Falso de toda falsedad
Querido lector, cuando lea aquí o allá algo sobre la nostalgia sepa que el debate subterráneo es político pero que fingimos estar hablando de literatura


Usted, lector no avisado, leerá este otoño entrevistas a escritores en las que se les va a preguntar por la nostalgia. Al principio no le extrañará la recurrencia porque la nostalgia es un tema crucial de la literatura. Se podría decir que gran parte de lo que escribimos es una edición sentimental de nuestros recuerdos: la mezcla selectiva entre lo que olvidamos o preferimos ocultar y lo que destacamos en primer plano. Así que a usted, lectora no avisada, no le extrañará en principio que la pregunta se cuele cada vez que se presenta un libro. Tal vez advierta también que este asunto, el de la nostalgia, provoca reflexiones en columnas o en tuits, si es que usted forma parte del universo tuitero. Observará incluso que a cuenta de la nostalgia se producen indirectas maliciosas, fuego cruzado, improperios. Aquí hay una guerra, pensará, pero no llegan a informarnos sobre quiénes son los adversarios. Lo que le sucede a usted es normal: en España somos expertos en hacer debates de tapadillo, de esos de los que solo se enteran los que zascandilean por las redes. Debates falsos de toda falsedad. Pero no se acomplejen, queridos lectores, que yo misma, que escribo columnas, a veces tengo que preguntar a mis asesores juveniles de qué coño se está hablando, porque no me entero. Como yo estaba informada, por mis amistades, de que la nostalgia es el tema candente, cuando mi marido salió de casa para ser entrevistado por su último libro le puse en antecedentes: es mejor que vayas preparado, le dije: te van a preguntar si sientes nostalgia. ¿Nostalgia de qué?, preguntó. De tus años de niño en el pueblo, del mundo de tus padres. Él se extrañó, como no podía ser de otra manera, porque eso es el eje de su obra. Es uno de los pocos escritores en España, como Landero o Llamazares, que incorporó a la literatura esas palabras diamantinas que nombran con precisión tanto el universo agrícola como la tierra salvaje. Palabras que llevadas con justeza a un texto se relacionan íntimamente con el vocabulario cervantino de El Quijote. Parecen cultas, pero son populares. Los lectores que siguen fielmente a estos escritores saben perfectamente si padecen nostalgia o no. Saben que suelen recordar con amor a quienes les criaron; que los olores que desprenden los frutos, el aroma que provocan los cambios de estación, los sonidos de la noche o del amanecer, les susurran al oído, que el mundo extinto se hace visible de pronto con todo su potencial evocador; pero también los lectores encuentran en estos libros un relato de la dureza de la vida en el campo, de la necesidad de huir, de perseguir un sueño.
A ellos no habría que preguntarles por la nostalgia, sino por la memoria, por el trabajo que se han tomado en dejar constancia de aquel mundo, en acreditar las alegrías y pesares de aquellos que vivieron existencias anónimas, poco relatadas por la literatura. Tengo que avisar a mi marido de que debe estar alerta: distinguir entre lo que es echar de menos a los que no están y el sentir nostalgia por un sistema de vida que dejó marcado por su dureza a quienes lo padecieron, sobre todo, a los más vulnerables. Pero a quien debería avisarse, por respeto, es al lector, que cree estar asistiendo a un asunto literario cuando en realidad hay un debate político subterráneo entre los que defienden volver a una supuesta arcadia rural, habitada por buenos salvajes, donde nada hay que cambiar porque todo es puro y llano, y los que deseaban salir no ya del lugar físico en sí sino de la estrechez moral. Otro de los grandes temas de la literatura es la historia de quien huye de su lugar de origen para ser libre. Pero insisto, querido lector, cuando lea aquí o allá algo sobre la nostalgia sepa que el debate subterráneo es político pero que fingimos estar hablando de literatura.
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