Harfuch tiene que dejar de ser excepcional
Sería beneficioso para la presidenta que pronto su gabinete se equilibre y que además de un Omar y un Ebrard agregue otros cuadros


Omar García Harfuch es el colaborador más identificado con la presidenta Claudia Sheinbaum. La alianza entre la mandataria y su secretario de Seguridad es tan evidente como efectiva. El problema es que en política una virtud puede convertirse en fuente de debilidad.
La díada Sheinbaum-Harfuch ha probado ser efectiva. El primer año de la presidenta marca un antes y un después en el abatimiento de algunos delitos. No deja de ser paradójico: López Obrador hizo y deshizo para crear la Guardia Nacional, ese cuerpo de un centenar de miles de efectivos bajo mando militar, y el cambio real en la lucha contra la violencia es por dos personas… y lo que ambas representan.
El avance del nuevo Gobierno en la lucha contra los cárteles está lejos de haberse ganado. Para empezar, aun dando por buenos los propagandísticos éxitos de la estrategia, esta ha de entregar resultados en un par de asignaturas que aún escapan a los operativos: la desaparición de personas y ese cáncer que es la extorsión.
Además, por supuesto, de que en México un año de logros no hace verano. La estrategia tiene bastantes focos rojos —Sinaloa, Guerrero, Michoacán, Guanajuato, Jalisco, Tamaulipas, Baja California, entre otros— y la obligación de probarse efectiva en el tiempo.
Y el tiempo es precisamente la gran incógnita sobre García Harfuch. El futuro político que de sí mismo avizore, para decirlo con todas sus letras.
Si una ventaja tendría la idea transexenal que Morena promueve como parte de su oferta, esa sería el pausar la manía de reinventar todo cada que una nueva persona llega a ocupar Palacio Nacional. Que, entre otras cosas, a la estrategia anticrimen se le permita madurar.
Una condición para que lo anterior ocurra es que, aunque se habla de un esfuerzo interinstitucional, y si bien también incluye políticas que “atacan las causas”, la cabeza de esa iniciativa no se distraiga en aspiraciones presidenciales, y que se le blinde de envidias sucesorias.
Dicho de otro modo. García Harfuch tiene que dejar de ser excepcional en el gabinete de la presidenta. Que siga como líder del gabinete de seguridad, y que ejerza el encargo que la presidenta le depositó, pero no ha de volverse una suerte de supersecretario.
García Harfuch tuvo un tropezón el fin de semana que subraya el riesgo en que se encuentra por salir a todas.
Cuestionado con respecto a la detención en Durango de un presunto delincuente que al mismo tiempo representaba a la CATEM, pareció exculpar prematuramente al líder máximo de esa agrupación sindical, al diputado morenista Pedro Haces.
El secretario de Seguridad ni tenía que hablar de investigaciones que en todo caso tocarían a las fiscalías desahogar, ni ha de parecer que cuida intereses políticos mientras da informes de operativos que conllevan evidente impacto mediático en altos cuadros del régimen.
Cada éxito de Omar será en beneficio de la población y por ende del Gobierno de la presidenta. Debe mantener el foco en ello.
Y si por fin estuviéramos ante un modelo de seguridad que logre acotar el dominio de las bandas delincuenciales, abatir la impunidad, limpiar y robustecer policías y fiscalías… en una palabra, cambiar la realidad que se ha incubado por décadas, quizá el mejor destino de Omar sea repetir en el sexenio anterior como secretario de Seguridad, y no necesariamente una candidatura presidencial.
No es demasiado temprano para advertir que el futurismo sucesorio es harto inoportuno para el Gobierno de Sheinbaum. Porque en México las carreras presidenciales comienzan a la par del sexenio mismo. O sea, ya llevamos 15 meses pensando en quién será el bueno/a tras Claudia.
La prensa, la internacional incluso, cae en el juego de los tapados. Y habría que estar negado a la realidad para no ver que Omar está hoy muy solo en esa carrera, donde destaca por su personalidad y peso político.
Salvo que si la carrera por la sucesión se desata demasiado prematuramente el Gobierno comienza a padecer los caballazos inherentes a la misma. Y ni qué decir de que encima García Harfuch ya recibió en la precampaña del 2024 en la Ciudad de México una probada de cuánto no lo quieren los ultras de Morena.
Es en beneficio de la presidenta Sheinbaum que pronto su gabinete se equilibre. Que además de un Omar y un Marcelo Ebrard, los únicos dos pesos pesados del equipo, agregue otros cuadros —por ejemplo en Gobernación—, que ayuden a Claudia y abulten la caballada.
Que la presidenta se haga de una baraja con más perfiles que, por un lado, demuestren que pueden despachar logros en sus respectivos encargos, y que, por otro lado, destaquen en el juego de los pasillos del poder, ese arcaísmo, donde se vive de especular rumbo al futuro.
El primer beneficiado de eso sería García Harfuch. Falta mucho para el 2030. En lo que vemos qué depara el veleidoso reloj del destape —o del juego de las corcholatas, como se dice en Morena—, Omar tiene que ser solo un secretario, no un todo terreno, no un supersecretario. No excepcional.
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