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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

BRICS, multilateralismo sin coherencia

Occidente debe escuchar las demandas del Sur Global, pero los países democráticos del foro han de impedir que se convierta en un frente antioccidental bajo la presión de Rusia y China

Luiz Inacio Lula da Silva, durante una rueda de prensa en la reunión de los BRICS.
El País

El principal acuerdo alcanzado por los BRICS en la cumbre celebrada esta semana en Río de Janeiro (Brasil) es renovar la reclamación de que el llamado Sur Global gane poder en el sistema multilateral surgido de las ruinas de la Segunda Guerra Mundial. Los miembros de ese bloque se dicen cansados de que los países que dominan la gobernanza mundial desde 1945 los miren por encima del hombro, como hizo el presidente Donald Trump al amenazar con aranceles extra a quien ose alinearse con un foro al que acusa de defender políticas antiestadounideses, cosa que los BRICS niegan con vehemencia.

Los 11 países que forman los BRICS —los fundadores Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica más Arabia Saudí, Egipto, Etiopía, Emiratos Árabes, Indonesia e Irán, que se sumaron merced a las ansias de Pekín por ganar influencia— esgrimen su peso y la histórica exclusión de algunos de ellos para exigir que se les tenga en cuenta: representan a casi la mitad de la población del planeta, el 40% del PIB y el 25% de los intercambios comerciales. Ese volumen, defienden, exige la ampliación del Consejo de Seguridad de la ONU y la reforma del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio para reflejar el concierto actual, no el de la posguerra.

Son demandas antiguas y todavía una quimera. Nada apunta a que los miembros permanentes del Consejo de Seguridad acepten compartir el poder. Ni siquiera aquellos que, como Rusia y China, forman parte de ambos foros y tienen derecho a veto en la ONU. Pero la defensa del multilateralismo adquiere nueva relevancia cuando el líder de la primera potencia, Estados Unidos, se erige como amenaza al orden internacional basado en reglas. Los BRICS acusan veladamente a Trump de lastrar el crecimiento económico mundial con el aumento indiscriminado de aranceles.

La heterogeneidad de esta constelación de países es su principal debilidad. En su seno conviven democracias liberales y dictaduras con distintas prioridades y reivindicaciones y unos intereses nacionales que a menudo chocan con los de otros socios. Su legitimidad se ve también gravemente mermada no solo por el peso del expansionismo totalitario de Moscú y Pekín sino también porque el apego a los principios de las Naciones Unidas difiere según los casos. Basta ver el distinto trato a las guerras de Gaza y a la de Ucrania, aunque Vladímir Putin tuvo que participar por videoconferencia porque la orden de la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra obligaba a Brasil a detenerlo. Resultan comprensibles los recelos occidentales de que los BRICS, arrastrados por Rusia, China e Irán, acaben convertidos en un foro antioccidental en el que los socios democráticos blanquean a los que no lo son. Para evitarlo, los BRICS deben enfatizar el afán constructivo si quieren ser escuchados como altavoz de los legítimos anhelos de quienes viven en el Sur Global.

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