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TRIBUNA
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¿Por qué estaban ahí Koldo, Ábalos y Cerdán?

Las primarias solo son un buen mecanismo para combatir la selección adversa en los partidos si van acompañadas de contrapesos dentro de la estructura

Santos Cerdán, en el Congreso el 11 de junio de 2025.
Ignacio Urquizu

Este mes de julio se cumplen 22 años de la publicación en este periódico del artículo: La selección adversa en los partidos. Lo firmábamos Belén Barreiro, Sandra León, María Fernández Mellizo-Soto y yo. Releer aquellas líneas nos devuelve a la actualidad. En él nos preguntábamos cómo era posible que dos personas como Tamayo y Sáez hubiesen acabado en las listas electorales del PSOE. Nos hacíamos eco de una idea entonces extendida: “El PSOE ni cuenta con todos los que podría contar ni todos con los que cuenta producen excesiva confianza”. Como solución a este problema optábamos por las primarias como mecanismo de funcionamiento interno. La idea era dar la suficiente libertad al líder con el objetivo que pudiese seleccionar a los mejores. Decíamos entonces: “Una de las claves para solucionar este problema de selección adversa en los partidos es que el líder, una vez arriba, no se sienta hipotecado”.

Debemos reconocer que como científicos sociales nos ha sucedido algo que no siempre ocurre: que una propuesta se acabe llevando a la práctica. Durante estos años, las principales formaciones políticas han asumido las primarias como un mecanismo de funcionamiento interno. Pero a la vista de lo sucedido estas semanas, el problema de selección adversa no ha desaparecido. Es decir, el interrogante sigue siendo pertinente: ¿por qué Koldo, Ábalos y Cerdán estaban ahí? ¿Cómo es posible que lleguen a la dirección de un partido personas que tienen un código moral despreciable?

Para responder a estas preguntas, no podemos engañarnos. Lo que ha fallado en el actual escándalo de corrupción no es nuestra democracia. Los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, en especial la Unidad Central Operativa (UCO), y el poder judicial han cumplido con su papel vigilante. El error se ha producido en los controles internos del PSOE.

También sería una equivocación circunscribir este problema al Partido Socialista. No hay más que repasar la historia más reciente del Partido Popular para encontrar personajes involucrados en escándalos. Si queremos regenerar nuestra vida pública, hay que comenzar a repensar cómo funcionan los partidos. De hecho, sería bueno que el Partido Popular explicara en su congreso qué piensa hacer desde su organización para que no se repitan casos como la Gürtel, la Púnica o la Kitchen.

Volviendo al artículo que publicamos en este periódico hace 22 años, la duda sería: ¿por qué las primarias no fueron la solución? En primer lugar, no es cierto que esta forma de selección de líderes genere liderazgos sin ataduras. Nadie gana unas primarias por sí mismo, sino que necesita un mínimo de organización y una estructura territorial. Y es aquí donde nacen las hipotecas que no vimos en su momento.

En segundo lugar, las primarias tienen debilidades que no son ajenas a la misma democracia: el abuso del poder. Si los líderes no tienen contrapesos, las organizaciones políticas se acaban jibarizando, reduciéndose a un ejército de fieles con escasa capacidad de autocrítica. Es por ello que en democracia tan importante es la participación como la pluralidad. Es decir, tan importante es que los ganadores asuman la dirección del partido como que los perdedores no sean perseguidos y expulsados de la vida interna de la organización. Se hacen necesarios órganos de representación que reproduzcan la pluralidad del partido. Es difícil que las críticas emerjan, cuando los que tienen pensamiento propio han sido apartados.

Por lo tanto, las primarias solo serán un buen mecanismo para combatir la selección adversa en los partidos si se ven acompañadas de contrapesos dentro de la estructura. Esto implica que los órganos de representación cumplan realmente su función y no se reduzcan sólo a los más afines. Si la pluralidad es sustituida por la uniformidad, no solo se pierde dinamismo y viveza, sino que además la democracia interna se resiente y los mecanismos de control interno dejan de funcionar. Si el único criterio de selección a la hora de prosperar en un partido es la lealtad mal entendida al líder, la organización se acabará llenando de personas que entraron en política por razones equivocadas.

En definitiva, la política es en estos momentos una actividad que expulsa a mucho de su talento, tritura a personas bienintencionadas y, en ocasiones, promociona a individuos con códigos de conducta despreciables. Los máximos responsables de que esto suceda son los partidos políticos. Si no cambian su funcionamiento interno, estaremos condenados a tener un caso Koldo o un caso Púnica cada cierto tiempo. Por ello, para regenerar nuestra vida política, se hacen necesarios cambios en los partidos. Es cierto que alguno puede tener la tentación de eliminar la participación de la militancia y devolvernos a modelos del pasado. Pero en ningún sitio está escrito que los líderes y los cuadros se equivoquen menos que los afiliados. De hecho, por esa lealtad mal entendida, en los últimos años hemos visto como las propuestas de la militancia a la hora de elaborar las listas electorales son cambiadas por la dirección con el objetivo de poner solo a los más afines. Y es en este comportamiento donde la pluralidad y el control interno se resienten, puesto que se promociona a personas no por su valía o por su apoyo interno, sino únicamente por su cercanía al líder, algo que está muy alejado del ideal de una democracia.

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