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red de redes
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Georgina y el ‘old money’

TikTok es como el polígono de Instagram. Bigas Luna habría rodado sus películas aquí. Es pura calle

Georgina Rodriguez, en la alfombra roja del Festival de Cine de Venecia, el día 31.

Cómo es posible que alguien se informe de algo por X, si ni siquiera da para enterarse de cuánto vale el anillo de compromiso de Georgina. Lo único cierto del pedrusco que cristaliza el amor de Cristiano Ronaldo es que es grande, enorme, colosal, casi que más que ponérselo hay que instalárselo. Pero su valor, en euros y en quilates, es puro bulo y especulación, como casi todo en las redes, el lugar donde la mitad de los jóvenes dice informarse. Unos aseguran que ha costado seis millones, otros que siete, otros que entre 10 y 12… Hay un cutre que dice que 700.000 euros, menos que un pisito en un barrio de Madrid. Ante esa sopa de datos necesariamente falsos, hay que acudir al periodismo serio: el Hola titula con seis millones, pero un experto consultado en el reportaje lo eleva hasta 20 millones.

Y poco me parece, a la vista de las imágenes que la famosa publica en sus redes sociales: lo mismo le sirve de lastre en sus paseos en bici que para echar la tarde jugueteando con el reflejo de sus destellos sobre el techo de su jet privado —y grabarlo en un vídeo, y publicarlo en su cuenta de Instagram—. El artefacto también tiene usos menos prácticos, como verdear de envidia la alfombra roja del Festival de Cine de Venecia, donde la prometida de Cristiano acudió este domingo como invitada, igual que algún día sentarán a la influencer María Pombo en todos los premios literarios.

Acudió Gio al certamen de cine —y dejó constancia en sus redes— con la roca de amor descomunal enterrada en unas manos cuajaditas de enormes anillos de brillantes, enseñando el dorso con ese muestrario de dedos bien estirados en poses imposibles, como una niña pequeña con las uñas pintadas. Con tantísima sobra de dinero y pasión por enseñarlo tendría que pensar en comprarse más dedos.

Instagram es como una boda de pueblo: allí se va a presumir y a ver. A ver brillos, modelazos, emplatados, marcos incomparables, casoplones, familias y amigos para siempre. Cada post que te salta supera al anterior, y hay que tener una vida social y una cartera muy llenas para no caer en la melancolía de pensar qué estoy haciendo yo con mi vida que no me da para un álbum por semana. Pero Georgina ha reventado todas las costuras. Ella domina el podio. No sé qué hacen ya los demás allí. Porque si hay algún motivo para entrar en Instagram es ver su perfil. Y si hay uno para irse, también.

TikTok es otra cosa. Es como el polígono de Instagram. Bigas Luna habría rodado sus películas aquí. Es pura calle, sin pérgolas, adolescencia en crudo, y uno de sus géneros preferidos es maquillar y desmaquillar, quitar máscaras y definir quién tiene pasta de rico y quién no, aunque chorree oro al caminar. El género triunfa hace ya una buena temporada y es una ducha fría al exhibicionismo de los nuevos ricos, bromuro en los vestuarios de la Champions. El hastag #oldmoney tiene cerca de dos millones de visualizaciones en una red cuyos usuarios tienen menos de 20 años. Se trata de un universo de prescriptores del beige y las uñas cortas y pulidas, un Cartier de esfera cuadrada y una funda de raqueta como máximos accesorios. Ser una “persona cara”, que diría @imfersolis, que “no es lo mismo que tener dinero”. El cliché de que el rico tiene muchas joyas, muy grandes y muy caras, contra el cliché de que el dinero de verdad es un ajuar de plata y lino de varias generaciones. Georgina Rodríguez o Lamine Yamal cuajados de brillantes o los Kennedy y sus camisas celestes de algodón egipcio que tanto gustan a @ladyblue_official.

@ladyblue_official

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♬ original sound - ladyblue_official

Triunfa, pues, en la red más joven y callejera que ser millonario no es lo mismo que ser rico y que el buen gusto no se compra, se mama. El old money refleja la nostalgia de un mundo sobrio, instruido, blanco y delgado. De anillos de compromiso de enorme valor familiar y de cuyo precio jamás se habla. Porque, también en las redes, todavía hay clases.

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