Vivan para siempre
Mi último recuerdo de mi madre no es el rostro terrible de la muerte sino esa cabalgata tras su cuerpo tratando de cumplir su mayor deseo


Es 2009. Es de noche. Sucede sobre la Ruta 7, que une Buenos Aires con la ciudad en la que nací. Conduce el hombre con quien vivo. A su lado va mi padre. Detrás, mi hermano menor, mi tío, yo. Es noviembre. Seguimos a un vehículo en el que viaja el cuerpo de mi madre, que ha muerto horas antes en la capital. Vamos de regreso a la ciudad en la que todo comenzó, el sitio donde conoció a mi padre, donde parió tres hijos, donde nos enseñó la dulce calma de la lana tejida mientras cantaba canciones de Serrat o recitaba a sor Juana. Mi tío dice cada tanto, dramático: “Mi hermanita”. Puedo sentir la tristeza enloquecida del hombre con quien vivo. Pero en mi familia somos reticentes al drama. Miro a mi padre, a mi hermano. Estamos juntos como cuando salíamos de vacaciones, esos viajes inmensos que nos llevaban hasta Bolivia, hasta Chile, hasta Paraguay, siempre en vehículos atroces en los que terminábamos asfixiados por el polvo, achicharrados por el calor —nunca muertos de frío; para mi madre el frío era inaceptable—, tosiendo y riéndonos como hienas, siempre a punto de caer por algún precipicio, siempre varados en mitad de la cordillera, siempre equivocando el camino. Mi padre hace una broma. Mi hermano se ríe, yo también. Le pregunto a mi padre si recuerda que, cuando viajábamos por esos caminos interminables y estábamos aburridos, mi madre nos cantaba “Eran tres alpinos”. Mi padre dice: “Sí. Estiraba la canción como una hora y se entretenían con eso. Es que eran muy hinchapelotas ustedes. ¡Cómo rompían la paciencia!”. Y empieza a recordar, entre risas, historias de aquellos viajes. Me sumerjo en un dolor dorado, la clase de dolor que podría sentir una luciérnaga, cálido y chiquito. El último recuerdo que tengo de mi madre no es el rostro terrible de la muerte sino esa cabalgata detrás de su cuerpo tratando de cumplir su mayor deseo: que fuéramos felices, que viviéramos para siempre.
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