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Tribuna
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La ‘corrosiva’ espera de Núñez Feijóo

La política española, demasiado a menudo, va de quién resiste con más temple, no de quién embiste con más fiereza

El presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, este lunes, en un acto de partido en Aranjuez.  Feijóo se escuda en un acto de Ayuso para no acudir a la apertura del Año Judicial con el fiscal general del Estado procesado
Estefanía Molina

A la derecha se le va a hacer largo lo que queda de legislatura. En Madrid planea el rumor de que el PSOE podría ser imputado por presunta financiación ilegal, pero no es esperable ya que Pedro Sánchez renuncie, ni ante ese escenario, ni aunque la gobernabilidad siguiera paralizada. El Partido Popular y Vox empiezan a verse atrapados en aquella máxima del político italiano Giulio Andreotti, “el poder desgasta al que no lo tiene”, pese a que hasta ahora parecía que ese deterioro solo lo asumía La Moncloa. A fin de cuentas, el presidente del Gobierno ha logrado imponer por la vía de los hechos una supuesta imagen de normalidad en medio de las imputaciones de su mujer, su hermano y el fiscal general. Esa continuidad tiene que ver con la correlación de fuerzas que lo sustenta: el partido está controlado por Sánchez, que laminó el poder de sus barones en 2017 para que no puedan volver a echarle, y ninguno de los socios tiene interés en que se marche, por más de culo que se pongan Junts y Podemos. Cada día que Sánchez sigue en La Moncloa afianza, además, una especie de nuevo sentido común entre sus afines, sobre aquellos temas que la derecha señala como escándalo: véase la reunión de Salvador Illa para rehabilitar políticamente a Carles Puigdemont, o la presencia de Álvaro García Ortiz en la apertura del año judicial.

En consecuencia, la derecha solo va a poder seguir sumida en la frustración. Y no solo eso: existe un corrosivo sentimiento de desidia que empieza a permear entre sus propias bases. El drama de Alberto Núñez Feijóo no es hoy que las encuestas le den cinco o diez escaños más; es esperable que el Partido Popular gane las elecciones en un par de años. El problema es que la ilusión por el cambio entre sus afines empieza a perder entusiasmo, causando estragos inesperados. Primero, se están abriendo varios debates en la base social de la derecha que no juegan a favor de Génova 13. Endurecer el discurso contra la inmigración es propio del PP y Vox, pero es evidente que el modelo de la derecha también pasa por atraer personas migrantes. Ni Isabel Díaz Ayuso ni Santiago Abascal tienen problema alguno con la llegada de hispanoamericanos, por ejemplo, por mucho que la Comunidad de Madrid y Vox hayan intensificado sus críticas contra el reparto menores de origen magrebí. Se abre así una brecha generacional respecto a muchos jóvenes que votan a la derecha, pero que no quieren ningún tipo de migración, ni de Sudamérica ni del norte de África. No se puede reducir todo a una cuestión de racismo: existe la impresión de que el bipartidismo tapa los problemas de natalidad y bajos salarios importando mano de obra en vez de mejorar las condiciones de los autóctonos. La juventud es a quien más de cerca le toca: Vox era el partido que muchos votaban porque supuestamente impugnaba ese establishment. Segundo, porque mientras Sánchez no caiga, Vox crece, y con ello su poder de atenazar al PP en el futuro. Feijóo quiere presentar una batería de leyes sanchistas que derogará nada más llegar al poder. El partido se ha dado cuenta de que, a ojos de mucho votante juvenil, son una especie de PSOE azul, que no se atreverá a enmendarle la plana al PSOE: Mariano Rajoy tuvo mayoría absoluta y, a lo sumo, dejó sin financiación algunas leyes.

El problema es que ese crecimiento de Vox no afianza una legislatura más sólida para Feijóo, sino todo lo contrario. La ultraderecha española ha venido a sustituir al PP, no a ser su muleta. No es descabellado pensar que el plan de Abascal —cuando llegue el momento— sea dejar que los populares gobiernen en solitario para hacer caer ese Ejecutivo cuando ellos lo consideren. En otros países, los reaccionarios han utilizado ese esquema: quedarse fuera de cualquier ministerio para seguir capitalizando el descontento y dar la estocada cuando mejor les conviene. La izquierda puede frotarse las manos. En definitiva, la derecha aún no está en La Moncloa y ya hay gente recelosa entre su electorado porque ha llegado a la conclusión de que, aun con un cambio de gobierno, muchas cosas no serán como esperaban. Ese fenómeno, tan paradójico, se da porque desde el 23-J de 2023 ya hay una mayoría de derechas en nuestro país: existe en el Congreso de los Diputados, y por eso la mayoría de los debates giran alrededor de esa agenda, como se vio este verano con los sucesos de Torre Pacheco o Jumilla. El problema para la derecha es que no le puede dar salida institucional a tales pulsiones, de modo que estas se acaban emancipando de los propios partidos. La parálisis del Ejecutivo, lejos de soliviantar aún más a la oposición, permite que ese malestar se macere, jugando en contra de la derecha.

La espera de Núñez Feijóo es corrosiva. La política española, demasiado a menudo, va de quién resiste con más temple, no de quién embiste con más fiereza. Impedir que llegue Vox al poder es ya el único argumento que sostiene a un Ejecutivo asediado, sin iniciativa política ni Presupuestos Generales del Estado. El resultado es que el PP puede llegar a gobernar, pero todo apunta cada vez más a que no será en el escenario idílico, ni el paseo, con que algunos llevan tiempo fantaseando.

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Sobre la firma

Estefanía Molina
Politóloga y periodista por la Universidad Pompeu Fabra. Es autora del libro 'El berrinche político: los años que sacudieron la democracia española 2015-2020' (Destino). Es analista en EL PAÍS y en el programa 'Hoy por Hoy' de la Cadena SER. Presenta el podcast 'Selfi a los 30' (SER Podcast).
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