Meloni, Trump, Auschwitz
Clave del idilio entre la primera ministra italiana y el presidente de Estados Unidos es la sintonía contra la inmigración


Giorgia Meloni deleita a Donald Trump. Y él la fascina. Más allá, los acuerdos que alcanza en la Casa Blanca son etéreos.
Genuflexa, la italiana promete comprarle más gas: veremos cómo, el Ente Nazionale Idrocarburi (ENI) no está solo, los privados también deciden. Dice que colaborarán en la conquista del espacio: graciosa, la referencia a Marte. Que desballestará la tasa Google: complicado, pues Italia traspuso la directiva europea del 15% en el impuesto sobre sociedades a las multinacionales el 19 de diciembre de 2023. Y que reconducirá las compras europeas de armas hacia Estados Unidos: los 150.000 millones del SAFE no dependen de ella, sino de la Comisión y los Veintisiete. En términos militares prácticos se pone hispanófila: llegará al 2% del gasto militar, esa promesa incumplida de Mariano Rajoy.
Clave del idilio es la sintonía contra la inmigración. Va Donald y critica a Europa por su “ineficacia” deportadora. Giorgia le interrumpe: la “situación ha cambiado, gracias a Italia”. Cuánta granujada. La eficacia de Trump no va de regular la inmigración, sino de imágenes, de apalizar y deportar latinoamericanos ilegalmente: manipulando una ley de 1798 contra “enemigos extranjeros”. El Supremo acaba de prohibirle expulsar a más de 50 venezolanos por impedirles recurrir contra la orden antes de ejecutarse.
La de Meloni es estupenda, superrentable: lleva tres intentos de deportaciones a Albania (y centenares de millones de euros dilapidados). Balance: cero patatero, todos impedidos por la justicia. Veremos cómo acaba el cuarto, de hace una semana. ¿Se deshará de esos 40 inmigrantes? Comparemos esa cifra con las 33.600 entradas irregulares en toda la UE del primer trimestre (datos de Frontex): una reducción del 31% que poco debe a los exabruptos melonares. Eso sí, ha logrado el apoyo de Ursula von der Leyen a los campos de concentración para inmigrantes deslocalizados a países pobres. Albania es El Salvador. Y eso que Ursula es democristiana. A ver si el papa Francisco acaba de resucitar y logra arrepentirlas, bajo amenaza de prohibirles los sacramentos.
El libro que el jefe del Vaticano suele recomendar, Síndrome 1933, lo escribió el comunista Siegmund Ginzberg. Ilustra bien las seis estaciones, desde el odio al emigrante, ejemplificado en los judíos, hasta los campos nazis de exterminio. Primera, los principios: “El judío es un extranjero, es un inmigrado” y “los inmigrantes son delincuentes”. Segunda, “cerrar la puerta”, prohibir migraciones adicionales y revocar cartas de ciudadanía. Tercera, “desembarazarse de los ya entrados”, incluso desde siglos. Cuarta, poderes a la policía para “arrestos preventivos”, primero contra comunistas, y luego ladrones, homosexuales, gitanos. Quinta, manipulación informativa sobre “orden, disciplina, reglas” para obtener el “aplauso de la opinión pública”. Y sexta, roturar el “consenso en favor de la pena de muerte”. Auschwitz, final de trayecto.
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