La casa de los encuentros
El rey entra en algunas casas por la puerta del servicio, y la falta de consideración al Estado y a los catalanes que se sienten representados por el monarca acaba siendo una extraña forma de distinción


Esta semana la Comisión Europea ha aprobado el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia de España. Es una buena noticia que se suma al progreso de la campaña de vacunación. También hemos visto la vocación novelística del presidente del Gobierno: por una parte, convirtiendo al PP en responsable de lo que hicieron los independentistas en 2017, un poco a la manera de 1984; por otra, en el manejo del relato de su encuentro con Biden, con un alarde de elasticidad narrativa donde algunos han detectado la influencia de Javier Marías.
Las desafortunadas palabras de Isabel Díaz Ayuso sobre el Rey y la firma de los indultos en Colón han tenido varios efectos paradójicos. Muestran que a veces pueden causar más problemas a la Monarquía sus partidarios que sus detractores. Desviaron la atención del ejemplar discurso de Andrés Trapiello y despertaron un repentino espíritu constitucionalista en lugares poco habituales.
El Rey visitó Barcelona: la patronal, el círculo de empresarios y los obispos catalanes aprueban los indultos, lo que indica que son una cuestión de folklore y castas. El presidente de la Generalitat no recibió a Felipe VI, pero se saludaron. Eso se consideró un acto de distensión. En aras de la concordia y el reencuentro, debemos interpretar con voluntarismo las cosas para encontrar gestos amables e ignorar o contextualizar los desaires.
El Rey firmará los indultos: cumplirá escrupulosamente con su función constitucional, como ha hecho hasta ahora. Lo hizo de manera memorable cuando pronunció su discurso del 3 de octubre de 2017. Ahora se dice que en ese discurso la Monarquía perdió a Cataluña: es una doble mentira. En primer lugar, ignora la pluralidad catalana. Sergio Vila-Sanjuán ha señalado que “para los catalanes no independentistas la actitud de Felipe VI ha constituido un constante referente moral y anímico”; también ha escrito sobre otras intervenciones para conectar con otros sectores a los que seguramente no gustó ese discurso. En segundo lugar, la animadversión era anterior: cuando el Rey fue a solidarizarse tras los atentados de las Ramblas y Cambrils en agosto de 2017, se orquestó una protesta contra él. Ese uso del dolor retrató al independentismo. El Rey entra en algunas casas por la puerta del servicio, y la falta de consideración al Estado y a los catalanes que se sienten representados por el Monarca acaba siendo una extraña forma de distinción. @gascondaniel
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