Lo imposible
Había tenido coraje para ir muy lejos pero no tendría jamás coraje para lo que restaba


Era invierno en Buenos Aires. Salí a correr después de dos jornadas de lluvia. Había viento sur, muy fuerte. Me costaba avanzar, me lloraban los ojos. Pero el clima era un castigo que me venía bien. La violencia meteorológica permitía no pensar. El día había empezado maravillosamente y se había vuelto horrible como un insecto moribundo. En la mañana había partido con gran ánimo hacia un sitio determinado con una despreocupación totalmente insensata. En ese sitio sucedieron cosas tristes. Diría que muy tristes. Pero no me di cuenta en el momento. Con temple, acorazada, solo sentí el aroma de la pesadumbre en el aire, como una bruma, y me fui de allí con el ánimo sereno, tomé un taxi, bajé, entré a un supermercado, compré dos o tres cosas, subí a mi departamento, acaricié a las gatas, acomodé la compra, fui a mi estudio, respondí correos. Y entonces entendí que algo no andaba bien. Que, de hecho, nada andaba bien. Que, como un inadvertido hilo de agua negra, la tristeza se había filtrado. Y no era poca tristeza: era inmensa, descomunal. Como un edificio que va perdiendo capas de revoque, me desarmé de a poco. Sentía el electroshock de la pena punzando aquí y allá, la sensación física de estar siendo atacada por un agente químico. Entonces me puse las zapatillas y salí a correr. Me sometí al viento sur, respiré oxígeno agresivo y doloroso. Cuando regresé a mi casa, rondando el naufragio sin que nadie pudiera percibirlo, escribí, leí, atendí varios llamados mientras intentaba hacer la tarea: arrancarme algo, deshacerlo. Había tenido coraje para ir muy lejos pero no tendría, jamás, coraje para lo que restaba. Y lo que restaba era mucho. Arrancárselo era una acción terrible. Como mutilar un árbol fértil, como cortarle un brazo a un niño sano. Sucede siempre con las cosas que realmente importan: no había ningún motivo para hacerlo y había todos los motivos del mundo. Lo imposible nunca nos perdona.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
