Morada
Como imagen de la semana me quedo con la del ariete rompiendo una puerta en un piso del centro de Madrid


El morado le sienta bien a la Semana Santa, como el luto a Electra, pero esta vez los colores han estado algo revueltos. Las vírgenes y los jesuses nazarenos, confinados, como nosotros, aunque ellos mostrando sin tapujo las lágrimas y espinas de su dolor a los fieles que iban a visitarles, sin ser exactamente convivientes suyos. Y las procesiones por dentro, que son las más angustiosas, como todos sabemos. También muy triste ver el tambor de Calanda sonando fuerte pero subido a un balcón. Ahora bien, como imagen de la semana me quedo con la del ariete rompiendo una puerta en un piso del centro de Madrid.
Es bueno que la justicia ponga coto a los excesos de la autoridad, y entrar en casa ajena a hachazos sin duda es una manera algo brusca de irrumpir. ¿Irrumpir? ¿No es el deber de la policía interrumpir una violación flagrante de la convivencia y de los horarios establecidos en una grave crisis? Pero aquí viene el macguffin de la calle Lagasca, por decirlo al modo del cine negro. Los vecinos sufrientes que llamaron a las fuerzas de seguridad ante el jolgorio y el amontonamiento en la madrugada (ambos prohibidos legalmente), trataban de dormir y cuidar su salud; no permitir el acceso a ese piso estruendoso era una manera de esquivar la denuncia y proseguir el delito, cuya verdadera dimensión era imposible saber a puerta cerrada; dentro había, se supo después, 14 transgresores, un número no desdeñable de los más de 10.000 sancionados y en algunos casos detenidos, por toda España, entre Jueves Santo y Domingo de Resurrección. ¿Piso turístico lleno de 14 infractores? Morada inviolable, dicen otros, tal vez los mismos que dicen que eso dice la ley. Pues que se lo digan al vecino que llevaba cinco noches soportando fiestas en el edificio, y hastiado llamó a la policía. A él y a los demás habitantes pacíficos que estaban, de verdad, pasándolas moradas.
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