Apariencia o realidad
La interpretación que hace el Gobierno de la situación política es una de las posibles. Hay otra: que las cosas sean sencillamente lo que parecen


La cacería ha comenzado. En un ejercicio de coordinación sin precedentes en democracia, decenas de jueces y la práctica totalidad de los medios de derechas han iniciado una estrategia para desestabilizar al Gobierno más progresista de nuestra historia reciente. Los herederos del franquismo sociológico —aquellos que consideran que el poder les pertenece por defecto— no toleran ni el progreso social ni el avance en derechos. Por este motivo, han tratado de emplear la bandera más valiosa del PSOE, su inmaculada historia y su persistente combate contra la corrupción, para erosionar al Ejecutivo.
Leire Díez es solo una militante de base sin relevancia orgánica ni sueldo a cargo del partido. Que haya ocupado puestos de responsabilidad y de libre designación en empresas públicas es una casualidad a la que algunos están intentando sacar rédito. Su robusto currículum y su sólida trayectoria como periodista hacen al menos verosímil la tesis de que se encontrara realizando una labor de investigación para escribir un libro. El PSOE hace bien en subrayar que el expediente informativo no entrañará ninguna medida cautelar, ya que la presunción de inocencia es uno de los pilares de nuestra democracia. Cualquier comparación con la suspensión de militancia de Nicolás Redondo o de Joaquín Leguina es una analogía imperfecta alimentada por la creciente máquina del fango.
La imputación del fiscal general del Estado o el calvario judicial al que están sometiendo a José Luis Ábalos no son más que infundios promovidos por aquellos nostálgicos que todavía sueñan con mantener a su esposa atada a la pata de la cama. Son los mismos que le afean al expresidente Zapatero su amistad con Delcy Rodríguez, como si la contradicción no pudiera ser legítima. No duden, además, de que quienes cuestionan que un hombre de costumbres sencillas como Koldo medrara en el PSOE lo hacen movidos por un clasismo recalcitrante, que no admite que un portero de “discoteca” pueda ocupar un papel relevante en el partido.
A la campaña de las webs ultraderechistas se han sumado cabeceras liberales y conservadoras que en otro tiempo tuvieron prestigio, pero que ahora han decidido arrimar el hombro siguiendo la invitación de Aznar: quien pueda hacer, que haga. Menos mal que, por fortuna, nos queda la televisión pública para fiscalizar a los poderes fácticos y ejercer un periodismo independiente y de calidad.
Hasta aquí, una interpretación posible de lo que ocurre. Hay otra: que las cosas sean sencillamente lo que parecen.
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