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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Sudán, dos años de terror civil

La comunidad internacional no puede seguir ignorando una guerra que ha generado 12 millones de refugiados

Una mujer cuida de varios niños en un campamento de desplazados en la ciudad de Tawila, en Darfur del Norte, el 15 de abril.
El País

La peor crisis humana que vive el mundo está muy alejada de los principales titulares. Sobre la guerra civil que padece Sudán desde hace dos años cuesta trabajo decidir si son más terribles las cifras o la indiferencia global ante el conflicto. Probablemente, si todos los habitantes de Suecia o de Portugal hubieran tenido que abandonar sus hogares por miedo a una muerte segura, las instituciones internacionales se harían eco constante de ello. No es el caso de Sudán, con 12 millones de refugiados. Respecto al número de muertos las comparaciones son más complicadas, porque las cifras van desde los 20.000 contabilizados por la Organización Mundial de la Salud en estos dos años a los 150.000 que maneja el enviado especial de EE UU para Sudán, Tom Perriello.

Oficialmente, esta nueva y devastadora guerra civil se inició el 15 de abril de 2023 cuando en todo el país se generalizaron los combates entre el gubernamental Ejército sudanés, protagonista de varios golpes de Estado en los últimos años, y los paramilitares de las Fuerzas de Apoyo Rápido, una milicia acusada en el pasado de crímenes de guerra como las matanzas de Jartum en 2019, que había sido más o menos leal al régimen hasta ese momento. Desde entonces, ambos cuerpos armados se han enzarzado en un mortal enfrentamiento en el que los civiles tienen la misma consideración que cualquier otro elemento material en el campo de batalla: si no es utilizable, se le destruye. Así, la toma por parte de los paramilitares de Zamzam, el mayor campo de desplazados de Sudán, ha causado en las últimas semanas un nuevo éxodo en la región de Darfur. En su asalto, las Fuerzas de Apoyo Rápido han arrasado al menos 1.700 kilómetros cuadrados de terreno y obligado a huir a miles de personas. Unos 300.000 desplazados, según la ONU, se encuentran en la localidad vecina de Tawila.

Como es habitual, a la muerte violenta se suman otras amenazas no menos destructivas en un país tristemente habituado a batir récords de horror. Casi 25 millones de personas, aproximadamente la mitad de la población del país, no disponen ni de comida ni agua suficientes para sobrevivir. Medio millón de ellas están permanentemente en una situación en la que no encuentran ambas cosas durante días. Las agencias internacionales no se arriesgan a calcular una cifra concreta de muertes diarias por inanición, pero sí estiman que ese grupo en riesgo extremo jamás disminuye porque, sencillamente, a los muertos los reemplazan otros sudaneses cuya situación material cae en lo más bajo. Nadie espera ya socorro, y con razón. En los primeros meses de 2025 apenas se ha conseguido hacer llegar el 7% de la ayuda humanitaria prevista. El año anterior ni siquiera se llegó a la mitad de lo estimado como imprescindible por Naciones Unidas. Mientras, los supervivientes tienen que sortear tanto la violencia sexual como el reclutamiento forzoso. El último “histórico acuerdo de paz” en Sudán se firmó en 2020. Ponía fin a 17 años de guerra civil. La actual ya lleva dos.

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