activa en el proceso. La sentencia para el único superviviente del comando terrorista, Salah Abdeslam, fue condenatoria: cadena perpetua sin posibilidad de revisión. Por dura que sea la condena, la reparación íntima y colectiva nunca es suficiente. Este pasado jueves, volvieron las ceremonias por el décimo aniversario. La concentración se produjo en la plaza de la República y en la de Saint-Gervais, donde se produjo en 1918 el bombardeo más mortífero sobre civiles en suelo francés durante la Primera Guerra Mundial. De este modo, París inscribía la memoria colectiva del Bataclán en la tradición nacional de resistencia. Sin embargo, los jueces no tienen el monopolio de la justicia, ni el ciudadano de a pie el de la memoria. Hay otro punto de fuga en el que convergen la reparación íntima y la memoria colectiva, que ha irrumpido en el debate francés en los últimos días: la justicia restaurativa. Salah Abdeslam accedió, justo antes del décimo aniversario, a sentarse con víctimas del atentado cara a cara. La justicia restaurativa no busca sustituir el propio proceso penal, pero sí complementarlo. Prioriza la reparación del daño a la víctima y la comunidad, y la responsabilización del agresor. Este concepto, desarrollado en la década de los setenta, recogido por la Organización de Naciones Unidas y con cada vez más arraigo en Europa, ha abierto una discusión entre las víctimas.

Quienes optan por acogerse a esta posibilidad siguen necesitando cerrar sus heridas, y aspiran a que poner rostro al terror y comprender sus motivaciones sirvan a tal fin. No todos, sin embargo, se han mostrado dispuestos a recorrer ese camino. Por ejemplo, Laurent Sourisseau, director de Charlie Hebdo herido en el atentado contra la revista, lo ha calificado de “proceso perverso”. Según el periodista, la justicia restaurativa debe reservarse a los delitos del derecho común y aplicarlo a casos como el de Salah Abdeslam, un “islamista puro”, solo servirá para banalizar el terrorismo yihadista.

Es indudable que, en este caso, falta uno de los objetivos fundamentales de la perspectiva restaurativa, que no es otro que la reintegración social del delincuente. Pero, quizás por ello, se pone aún más de manifiesto el otro: la reparación íntima y la restauración simbólica del vínculo social, roto en mil pedazos la noche del 13 de noviembre de 2015. A diferencia de lo que sucedió en los atentados contra Charlie Hebdo, en los cuales el objetivo eran aparentemente unos pocos valientes que defendían la libertad de expresión con coraje, en el Bataclan los terroristas mostraron que las víctimas éramos potencialmente todos aquellos que compartimos un modo de vida. ¿Quién es nadie para negarle a una víctima su derecho a mirar a los ojos a quien le arrebató lo más querido?

El tiempo pasa y las formas de recordar son múltiples. Están quienes se acercan cada año al Bataclan, quienes no soportan pasar por delante, quienes se refugian en el silencio. La reparación siempre será fragmentaria, nunca será del todo satisfactoria. Pero, al mismo tiempo, obligados por los tiros y el dolor, recordamos, como pueblo francés, que la memoria y la justicia nos comprometen a todos.

Quizás el milagro está en encontrarnos en la normalidad en el momento de la plena excepción. Danielle, una vecina del barrio que se acercó el lunes siguiente a dejar unas rosas en la puerta del Bataclan, lo consiguió. Se emocionó al ver dos ejemplares del libro de Hemingway París era una fiesta y afirmó “Paris sigue en pie. Ahora más que nunca necesitamos libertad, igualdad y fraternidad.” Tuvimos la suerte de que una cámara grabara su mensaje, y por eso hoy también forma parte de nuestro patrimonio colectivo.

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