El débil ‘hombre fuerte’ de Estados Unidos
El carisma de Donald Trump solo funciona dentro de su país. Fuera es irrelevante porque no puede hacer que China, Rusia, Canadá o México se sometan a su voluntad


En los últimos dos meses, los inversores han encontrado una nueva estrategia bursátil, basada en una regla sencilla: TACO, o “Trump siempre se acobarda” (en inglés, Trump Always Chickens Out). El presidente estadounidense amenaza con imponer enormes aranceles a amigos o enemigos por igual, o con destituir al presidente de la Reserva Federal, y luego termina echándose atrás cuando el látigo del mercado impone su disciplina implacable. A continuación insiste con los aranceles, solo para echarse atrás otra vez.
La pauta trasciende la economía. De hecho, es el rasgo saliente de la presidencia de Donald Trump. Pero Trump no es un simple cobarde. Es un “hombre fuerte” débil; y tal vez los adversarios de Estados Unidos lo entiendan mejor que la mayoría de los estadounidenses.
Muchos estadounidenses temen a Trump, y por consiguiente imaginan que otros también deberían hacerlo. Pero fuera de los Estados Unidos, nadie teme a Trump en sí. Los amigos de Estados Unidos temen a un pirómano que destruye lo que otros han creado. Y los enemigos de Estados Unidos celebran la destrucción generada por Trump y por el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) de Elon Musk. Tras la reciente renuncia de Musk, Alexander Dugin (principal ideólogo del Kremlin) lamentó su partida: “el DOGE hizo un gran favor al mundo entero liquidando la USAID [la agencia de cooperación internacional de EE UU] y los departamentos de Salud y Educación”.
Trump es fuerte en un sentido relativo; después de destruir instituciones, lo que queda es su presencia. Pero es débil porque tras la destrucción de los departamentos del Gobierno responsables del dinero, de las armas y de la inteligencia, Estados Unidos se queda sin herramientas reales para lidiar con el resto del mundo. En televisión hace el papel de un hombre fuerte (y es un actor de talento). Pero su única fortaleza es la actitud sumisa de sus espectadores. Su actuación alienta un sueño de pasividad: Trump se encargará de corregir lo que haya que corregir.
Es verdad que el carisma de Trump es una especie de fuerza. Pero no es aplicable a ningún problema, y fuera de los Estados Unidos es irrelevante. Los partidarios de Trump podrán pensar que Estados Unidos no necesita amigos, porque puede intimidar a sus enemigos sin ayuda. Pero ya hemos aprendido que Trump no puede hacer que Canadá o México (mucho menos China, Irán o Rusia) se sometan a su voluntad.
Eso solo funciona en casa. Trump lleva años usando los actos políticos y las redes sociales para inspirar violencia errática contra sus adversarios internos. El resultado ha sido una purga espontánea del Partido Republicano y la creación de una cohorte de congresistas dóciles. Quienes se someten a Trump lo perciben como un hombre fuerte, pero solo están experimentando su propia debilidad. Y esta no puede convertirse por arte de magia en fortaleza en el resto del mundo.
Con todas sus mayúsculas y signos de exclamación, los mensajes que Trump ha dirigido en las redes sociales al presidente ruso Vladímir Putin en los últimos meses para exigirle que ponga fin a la guerra en Ucrania no han tenido ningún efecto en el estado emocional de Putin, mucho menos en las políticas rusas. Y la incitación estocástica a la violencia no incidirá en los líderes extranjeros. Nadie en Irkutsk va a amenazar a Putin o hacerle daño porque Trump haya publicado algo en Internet.
En un acto de generosidad, se podría interpretar una publicación de Trump con amenazas de sanciones como una medida política. Pero las palabras solo importan cuando detrás realmente hay una política, o al menos la posibilidad de que se la formule. Para eso se necesitan instituciones con personal capacitado. Y la primera política de Trump fue despedir a quienes tendrían la capacidad para diseñar y poner en práctica una política. Por ejemplo, muchas de las personas que sabían algo sobre Ucrania y Rusia ya no forman parte de su gobierno.
Su lugar lo ocuparon los torpes intentos de Trump de hacer concesiones a Rusia respecto de la soberanía ucrania por su cuenta, sin Ucrania y sin ningún aliado. Y no funcionó. Su posición era tan débil que obviamente, Putin dio por sentado que podía conseguir más y acto seguido intensificó la agresión rusa a Ucrania. Trump es una oveja con piel de lobo, y los lobos perciben la diferencia.
Es una verdad evidente, pero hay que decirla bien claro: nadie en Moscú cree que Trump sea fuerte. Incluso queriendo, Trump no podría lanzar una amenaza creíble a Rusia sin instituciones operativas y funcionarios competentes. Por ejemplo, para que las sanciones funcionen necesitaría más (no menos) gente dedicada a la tarea. Además, las potencias extranjeras tendrían que creer que el Departamento del Tesoro no es el mero juguete de un multimillonario estadounidense. Por desgracia, los servicios de inteligencia extranjeros leen los diarios.
Tal vez los estadounidenses se contenten con ignorar el hecho de que la capacidad estatal necesaria para hacer frente a los adversarios se ha eliminado o entregado a personas cuya única calificación es la lealtad absoluta a Trump. Pero la destrucción de las instituciones del poder estadounidense crea una estructura de incentivos muy simple para los enemigos de Estados Unidos. Los rusos anhelaban el regreso de Trump a la Casa Blanca, porque consideran que Trump debilita a Estados Unidos. Ahora lo ven desmantelar la CIA y el FBI y poner a gente como Tulsi Gabbard, Kash Patel y Pam Bondi a cargo de la inteligencia y de fiscalizar la legislación federal, y naturalmente concluyen que el tiempo está a su favor.
Por eso Putin ignoró las demandas de Trump de un alto el fuego en Ucrania; y si lo hubiera, Rusia lo aprovecharía para preparar la próxima invasión. Putin confía, con razón, en que Estados Unidos, neutralizado por Trump, será incapaz de responder, que los europeos estarán distraídos y que tras años de guerra, a los ucranios les será más difícil volver a movilizarse.
Lo que vale para Rusia también vale para China. El débil hombre fuerte está colaborando con la República Popular. Antes de Trump no corrían buenos tiempos para China. Aunque una generación de estadounidenses ha temido que China superara a Estados Unidos como potencia económica y militar, los últimos años las líneas de tendencia ya no eran tan claras, o incluso se habían invertido. Pero ahora que Trump se ha lanzado a destruir la capacidad estatal estadounidense, China tiene al alcance de la mano lo que antes le hubiera costado conseguir.
Tal vez la estrategia TACO beneficie a Wall Street en lo inmediato, pero un débil hombre fuerte solo traerá pérdidas. Los seguidores de Trump tal vez crean que ha convertido a Estados Unidos en un gigante entre las naciones, pero la verdad es todo lo contrario. Como hombre fuerte destruye las normas, las leyes y las alianzas que han evitado la guerra; como hombre débil, invita a que esta ocurra.
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