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Periodistas en crisis de autoestima

La fastidiosa actividad de los informadores será combatida de todas las maneras posibles. La más sencilla es el descrédito social

David Trueba

Mal harían los periodistas en dejarse vencer por una sensación de fracaso y descrédito en su profesión. Supongo que perciben que ese ataque forma parte de un plan de destrucción contra la pertinencia de su oficio. Hay plataformas políticas que hartas de la función crítica del periodismo decidieron combatirlo de la manera más zafia, fabricando sucedáneos de periodistas que enfangaran el gallinero público. Hemos llegado a oír durante el juicio surrealista al fiscal general del Estado a un asesor político presentarse como periodista para afirmar que por tanto puede mentir. No es cierto, su mentira no fue periodística sino política, pura acción de ataque y ceremonia de confusión. Al comparar el periodismo con la profesión de notario y sostener que en esta segunda no se miente jamás, aún llevó más lejos la mentira. Los notarios, como los periodistas, son en su mayoría gente honesta, pero también se conocen algunos que cierran los ojos en compras con dinero negro y asisten a transacciones sucias sin hacer honor a su cargo de supervisor legal. De hecho, no existe una sola profesión en el mundo que no se vea expuesta a que en su gremio haya personas que se comporten de forma indigna. Nada garantiza que entre los sacerdotes o los médicos, entre los policías o los artistas, todos sean honestos y fiables.

Ver a los periodistas rendirse a este manipulado estado de opinión sobre su oficio lo único que evidencia es que andamos necesitados de profesionales con solidez y criterio propio. Ni tan siquiera la explosión popular de las redes sociales ha vaciado de sentido el periodismo como algunos presuponen. Nueve de cada diez intervenciones en esos foros digitales algo sobrevalorados hacen referencia directa a noticias y sucesos traídos a la luz por el periodismo convencional. De la misma manera que la escaleta del noticiario televisivo o radiofónico muchas veces responde al repaso de la prensa tradicional hecho de buena mañana. Y es natural que sea así, porque el periodismo está más en primera línea que nunca. Hace unas semanas asistimos al caso de una mujer de 87 años a la que se pretendía desahuciar de su piso en la calle Sainz de Baranda de Madrid. Después de intentar por todos los medios frenar su expulsión, tras recurrir a los servicios sociales y a las garantías municipales, esta mujer valiente y tenaz, decidió recurrir a los periodistas. A raíz de una serie de artículos e informaciones, el desahucio se paró por presión popular y por vergüenza institucional.

Podrán decir que el periodismo es innecesario y abyecto, pero vayan a preguntarle a esa mujer desamparada si sirvió para algo. El periodismo le brindó la última de las oportunidades sencillamente haciendo bien el trabajo del informador: sacar a la luz lo que está oculto. Por eso en Gaza lo primero que prohibió Netanyahu antes de masacrar a miles de inocentes fue la entrada de periodistas independientes y Trump los ha sacado a empujones de las instituciones del Estado como todo líder autoritario exige. La mentira forma parte tradicionalmente de la estrategia del poder, del discurso social, de los resultados empresariales y hasta de la medición comercial, por eso todos necesitamos del molesto profesional que husmea, incómoda y sospecha. Su fastidiosa actividad será combatida de todas las maneras posibles. La más sencilla es el descrédito social. No es fácil para gente que no es pura ni virginal presentarse como imprescindible. Solo el desempeño tenaz de su oficio les servirá para reivindicarse. Bobos serían si ellos mismos se dejan deprimir por el enemigo.

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