Tengo el iris flácido
Antes de que me desvelaran el cristalino, veía el mundo bajo una favorecedora bruma. Ahora veo las cosas como son: inmisericordes


Acaban de extirparme una catarata del ojo derecho y, visto lo visto, si lo sé, no me opero. Entiéndaseme: la cirugía ha sido un éxito y, si me lee mi oftalmólogo, que, a fuerza de escrutarme las pupilas, es amigo, me empura por desagradecida. Pero la cosa es que antes de que me quitara el velo del cristalino veía el mundo tamizado por una favorecedora bruma, como bajo la media que exigía Sara Montiel en la cámara para dar divina en pantalla, y ahora lo veo todo más vivo, más brillante, más nítido. Pero lo bonito me parece menos bonito y lo feo más feo. Con un hiperrealismo de tele de alta definición al que me está costando acostumbrarme. Que veo las cosas como son, vamos: inmisericordes. Desde mi chepa arruinándome la silueta al mirarme en los escaparates, a la joroba de la mochila doblándoles el lomo a los repartidores que se juegan el tipo en bici en los atascos por cuatro chavos, pasando por la insoportable tristeza de los villancicos atronando en todas partes a todas horas para martirio de los que no tienen ánimo para fiestas. Porque ahora, al ver más claro, oigo más alto, no te lo pierdas.
Total, que será porque ojos que ven sin filtro, corazón que siente el doble, pero estoy hipersensible. Al punto de caérseme las lágrimas con la reciente muerte del multimillonario de la moda despeñado por una montaña sagrada, el elegante y definitivo mutis por el foro de una diosa de la escena, y el susto de muerte de San Raphael Martos en vísperas de Nochebuena. Con semejante racha, casi prefería ver la vida mate. O igual es que estoy especialmente blanda estos días. Porque esa es otra: ahora resulta que, además del trasero, tengo el iris flácido. Me lo dijo el oftalmólogo después de operarme a la vez que me informaba de que casi se le sale de madre y me deja el ojo negro. No pasó, gracias a su pericia. Pero, aunque, en el país de los ciegos, la tuerta sea la reina, ahora que veo a lo grande, constato que hay cosas que tienen mal remedio. La presbicia, puede, pero, con ciertas edades y ciertas pedradas, la vista cansada no te la quita nadie.
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