Las cartas sobre la mesa en el debate nuclear
Hablemos sobre el futuro de las centrales atómicas y del diseño del mercado eléctrico, pero con todos los datos y pensando en el interés general


El apagón eléctrico del 28 de abril ha intensificado la campaña contra el cierre progresivo de las centrales nucleares. Pero quienes culpan a las renovables y proponen las nucleares como solución carecen de evidencia que respalde sus postulados. Las causas del apagón, probablemente múltiples, son complejas y su diagnóstico solo será posible mediante un análisis riguroso de los datos por parte de los técnicos.
Los defensores de las nucleares argumentan que España no puede prescindir de una tecnología con “costes operativos reales muy competitivos” (según el Foro Nuclear), y que su cierre a 2035 encarecería la electricidad en 13 euros por megavatio hora (MWh), aumentando la generación con gas y las emisiones (según la consultora PwC). ¿Es esto incuestionable?
Los consumidores hemos pagado la energía nuclear al precio del mercado eléctrico, que no ha reflejado sus propios costes sino, la mayor parte del tiempo, los de la generación con gas. Por eso, quienes realmente se han beneficiado de esos costes “muy competitivos” no han sido los consumidores, sino las empresas propietarias en forma de mayores beneficios. Desde el acuerdo de cierre en 2019 hasta 2024, el precio medio de mercado percibido por las nucleares ha sido de 85 euros por megavatio hora, muy superior a sus costes, incluyendo impuestos.
El cierre de las últimas nucleares, Vandellós II y Trillo, no está previsto hasta 2035. Diez años son una eternidad en términos tecnológicos y energéticos. Cuantificar cómo se verán afectados los precios del mercado eléctrico para entonces resulta extraordinariamente complejo. ¿Cuántos centros de datos se conectarán a la red? ¿Cuánta energía consumirá la inteligencia artificial? ¿Cuánto hidrógeno se producirá con electricidad de origen renovable? ¿Se electrificarán el transporte y la industria? ¿Será realista la mejora en eficiencia energética prevista en el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC)? ¿Cuál será la cotización del gas, tan volátil? ¿Y del CO₂? ¿Cuánta inversión habrá en renovables y almacenamiento? ¿Y en interconexiones? Existen escenarios bajo los que el cierre nuclear tendría un impacto significativo sobre los precios eléctricos, y otros en los que el efecto sería menor.
Además, las previsiones no deben hacerse bajo planteamientos estáticos. Si cierran las nucleares, se abre espacio para nuevas inversiones en renovables y almacenamiento que no serían rentables si se prolongase su vida útil. La inflexibilidad de las nucleares para modular su producción dificultaría la integración de las renovables, provocando vertidos —energía limpia de muy bajo coste desaprovechada—. Por tanto, el cierre progresivo de las nucleares no tendría por qué implicar un aumento proporcional de la generación con gas ni de las emisiones.
Más allá de la dificultad de predecir un futuro incierto, hay un argumento que permitiría cuestionar el fuerte encarecimiento de la electricidad tras el abandono nuclear. Si fuera cierto, las empresas eléctricas serían las principales interesadas en el cierre: sus ciclos combinados operarían más y a mayores precios, elevando a la vez los beneficios de sus otras centrales.
Las empresas son conscientes de que en un mercado eléctrico dominado por las renovables no sería rentable invertir para alargar la vida de las nucleares. La causa son los bajos precios del mercado, no la fiscalidad, que en todo caso permite que se internalicen, y solo en parte, los costes que provocan las nucleares. Eximirles de esos impuestos sería equivalente a subvencionar la energía nuclear.
Así, lo que podría subyacer tras la campaña contra el cierre de las nucleares no sería solo el deseo de prolongar su vida útil, sino el de hacerlo con rebajas de impuestos o bajo una retribución garantizada, superior a la de mercado. El diseño del mercado eléctrico no ha sido cuestionado por las empresas mientras retribuía toda su producción eléctrica a los altos precios del gas, pero empieza a serlo cuando las renovables toman el relevo marcando precios muy inferiores. Además, por motivos de seguridad, alargar la vida útil de las nucleares conllevaría nuevas inversiones ante la obsolescencia de materiales y equipos, cuyos costes podrían acabar siendo sufragados por los consumidores.
Debatamos sobre el futuro de las centrales nucleares y del diseño del mercado eléctrico, pero hagámoslo con todas las cartas sobre la mesa y desde la perspectiva del interés general. Invertir en alargar la vida de las nucleares, ¿es necesario para garantizar el suministro eléctrico? ¿Cuál sería el coste para los consumidores? Y los supuestos beneficios de la nuclear, ¿compensarían los costes asociados a la gestión cada vez más compleja de un mayor volumen de residuos y a la probabilidad —por pequeña que sea— de un inasumible accidente nuclear?
Para la economía, la pregunta clave es cómo promover la competitividad vía menores costes energéticos. ¿Alargando la vida de las nucleares, o apostando por el despliegue masivo de renovables, almacenamiento energético e interconexiones, manteniendo la disponibilidad de los ciclos combinados como respaldo?
La transición energética es un factor clave de competitividad. Las energías renovables —junto a sus aliados indispensables, el almacenamiento y las interconexiones— permiten reducir los costes de la energía eléctrica tanto para la industria como para los hogares. Pero, además, un despliegue inteligente de estas tecnologías, y de la electrificación que vendrá de su mano, puede impulsar la creación de empleo y fortalecer el tejido industrial y empresarial.
Mario Draghi señalaba el elevado coste de la energía como uno de los principales lastres para la competitividad europea. En España, tenemos los recursos naturales para transformar esa maldición histórica en una bendición: sol, viento, agua y territorio disponible para desarrollar las energías renovables. ¿Vamos a seguir consumiendo gas y uranio importados, o a explotar de forma ordenada los recursos renovables que nos son autóctonos, utilizándolos como palanca de industrialización, creación de empleo, atracción de inversiones y, en definitiva, crecimiento económico?
La garantía de suministro es irrenunciable. Pero hasta la fecha no existe evidencia de que los mercados dominados por renovables sean más vulnerables a problemas de continuidad del suministro eléctrico. Tampoco hay base técnica para justificar la prolongación de la vida de las nucleares como respaldo al despliegue renovable. De hecho, sucede lo contrario: la inflexibilidad de las nucleares impide que su producción se adapte a las variaciones de la generación renovable, haciendo que la producción eléctrica sea menos segura y menos eficiente que si se recurre a alternativas más flexibles. Hoy también sabemos que, ante un cero eléctrico, no podemos contar con las nucleares para la rápida reposición del suministro eléctrico.
Si queremos un sistema eléctrico fiable y eficiente desde el punto de vista económico y medioambiental, reforcémoslo. Apostemos por más inversiones en renovables, con una red más robusta, e interconexiones y almacenamiento suficientes. Hagámoslo bajo la coordinación de un Transportista y Operador del Sistema eléctrico que disponga de todas las competencias y herramientas necesarias para cumplir su labor con eficacia. Y bajo un nuevo diseño de mercado eléctrico que refleje el verdadero valor —y coste— de cada tecnología, disminuyendo las incertidumbres a las que se enfrentan los inversores. No sacrifiquemos nuestra mayor oportunidad de competitividad en nombre de diagnósticos interesados.
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