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Entre la desconfianza y el nihilismo político

Detrás del plan de destrucción del orden político tal y como lo conocemos no hay un proyecto de reconstrucción claro y viable

Pintada en Nantes (Francia) llamando a una protesta para "bloquearlo todo" el 10 de septiempre.
Fernando Vallespín

Que en un país como Alemania la AfD ya esté en el 25% en intención de voto o que en otro como el Reino Unido Nigel Farage se proyecte como potencial ganador de unas nuevas elecciones debería llevarnos a poner las barbas a remojar. Sin embargo, todos intuimos que no será el caso de Vox, aunque siga creciendo en las encuestas. La situación del PP, a diferencia de los Tories o de la CDU, es todavía lo suficientemente sólida como para que no nos dejemos embargar por el miedo. Quienes sí deberían sentirlo son los populares, que en el eventual caso de una victoria de las derechas les sería difícil no incorporarlos al Gobierno, incluso se les podría escapar de nuevo el triunfo. Un Vox crecido en las encuestas provocaría una intensa movilización del voto de izquierdas.

O no, quién sabe; también lo esperábamos en Estados Unidos y en otros lugares y luego nada. Kamala Harris sería hoy presidenta si la hubieran votado los mismos que en su día lo hicieron por Biden. Hay mucho nihilismo en la política contemporánea, y eso explica tanto el voto a partidos nacionalpopulistas como la dejación del deber cívico de oponerse a ellos. Porque, ¿qué hay detrás de lo que en realidad es un plan de destrucción del orden político tal y como lo conocemos? Una destrucción sin proyecto de reconstrucción claro y viable. Unos encienden el fuego y otros asisten, pasivos, al incendio de la polis democrática. Y siempre se eleva la misma pregunta: ¿por qué? ¿Cómo es posible que se persevere en estas conductas cuando gente como Orban y Trump ya no ocultan lo que son capaces de hacer? ¿Acaso Abascal va a ser distinto, cuando todos conocemos sus muchas fobias y limitaciones?

La respuesta fácil es que el PP no ha sabido hacer los deberes. Algo de esto hay, sin duda, a pesar del triunfalismo de su última Convención. Pero la generalización de este fenómeno en otros países nos obliga a recurrir a otro tipo de explicaciones. La que más me convence tiene mucho que ver con dos percepciones. La primera es la sensación de que la política ya no soluciona los problemas de la gente; la segunda, el propio desprestigio de la forma en la que ejerce su función, siempre con las mismas rutinas manidas y previsibles. La política establecida tiene un problema de performance, en el doble sentido del término en inglés: rendimiento o eficacia y “representación” o performatividad comunicativa, la forma en la que se presentan ante los ciudadanos. Ambas dimensiones van unidas, porque la ineficacia se atribuye al creciente desfase entre lo que dicen y prometen sus actores —el cómo “actúan” de facto— y lo que luego son capaces de hacer, así como a la ingobernabilidad derivada de la dificultad de llegar a acuerdos.

Partidos como Vox escenifican el Gran Rechazo, acumulan votos más expresivos que sustentados por convicciones éticas, intereses o esperanza en una gobernanza mejor. El elemento nihilista se manifiesta en esa desconfianza hacia lo ya conocido, refleja la sensación de vacío, desorientación o falta de sentido último que se vive en algunos sectores sociales; o la de pérdida de un pasado idealizado. El Bloquons tout francés es un buen ejemplo de este nuevo nihilismo, poner todo patas arriba, pero ¿quién y cómo va a reorganizar después la economía francesa? Pero añadamos un matiz. Si en vez de Trump nos fijamos en Meloni, al final el verdadero objetivo de Vox es hacerse con la hegemonía en la derecha. O sea, que tantos aspavientos para acabar funcionando después como cualquier otro partido “sistémico”. Eso sí, sin creer en los valores que sustentan la democracia y pavimentando el terreno hacia el autoritarismo, corroyéndola desde dentro. Un pan como unas tortas.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.
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