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Columna
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Ni novias ni amigas: son prostitutas

A algunos parece haberles escandalizado más las palabras que los hechos

José Luis Ábalos y Koldo García
Ana Iris Simón

Hay quien dirá que es porque somos el país más putero de Europa, quien culpe al heteropatriarcado y quien lo achaque a la riqueza del castellano; supongo que cualquier diagnóstico depende, en última instancia, de la caridad que haya en el ojo de quien lo emite. El caso es que en español tenemos 101 maneras de referirnos a las prostitutas. Así lo ratificó la artista Joana Baygual, que en 2017 publicó Puta, un diccionario ilustrado.

Pues bien: ninguna parece servirle a algunos medios y colegas periodistas, que siguen hablando de las amigas o las novias de Ábalos y Koldo. Quiero pensar que no es por remilgos victorianos sino por cuestiones legales, pero un compañero llegó a decirme que evitaba llamarlas prostitutas porque “quizá ellas no se sentían así”. Me quedé muda; me recordó a cuando mi padre bromeaba diciendo que él no era cartero sino técnico de reparto a pie.

Hay quien se refiere a ellas, seguramente con buena intención, con el genérico “mujeres”. Como Rosa Villacastín, que la semana pasada escribía en X que “escuchar los audios de Ábalos y Koldo hablando de mujeres da verdadero asco”. Y claro que da verdadero asco, y claro que hablan de mujeres, pero no de mujeres cualquiera ―paradójicamente, pues cualquiera es uno de los sinónimos recopilado por Baygual―: Ábalos y Koldo hablaban de prostitutas. Y lo menos grave que hacían esos dos pájaros en relación a ellas era hablar así. Según el abolicionismo, una de las ideas fundamentales del feminismo del PSOE, lo que venía después era pagar por violarlas.

Pero a algunos parece haberles escandalizado más las palabras que los hechos, algo por otra parte muy contemporáneo. Recuerdo que, hace unos años, tuve que defender ante un compañero haberme referido a la sociedad en la que vivíamos como eugenésica porque el 90% de los niños con síndrome de Down sean abortados. Se le hacía más grave ponerle nombre al fenómeno que el fenómeno en sí; más escandalosa la palabra que lo designa con precisión que el hecho.

Eso mismo parece ocurrirle al presidente del Gobierno con el harén de sus hombres de confianza. En la segunda carta de Pedro a los militenses escribía que “ningún militante (...) puede mirar con indiferencia (...) el machismo que proyectan algunas declaraciones conocidas, totalmente incompatibles con los valores progresistas y profundamente feministas de nuestra organización”. A día de hoy, Sánchez no ha hecho mención explícita a las putas pagadas con dinero público más que por lo que sus escuderos decían de ellas. Ni nos ha pedido perdón a los españoles por pagarle los polvos a escote a la banda del Peugeot, ni a las prostitutas por haber contribuido a la que su partido considera una explotación intolerable.

En estos días resulta casi imposible no acordarse de las abolicionistas del PSOE, mujeres como Carmen Calvo, Adriana Lastra o Andrea Fernández, que han trabajado duro con el objetivo de que nadie pueda pagar para hablar de nadie como si se tratara de ganado, de que nadie pueda violar a una mujer a cambio de un billete. Todas ellas, por cierto, fueron purgadas. También resulta inevitable preguntarse quién sabía y calló. Quién puso por delante el partido a las ideas que presuntamente lo sustentan.

Que a día de hoy sigamos sin saber quién es M. Rajoy es sin duda una vergüenza nacional. Pero no lo es menos que, cuatro años después, Pedro Sánchez siga sin aclararnos por qué destituyó a Ábalos.

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Sobre la firma

Ana Iris Simón
Ana Iris Simón es de Campo de Criptana (Ciudad Real), comenzó su andadura como periodista primero en 'Telva' y luego en 'Vice España'. Ha colaborado en 'La Ventana' de la Cadena SER y ha trabajado para Playz de RTVE. Su primer libro es 'Feria' (Círculo de Tiza). En EL PAÍS firma artículos de opinión.
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