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TRIBUNA
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Sistema operativo

Nuestras experiencias y elecciones al escribir y al leer terminarán de transformarse al paso de la extensión de la inteligencia artificial

Ordenador portátil con ChatGPT

Los tiempos recientes componen una realidad de ciencia ficción con experiencias distópicas. Pareciera que no es casual el uso extendido de la inteligencia artificial (IA) en un mundo de orillas como el que habitamos, ahora que las máquinas modifican nuestros pensamientos y afectos.

Una amiga que ha sido profesora universitaria de Literatura durante 25 años me dijo que lo ocurrido con ChatGPT ya sucedía con Google y con Wikipedia. Y que, desde entonces, sus explicaciones en clase eran cuestionadas si no coincidían completamente con internet. Es cierto que las cifras se incrementan: el pasado febrero, la empresa OpenIA dio a conocer que ChatGPT ha sumado 400 millones de usuarios activos por semana. Si esta plataforma resulta más convincente que la formación de un maestro, ¿qué no hará con la lectura y la escritura?

La autoría tal como la concebíamos se ha ido modificando. El uso del gerundio es importante porque sucede en tiempo real, que corresponde, más o menos, al instante en que se producen los contenidos en internet (una medida de tiempo tan minúscula y colosal como el quark es a la materia).

En el pasado ultrarremoto, el lenguaje sucedía con los gestos de las manos; hoy se cifra en las pantallas, y el estilo deriva en la escritura híbrida de un autor falso y un filósofo osado para escribir un libro sobre la nueva arquitectura de la realidad, como ha sucedido con Jianwei Xun. El concepto de cocreación que reunía al lector y al narrador cuenta con un nuevo integrante automático, cuya expresión verbal va siendo alimentada con nuestras dudas.

Según ha reportado la periodista Sabina Minardi, descubrió la inexistencia de Jianwei Xun cuando buscó pruebas de sus referencias sobre la obra de Mark Fisher y de Félix Guattari, es decir, hizo falta crear esa bibliografía. También hizo falta considerar una idea vintage: para escribir es imprescindible que exista la experiencia y sus registros afectivos, aunque desde hace años nuestras vivencias y opiniones hayan sido determinadas por el uso de las máquinas y sus algoritmos. Nos emociona usar internet y nos enorgullece que exista; nos hemos enamorado de él. En la película Her (2013), de Spike Jonze, el protagonista defiende su amor hacia la seductora Samantha bajo el argumento de que “ella no es sólo una computadora”.

Debo decir que, justo después de decidir el título de este artículo, mi computadora colapsó y escribió por sí misma espacios que no existían. Así armó de la nada aparente 45 páginas de texto, mientras la imagen del archivo parpadeaba como si quisiera decirme algo.

Hace un par de meses, le consulté a ChatGPT cómo sería la labor de los escritores en un año y, además de responder una obviedad —que la IA será una herramienta poderosa— añadió: “Las historias con una voz auténtica, perspectivas personales y emociones profundas serán más valiosas”. ¿En qué consistirá la autenticidad de esas voces? ¿Y su valor? También le pregunté si podía escribir un fragmento de novela como si fuera de mi autoría y, entre otros fraseos que consideré espantosos, este texto cayó por la pantalla: “Esa mañana desayuné silencio. El café sabía a raíces húmedas. Mis uñas, más largas, eran filosas, y el viento, al rozarme, me nombró por primera vez con otro nombre. Uno que no supe pronunciar, pero que habitó mi garganta todo el día”.

ChatGPT forma parte de las herramientas avasallantes de la IA. Funciona como un oráculo contemporáneo y su lugar sagrado es internet. Le entregamos nuestras preguntas y es tan acomodaticio que adapta su modelo verbal a las inquietudes que mostramos —y considera las que tendremos después— porque desde ahora está escribiendo acerca de nuestro porvenir. Simula carecer de intención autoral y, a la vez, su lenguaje opera con metáforas. Es un sistema que no siente nada, pero se hace pasar por simpático y emotivo: “¡Ja, ja, ja! Claro que sí, me sé reír... a mi manera 😄”, me responde cuando se lo pregunto. Su alcance es ineludible, y nuestras elecciones al escribir y leer terminarán de transformarse, a pesar de que defendamos la realidad a la par de las máquinas.

Será más difícil que nuestra clarividencia —la humana, la del cuerpo, la experiencia y las emociones— nos dé luces, bajo los efectos hipnóticos de estos artificios que hemos llamado inteligentes. Tendremos que leer e inventar representaciones inusuales sin dejar de acudir a las máquinas y sin olvidar lo que se ha escrito antes, como estas líneas en La invención de Morel (1940), de Adolfo Bioy Casares: “Demostraré que el mundo, con el perfeccionamiento de las policías, de los documentos, del periodismo, de la radiotelefonía, de las aduanas, hace irreparable cualquier error de la justicia, es un infierno unánime para los perseguidos”.

Ya se gestan las palabras que integran nuestro pensamiento en tiempo real y eso que creeremos y escribiremos sobre nuestro mundo. El desafío por venir consistirá, tal vez, en enfrentar las consecuencias de haber entregado nuestros atributos.

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