Falla la falla
Los españoles exigen a veces una tutela paternalista que escapa a las instituciones. En cambio, para su bando no quieren asumir ninguna responsabilidad


Es interesante la discusión sobre los límites de la protesta y el delito de la incitación al odio. La lástima es que haya surgido a raíz de la reunión ultra de Nochevieja en la que se apaleó una piñata con la apariencia del presidente del Gobierno. A nivel estético la condena es obvia, pues en un país que goza del prestigio de sus artistas falleros un monigote tan poco logrado hace sospechar de que la cuestación popular fuera usada para cualquier cosa menos para la creatividad artística, necesaria en toda provocación que se precie de serlo. Sin embargo, en el ámbito jurídico el recorrido como mucho andaría en la catalogación de las amenazas de muerte que se vertieron. Esas amenazas si son creíbles son castigables, pero el monigote no, porque las autoridades judiciales europeas ya obligaron a nuestro país a equipararse con otras democracias y sacar de los pasillos judiciales esas manifestaciones donde se queman fotografías del Rey y se producen desmanes simbólicos contra el poder amparándolos en la libertad de expresión. Por lo tanto, las representaciones falleras quemadas en público no delinquen. Eso sí, a los ciudadanos, esos queridos niños que se han tragado la política teatralizada, les convendrá ir madurando para enfrentarse a su propia responsabilidad. Cuando se cancelan charlas académicas, premios de poesía, funciones teatrales y festivales de música no hay que mirar hacia arriba sino al parque electoral que bendice el recorte de libertades. Cuando se persigue la injuria y la amenaza, por el contrario, se amplían los márgenes de convivencia en libertad.
En un país en el que se ha llegado a interrumpir una representación de títeres para detener a los protagonistas y en el que un agente sube al escenario en una actuación musical para tapar los pechos de la cantante, es obvio que hay un recorrido inmenso para la pedagogía. Los españoles exigen a veces una tutela paternalista que escapa a las instituciones. En cambio, para su bando no quieren asumir ninguna responsabilidad. Son los primeros que acuden a los tribunales para resolver asuntos que afectan a la mala educación, al decoro o sencillamente a la elección personal de abandonar el espectáculo cuando no están dispuestos que ninguna representación artística les sacuda sus convicciones. En esa monserga estamos, casi de primero de democracia europea, pero es que llegamos tan tarde al tren.
Por eso es tan delicioso lo que dijo al volver a España el caminante que estuvo encarcelado en Irán más de un año por posar ante la tumba de Masha Amini, la joven muerta por las palizas policiales tras ser detenida por llevar el velo mal puesto. Dijo que teníamos mucha suerte de vivir en un país como el nuestro. Nada más y nada menos. Toda esa cháchara del golpe de Estado, de la dictadura y de la nación rota se viene abajo ante una declaración tan transparente. Y es entonces cuando la piñata se convierte en mera degradación estética, pues aplica a un Estado democrático con Parlamento, separación de poderes, prensa libre, pluralidad de opinión, paz social y elecciones constantes la pantomima de los países en déficit de libertad. No somos una dictadura religiosa, aunque me temo que los mismos que se amparan en ese privilegio sean nostálgicos errabundos de cuando sí lo éramos.
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