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Columna
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Europa como exilio

Con todas sus flaquezas, sus iniquidades, su burocracia y su cinismo elitista, los europeos nunca hemos vivido mejor y más libres que con la UE

Manifestación europeísta en Roma, el pasado 15 de marzo.
Sergio del Molino

Más allá de todas las comparaciones impropias entre nuestro tiempo y los años de entreguerras de hace un siglo, lo que a mí me preocupa es que no encuentro un país donde exiliarme. Por muy desesperada que fuese la situación entonces, siempre había un París, un Londres o un México al que huir, pese a que la muerte de Walter Benjamin en Portbou, atrapado entre el nazismo y el franquismo, parezca desmentirlo. ¿A qué país me exilio si las fauces del monstruo me alcanzan?, le pregunté a Andrea Rizzi cuando publicó su ensayo La era de la revancha. Porque a todos les veo inconvenientes o son demasiado frágiles. Rizzi me respondió que me quede en la Unión Europea, que no hay sitio mejor para un demócrata.

¿Qué me iba a responder un europeísta como él? No es momento de tirar la toalla ni de pensar en fugas. Si nos marchamos antes de tiempo, Europa se quedará en manos de quienes nunca creyeron en la causa común, y la mayor amenaza interior no viene hoy ni de los nacionalistas, ni de la izquierda euroescéptica, ni de la derecha orbaniana y lepenista. El mayor peligro somos nosotros, los europeístas que damos por descontada la UE como un paisaje natural, los que leímos a Tony Judt y a Orlando Figes y pensamos que la integración era algo ineluctable, un destino manifiesto que, a trompicones y con retrocesos, acabaría conformando unos Estados Unidos de Europa.

Quizá las sociedades europeas puedan soportar sus contradicciones y oposiciones internas, y hasta los brexiters más empecinados se arrepienten y añoran tener una burocracia en Bruselas a la que echar la culpa de sus males, pero difícilmente sobrevivirán a la tenaza externa que las aprisiona por el este y por el oeste si los europeístas no nos convencemos ni somos capaces de convencer a los demás de que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Con todas sus flaquezas, sus iniquidades, su kafkianidad administrativa y su cinismo elitista, los europeos nunca hemos vivido mejor y más libres que desde que decidimos suprimir las fronteras y ensayar un simulacro de meganación sin sentimientos nacionales.

Este fin de semana se han convocado actos de vindicación europeísta que deberían unir a quienes creemos que solo una Europa más integrada, democrática y representativa puede garantizar y ampliar este espacio de libertad plural que, en su mejor versión, tiene una aspiración de ciudadanía universal. Para que no solo podamos exiliarnos en nuestro propio país, que se llama Europa, sino para que seamos el refugio de quienes comparten los viejos valores republicanos y ya no los encuentran en sus naciones.

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Sobre la firma

Sergio del Molino
Es autor de los ensayos La España vacía y Contra la España vacía. Ha ganado los premios Ojo Crítico y Tigre Juan por La hora violeta (2013) y el Espasa por Lugares fuera de sitio (2018). Entre sus novelas destacan Un tal González (2022), La piel (2020) o Lo que a nadie le importa (2014). Su último libro es Los alemanes (Premio Alfaguara 2024).
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