La arrogancia letal de Netanyahu
El dirigente israelí se ríe de todo y de todos, empezando por quienes se creen sus aliados y amigos, incluso de Donald Trump


Es un Gobierno desatado. No hay tabúes ni líneas rojas que frenen a su primer ministro, Benjamín Netanyahu. Para qué hablar de la legalidad internacional, la Carta de Naciones Unidas, las resoluciones del Consejo de Seguridad, las convenciones de guerra y derechos humanos, todo despreciado y pisoteado. Netanyahu se ríe de todo y de todos, empezando por quienes se creen sus aliados y amigos, incluso de Donald Trump. E insulta y tacha de antisemita a quienes denuncian el cerco de hambre al que tiene sometidos a los gazatíes, sus matanzas indiscriminadas, los traslados de población, el apocalipsis destructivo con el que está arrasando la Franja y las malas intenciones que él mismo no oculta respecto al futuro de los territorios palestinos, incluyendo Cisjordania.
Desde el 7 de octubre de 2023, junto al balance de muerte y destrucción de Gaza, ha extendido la guerra a la entera región y bombardeado a seis países vecinos. En dos ocasiones lo ha hecho mientras negociaba con los enemigos a los que iba a atacar. Con Irán, mientras los diplomáticos se preparaban para discutir en Omán sobre el programa de enriquecimiento de uranio y la renuncia a la bomba nuclear iraní. Y con Hamás, mientras los dirigentes de la milicia palestina revisaban en Doha la última propuesta de tregua.
Si es difícil comprender la idea de intentar matar a alguien con quien se está negociando, todavía lo es más atacarle en un país aliado y amigo como Qatar, mediador reconocido por todas las partes, e incluso refugio y financiador consentido con la complicidad e incluso por recomendación de Netanyahu para debilitar a la Autoridad Palestina, dividir a los palestinos y erosionar la estrategia de los dos Estados. Ninguna protección ha significado para Qatar que albergue la mayor base de Estados Unidos de la región ni que su familia gobernante mantenga estrechas relaciones, comparta negocios y llene de regalos al presidente estadounidense.
Solo hay dos posibilidades, a cual peor, sobre las responsabilidades de Trump. Si estaba informado de los propósitos de Netanyahu mientras seguían las conversaciones, fue cómplice de Israel y desleal con sus aliados árabes —Omán en el primer caso y Qatar en el segundo—, puesto que convirtió unas negociaciones para la paz en trampa para la guerra. Y si no estaba informado y fue engañado por el primer ministro israelí, puede dar por perdida la escasa autoridad internacional que pudiera conservar.
Entre Putin y Netanyahu, le han puesto en su sitio. Convertido en el hazmerreír internacional, se quedará sin su ansiado premio Nobel. Se alejan la tregua y la liberación de los rehenes. Netanyahu proseguirá la guerra, ocupará Ciudad de Gaza, desplazará a la población al campo de concentración que está preparando en Al-Mawasi y perseguirá a muerte a todos los dirigentes de Hamás, uno detrás de otro, como hizo Israel con los terroristas que asesinaron a once atletas olímpicos israelíes en los Juegos de Múnich en 1972.
Muchos se preguntan por la estrategia que le guía en esta guerra sin fin. Para el sionismo ultra el objetivo es el Gran Israel. Para otros israelíes es la venganza. Para Trump y familia, las oportunidades de negocios en una Franja sin palestinos. Para Netanyahu, en cambio, solo su supervivencia política. Mientras la guerra dure no avanzarán los procesos por corrupción en los que está implicado, ni la investigación sobre los fallos de seguridad que permitieron la jornada trágica del 7 de octubre de 2023, y todavía menos la imputación internacional por crímenes de guerra.
Como en toda guerra, hay consecuencias imprevistas en la que libran Hamas y Netanyahu. Según el ex ministro de Exteriores de Israel, Shlomo Ben Ami, “Israel no imaginó que Hamás, un enemigo ideológico de la solución de dos Estados, terminaría colocando esa misma solución nuevamente en el centro de la agenda global”. Ben Ami sostiene que gracias a las “rentas crecientes” que Netanyahu está obteniendo de la guerra “podría incluso intentar impedir las próximas elecciones”. Piensa además que una guerra sin objetivo político “se desliza hacia la autodestrucción y la decadencia moral”, de forma que “la tiranía y la profundización de la ocupación son ahora inseparables”.
A estas consecuencias se añade el terremoto geopolítico desencadenado. Estados Unidos ya no es el socio fiable que garantizaba la seguridad a los árabes del golfo. Nadie se puede sentir seguro en la entera región, ni siquiera sus más estrechos aliados. El peligro bélico unificador, por encima de las tradicionales rivalidades, no es ahora el atrasado Irán, desprovisto a corto plazo de arma nuclear, sino el Israel desatado de Netanyahu, capaz de amenazar y atacar a todos, en todos los frentes, próximos y lejanos. Pero la guerra, siempre incierta, no ha dicho todavía su última palabra, que con frecuencia suele acompañar con el castigo a la desmesura y arrogancia de los vencedores.
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