Una maleta para huir
Durante muchos años no he hecho otra cosa que seguir sus antojos, que me han llevado a lugares terribles, fabulosos, inolvidables


En mis correrías por el mundo siempre he viajado con una maleta muy pequeña y, puesto que el espacio infinito es algo mental, dentro de ella cabía todo el universo. En cualquier viaje es la maleta la que manda. Creo que todas las maletas, como los zapatos, llevan dentro un sueño de libertad, una forma de huida, que al final del viaje se cumple o no se cumple, todo depende si has sabido convertir esa experiencia en una escapada por dentro de ti mismo. Mi pequeña maleta era de color marrón gastado, como un perro despeluchado de raza desconocida, lo que le permitía no llamar la atención ni ser objeto de ningún deseo al pasearse por la cinta de los aeropuertos. Como sucede con los perros cuando huelen a una hembra en celo, a veces la perdía, daba la vuelta al mundo y al final un empleado de las líneas aéreas me la traía a casa. Antes estaba siempre pegada al pie de la mesa de trabajo; me bastaba con bajar la mano para acariciarla y ella me hablaba con una voz que solo yo entendía. De pronto una mañana me decía: “Anda, vámonos”. Su voz era tentadora y a la vez imperativa, y yo la obedecía de forma automática. La abría sobre la cama y la llenaba con la muda, tres camisas, tres calzoncillos, tres pares de calcetines, el cepillo de dientes, la maquinilla de afeitar y tal vez algún libro, si bien cuando viajaba a un país desconocido sólo me interesaba leer el libro que la gente lleva escrito en su rostro. Durante muchos años no he hecho otra cosa que seguir sus antojos y en su huida me ha llevado a lugares inolvidables, unos terribles, otros fabulosos, a los vestíbulos de viejos hoteles en las ciudades más fascinantes que han dejado pegadas a su piel algunas etiquetas de aquellas escapadas. Ahora, ya no viaja, pero en medio del aire fétido que emana la política de este país a veces me incita a la huida; en ese caso me basta con abrir esa vieja maleta y encuentro dentro de ella todavía la libertad y la imaginación que me permite huir sin levantarme de la silla.
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