Así es el paraíso
Era una bicicleta Orbea gris antracita que me dio horas de placer hasta volverse una prolongación de mi cuerpo


En mi caso el paraíso es ese lugar del universo donde me está esperando aquella bicicleta que desde los 10 años me llevaba al mar en el verano. Sé que cuando muera, si me he portado bien, volveré a encontrarla muy puesta con las ruedas hinchadas, con la cadena engrasada, el manillar, los tubos del cuadro y los guardabarros relucientes, el timbre funcionando y un naipe de la baraja, el as de oros, engarzado entre los radios para que suene como un motor al ponerla en marcha. Si Jesucristo y la Virgen María subieron a los cielos en carne mortal, según me enseñaron en la catequesis, también pudo hacerlo mi bicicleta que tantas horas de placer me había proporcionado. Era una Orbea de color gris antracita; al principio tenía que levantarme del sillín al pedalear, pero con el tiempo fui creciendo sobre ella hasta dominarla por completo y convertirla en una prolongación de mi cuerpo. Todos los viernes me llevaba a la estación donde a una hora incierta pasaba un tren borreguero y por la ventanilla del vagón correo un ferroviario lanzaba sobre el andén un paquetón de tebeos. Llevo asociada a la bicicleta toda clase de lecturas que llenaban mi cerebro de corsarios y tigres de Bengala, pero no había aventura más excitante que llegar con ella a la playa en el verano y sentir bajo sus ruedas los cantos rodados llenos de espuma. Montado en esa Orbea fui un niño que buscaba entre los naranjos nidos de pájaros y durante la pubertad sentí en su sillín caliente los primeros latidos del sexo. Las rodillas varias veces sangrantes y un brazo roto por las caídas fue el sacrificio que me exigió a cambio de tanto placer. Sé muy bien que cuando muera todo va a ser como antes, ella me estará esperando para llevarme de nuevo a una estación de tren y a un mar muy azul que sin duda existen en algún lugar del universo y, si se me pincha una rueda, espero que en el paraíso haya un taller que huela a grasa y a pegamento como huelen los talleres de bicicletas aquí en la Tierra.
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