Los más listos de Vox pasean por los barrios
El miedo siempre es un producto rentable cuando se vende a clientes convencidos de que el mundo les ha dejado de lado

Sucedió en Madrid fue un programa de éxito en Telemadrid al que mi abuela, viuda y un poco aburrida, era adicta a finales de los noventa. Yo vivía con ella por entonces y trataba de que cambiase esa matraca por cualquier otra cosa. No veas ese asustaviejas, le decía, pero ella era fiel a sus hábitos: el Pronto y los sucesos eran su alimento cultural, y no iba a cambiar a los ochenta. Así se fue convenciendo de que los cuatro jinetes del apocalipsis cabalgaban por el barrio de Embajadores.
El programa consiguió que una mujer que vivía allí desde 1939, que había crecido en una familia republicana fugitiva y víctima de la represión, que había sobrevivido a la miseria de la posguerra, con mil cuentos de hambre, y que había cruzado tan pancha el Madrid de los quinquis que atracaban farmacias, se recluyese en casa echando diez cerrojos. En vano le contaba yo que el barrio estaba mejor que nunca, que había salas de teatro y restaurantes molones y calles peatonales donde antes había solares con jeringuillas.
Elon Musk no inventó las realidades alternativas. El miedo siempre es un producto rentable cuando se vende a clientes convencidos de que el mundo les ha dejado de lado y nadie les comprende. Así creció el Frente Nacional en Francia, y así confía en crecer Vox con su estrategia llamada obrerista.
El nuevo portavoz adjunto en el Congreso, Carlos Hernández Quero, es un historiador treintañero que quiere traer al presente las enseñanzas de su tesis doctoral, titulada El desborde de la ciudad liberal: cultura política y conflicto en los suburbios de Madrid (1880-1930). Mientras el PP, el PSOE, Sumar y los restos del naufragio de Podemos están a por uvas de la ira, este discípulo de José Antonio Primo de Rivera se pasea por los antiguos barrios obreros con discursos asustaviejas de moros violadores y señalando a la casta burguesa del centro, insensible a la suciedad, las baldosas rotas y los autobuses que cada día van más llenos y huelen peor.
Los más listos de Vox saben que ningún dato matará a este relato. Ni las tasas de criminalidad bajo mínimos, ni el hecho de que son los inmigrantes quienes mantienen vivo el comercio de los barrios y evitan que se conviertan en geriátricos sin servicios, ni la memoria de los años duros de la reconversión industrial, cuando los padres prejubilados se metieron al bar, y los hijos en el paro se metieron la aguja. Como mi abuela, ni siquiera abrirán las ventanas para constatar el incendio. Las mantendrán cerradas y subirán el volumen de la tele.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma































































