Bombas de distracción
La atención del mundo ha virado ante la escalada bélica en Oriente Próximo, tan imprevisible como poco razonada


Hay que reconocerle al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, el dominio de los tiempos políticos. En una auténtica proeza ha logrado que el mundo rebaje la presión sobre el castigo al que ha sometido a los gazatíes. Se había alcanzado un grado tal de crueldad que ya nadie dudaba en calificar la matanza de genocidio. Sometidos a la hambruna, los palestinos recibieron unos lamentables envíos de alimentos coordinados por una empresa sin crédito internacional. Y por si fuera poco, las aglomeraciones de gente desesperada se resolvían con disparos que han dejado centenares de muertos solo entre los que buscaban desesperadamente algún alimento. Todo esto está ocurriendo al día de hoy, pero en otro giro estratégico, Netanyahu ha logrado que no se hable de ello. Estados Unidos ha decidido unirse al castigo aéreo sobre Irán. La distancia física entre países y la falsa audacia de sus líderes ha convertido el intercambio de misiles y ataques aéreos en una grotesca escenificación de fuerza.
La atención del mundo ha virado ante la escalada bélica, tan imprevisible como poco razonada. El presidente Trump ha perfeccionado su juego de negociador y agresor. Su actuar es caótico y caprichoso, aunque cuenta con la ventaja de presidir la economía más rotunda del mundo y el ejército más poderoso. No hay que olvidar que en su anterior mandato presidencial rechazó un acuerdo de control nuclear con Irán que ya estaba pactado con los aliados europeos. Y al día de hoy se hace imposible volver a firmarlo, porque el tiempo y el error de cálculo de EE UU han empeorado las cosas. Irán parece modular su respuesta, en franca debilidad ante sus atacantes, pero todo ello no implica que vaya a renunciar a la espiral atómica. La promesa de Trump mantener a EE UU apartado de nuevas guerras suena tan poco convincente como aquella en la que aseguraba que lograría el fin de la agresión rusa con un pacto inmediato con Ucrania en menos de 24 horas tras llegar a la presidencia. Burlado por el taimado Putin, hace semanas que decidió desentenderse de ese horror, como si no fuera con él.
Es tal el grado de inmoralidad con el que se está desarrollando este episodio de guerra que ni tan siquiera se valora el peligro de una fuga radiactiva tras los bombardeos de supuesta precisión. El presidente estadounidense, con su verborrea habitual de autoritarismo, ha mencionado la posibilidad de asesinar al líder supremo de la dictadura iraní, pero el descabezamiento de la cúpula militar y de varios ingenieros nucleares no van a impedir su relevo inmediato. Todo esto va modelando un estado de ánimo mundial en el que ya se acepta cualquier abyección sin la menor crítica, como una fatalidad que el tiempo moderno ha venido a dejarnos a la puerta de casa. En el colmo del cinismo, el Gobierno israelí convoca a los ciudadanos de Irán para que protagonicen un golpe contra el régimen que los oprime. Pero todo el mundo sabe que este ataque externo refuerza el patriotismo zopenco de las masas. No hay causa más anhelada que la libertad de los iraníes, sometidos a un régimen tiránico que se ha cobrado cientos de víctimas civiles. Sin embargo, no hace falta recordar el resultado de la invasión de Afganistán, hoy de nuevo en manos del poder talibán, para comprender que la implantación de la democracia y el respeto a los derechos humanos es la última de las preocupaciones tras este nuevo frente de guerra abierto.
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