¿Elecciones para qué?
Si la intención de Sánchez es culminar la legislatura, la situación pide a gritos una crisis de gobierno y otra forma de enfrentarse a los escándalos


Se supone que los políticos leen las encuestas con más atención que cualquiera de nosotros. Parece, sin embargo, que solo les interesa de ellas su posición relativa respecto de las de sus contrarios. De lo que no se enteran —o no quieren enterarse— es de lo que la mayoría de la población piensa de su profesión, de qué tan bajo ha caído la confianza en la política, ya se trate de la que practica el Gobierno como la oposición. Miren las encuestas, los datos de desconfianza hacia la política institucional lo reflejan con una crudeza espectacular. No se trata de rellenar de porcentajes esta columna, pero, créame, recuperar la fe en la política se ha convertido en la necesidad más acuciante para la supervivencia y el mejoramiento de los sistemas democráticos. Aquí y en otros lugares.
Esto por un lado. Por otro, basta perseguir mínimamente la política nacional para tomar conciencia enseguida de que han elegido la vía más rápida para impedir que se cierre esta brecha. El reciente caso Leire/Dolset/Aldama como espectáculo del absurdo político parece haber sido diseñado desde el Kremlin para desprestigiar nuestro modelo político. No se entiende, por tanto, que no se tomaran antes medidas contundentes y cayeran cabezas en el propio organigrama del PSOE, por ejemplo. Ya se tardó en el caso Koldo/Ábalos y de esos polvos vienen estos lodos. Nada como un reset cuando el ordenador no responde. Si la intención de Sánchez es, en efecto, culminar la legislatura, la situación pide a gritos una crisis de gobierno y otra forma de enfrentarse a los escándalos. Sobre todo, porque opaca cualquier otra actividad que emprenda.
Otro ejemplo, la Conferencia de Presidentes de Barcelona. Pocas oportunidades como esta para ofrecer a la ciudadanía uno de esos raros momentos en los que la preocupación por el bien público podía anteponerse al de partido. Después de la experiencia de la DANA y de los desacuerdos entre Comunidades y gobierno central, presentar una imagen de unidad hubiera ido más en beneficio de todos y cada uno de los partidos ahí representados, que el espectáculo ofrecido. En vez de presentarse ideas y propuestas de cooperación, la actitud de Ayuso dirigida a impugnar lo que es el ejercicio de un derecho de determinadas Comunidades o la insistencia casi histérica de todos los representantes populares en reclamar elecciones fue otro tiro en el pie para el prestigio de los políticos.
“¿Elecciones para qué?” Esta sería la pregunta que se haría cualquiera de los millones de ciudadanos desencantados y con tendencia al cinismo político que van creciendo en nuestras democracias. Esta legislatura comenzó con el error de levantar un muro entre la coalición de gobierno y los grupos de la derecha. ¿Alguien nos asegura que si cambia la relación de fuerzas no se actuará de forma similar, que no seguiremos asistiendo a las mismas teatralizaciones? O, ¿sabemos realmente cuál es la alternativa? Desear que gobiernen “los nuestros”, los que se ajustan a nuestras ideas e intereses, es natural; también lo es el sujetar al gobernante a responsabilidad, criticarlo a fondo o que se extiendan los enfrentamientos, incluso a cara de perro, entre las facciones encontradas. Lo que no se entiende es que el hábito de la confrontación y el partidismo desaforado anule las dimensiones más nobles de la política hasta convertirlas casi en algo anecdótico. Agarrarse al poder o desearlo de forma desesperada no es la única forma de hacer política. Podemos elegir entre dos modelos de combate: el de Alien frente a Predator, como han presentado las redes la lucha entre Musk y Trump, o el que nos ofrecerán esta tarde Alcaraz frente a Sinner. ¿Cuál prefieren que impere en nuestra política?
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