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tribuna
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Las dos orillas de Anguita y las de Podemos

La divisoria de la izquierda ya no está en el neoliberalismo, sino en el dilema entre la guerra y la paz

Julio Anguita saludaba al entonces secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, en un mitin en Córdoba en 2016.

Había dos orillas, exponía Julio Anguita. Una, el neoliberalismo; la otra, sus enemigos. En la segunda estaba Izquierda Unida y podía estar el PSOE, si honraba sus siglas; pero estas, herencia de un tiempo en el que el centenario partido había hecho revoluciones, no debían ser salvoconducto para un pacto automático. El acuerdo debía poder darse o no, y apoyarse en firmes compromisos programáticos si se daba. IU debía perder el miedo a ser acusada de responsable de que gobernara la derecha —de hacer “pinza” con el PP—, si no se daba. La colusión fáctica entre el PP de Aznar y el PSOE de González, teóricos rivales, pero agentes de neoliberalización por igual, no era una pinza, sino un tendal, un tendedero lleno de ellas, replicaban con humor los anguitistas en Asturias.

La suerte de esta estrategia fue dispar. Propulsó a IU a resultados récord, pero también provocó tensiones internas e incluso una escisión: Nueva Izquierda, que acabaría integrándose en el PSOE. Y los buenos resultados se disolvieron después de 1996. Anguita dimitió en 2000 y después vino una IU que recuperó la buena sintonía con el Partido Socialista, que la tuvo mayor que nunca, de hecho; un PSOE que, por lo demás, ya no era Reinosa, Roldán e Intxaurrondo, sino matrimonio gay y ley de memoria histórica. Pero la historia siguió corriendo y llegaron la crisis de 2008, los recortes y finalmente el 15-M y Podemos, con un nuevo discurso de equiparación de las dos mitades del bipartidismo. Ello reimpulsó la presencia pública de un Anguita devenido santo laico, venerado por su austera y rocosa moral y también como la Casandra que, en la borrachera thatcherista de los noventa, en medio de los escombros del Muro de Berlín, había sido el aguafiestas que había hecho una serie de advertencias ignoradas, ahora cumplidas, y había trazado un camino.

Tras su fallecimiento, en 2020, la devoción se intensificó, libre del lastre de la posibilidad de que Anguita, a quien le desagradaba, disintiera de ella y de quienes la utilizasen para legitimarse, y tratara de ahogarla. Con Pablo Iglesias aseguran sus allegados que acabó decepcionado; pero, muerto, ya no podía manifestarlo ni revolverse contra su entronización como El Ausente de la formación morada, su mito legitimador. Ante cada nueva disyuntiva, tras cada nuevo viraje, se alza la pregunta de what would Anguita do, y se responde que exactamente lo que se ha decidido hacer.

Podemos promueve hoy un nuevo discurso de dos orillas, no ya con el neoliberalismo, sino con la guerra como divisoria. El “belicismo” en una orilla y en la otra la paz, invocada de idéntica manera genérica; Podemos como su único bañista, que desde ella arquea y junta las manos y las lleva a la boca para invitar a voces a unírsele a aquellos a los que su grupo de amigos ha arrastrado a sumergirse en la ribera opuesta, pero no acaban de estar cómodos. “Julio Anguita nos pidió muchas veces que pensásemos en las dos orillas. Hoy esas dos orillas son la guerra y la paz”, explicita Irene Montero, y el objetivo es evidente: Izquierda Unida, convencerla de abandonar Sumar —hiriendo de muerte a la ya muy decaída plataforma— y engordar una candidatura liderada por el tándem Montero/Belarra. No es improbable que lo consigan, porque en IU hay poca gente que no desconfíe de Podemos, o a la que no irriten sus desaires —como dar plantón a un homenaje a Anguita—, pero hay menos aún a la que no atemorice ver colgados del cuello sendos sambenitos que los morados prodigan: “otanista” y traidor a la memoria de Anguita. IU nació contra la OTAN: nada más identitario, nada menos discutible; la coalición ha tenido siempre muchos “mundos”, socialistas marxistas o cristianos, federales o centralistas, gobernistas o movimentistas; ha tenido hasta carlistas, pero el clavo del abanico era el rechazo a la Alianza Atlántica.

La España y el mundo de 2025 son muy diferentes de los de 1996, replican quienes rechazan estas exhortaciones. La derecha que el anguitismo estaba dispuesto a que no le importase que llegase a gobernar era el Aznar del “viaje al centro”, que elogiaba a Azaña: el privilegio de saber qué Aznar vendría después solo lo tenemos nosotros. La derecha a la que hoy pueden catapultar las guerras intestinas de la izquierda cita a Ramiro Ledesma, protege y restaura monumentos fascistas, aplaude el genocidio palestino y es aliada y enaltecedora de gobiernos que prohíben los desfiles del Orgullo o dinamitan el Estado del bienestar. El Gobierno del PSOE al que se combatía en los noventa era aquel con el que había roto incluso la UGT de Nicolás Redondo; el actual, mejor o peor, es la última isla progresista de Europa, y una de las pocas de “un planeta con la forma de un matadero, o un matadero del tamaño de un planeta”, como sentencia Jónatham F. Moriche en Los años del derrumbe. No nos acecha un dóberman, sino un dinosaurio con hambre atrasada.

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