La pastora
La resultante de la crisis de Uruapan es que Sheinbaum asume íntegramente la defensa de su movimiento. Ha de ser la pastora de toda la tribu, sin distingos


Claudia Sheinbaum apuesta su resto a la consolidación del modelo iniciado en 2018. La presidenta de México sube el tono y conjura cualquier titubeo en las filas de Morena. Los coletazos por la crisis tras el asesinato del alcalde de Uruapan son en Palacio Nacional la oportunidad de aglutinar al movimiento y definir al siguiente adversario. Viene un nuevo todo o nada del obradorismo, el primero en forma para la heredera de AMLO.
La marcha del sábado 15 de noviembre, que de forma gelatinosa reunió a contingentes de distinta procedencia y cuyo colofón de violencia debe ser analizado aparte, encendió las alertas en el régimen. Es el primer cara a cara de Sheinbaum con quienes desde la calle, el territorio morenista por excelencia, retan al gobierno. Antes y después del mitin, la mandataria enseñó los dientes. No encontrarán en ella a alguien débil, ha sido el mensaje.
En la elección presidencial de 2024, Sheinbaum tuvo los merecimientos para ganar el cargo más importante en la República y, simultáneamente, se hizo acreedora del encargo de la fuerza política que considera que todo el sistema democrático de México tendría que cambiar de raíz. La contundente cantidad de votos recibidos por la candidata, prácticamente el 60% de los sufragios, le dio una fuerza de doble filo. Manda en el país y mando en el obradorismo.
Visto en retrospectiva, el primer año del sexenio Claudia lo ha invertido en estirar los tensores burocráticos de lo que su predecesor comenzó a instalar. Por un lado, tiempo y esfuerzo para la corrección del déficit de seis puntos del producto interno, las vacas gordas sacrificadas por López Obrador en la borrachera electoral; y, por otro lado, jornadas dedicadas a corregir desbarajustes en salubridad, montar un nuevo sistema judicial, redactar leyes tanto para el sector energía como en aras de concentrar más poder, como la que descafeinó el amparo ciudadano. Apuntaló la administración de la casa, en pocas palabras.
El respiro de la presidenta ocurría los fines de semana; en las giras por el país para conectar con la raíz popular del movimiento y, también, supervisar de primera mano el avance de obras y políticas. Catarsis y vigilancia. Emoción y ojo observante de lo que hacen o dejan de hacer sus colaboradores. Información de primera mano para regresar al escritorio a enmendar o reconducir. Vitamina P de pueblo, indispensable para la lucha mediática que le aguarda en la capital cada lunes.
Todo un año más o menos en ese tenor. Se fue un secretario de Hacienda que de tiempo atrás ya no quería estar, salió de la Unidad de Inteligencia Financiera un apparatchik. Cambios como quien mima bonsáis. Movimientos para ampliar su margen, sedimentar su estilo. Claudia Sheinbaum, sin embargo, vivía a la par su propia transformación. Más allá de lo técnico, talante que también se aprecia en los controvertidos resultados del cambio de modelo policiaco, la presidenta fue introyectando la conciencia del tiempo del tono rudo.
Para quien haya seguido su actuar en las conferencias mañaneras no es sorpresa el desvanecimiento de la posibilidad —si es que alguna vez la hubo— de cierta moderación, una autocontención o incluso una apertura presidencial hacia quienes pensaban distinto. La rosca del discurso de Sheinbaum se fue apretando, los términos altisonantes ganando espacio y, más pronto que tarde, el “gobierno de los técnicos” portaba la máscara del rudo Jesús Ramírez Cuéllar: el vocero de Andrés Manuel ahora da entrevistas a nombre de Claudia Sheinbaum.
Aquí no hay transmutación de la presidenta. Las prendas que exhibe no son ajenas. Su radicalización es coyuntural, mas no impostada. Obedece a que lee como necesario un endurecimiento si de cumplir el encargo se trata. La Sheinbaum del segundo año será más exigente adentro del gabinete, menos tolerante afuera del movimiento y más pragmática con respecto de las y los compañeros. Ella responde por los resultados de su equipo —que sean dos o tres los realmente presentables es otra cosa—, pero la resultante de la crisis de Uruapan es que asume íntegramente la defensa del movimiento. Ha de ser la pastora de toda la tribu, sin distingos. O, para decirlo con ojos bíblicos, su labor de sacrificio es, sobre todo, por las ovejas extraviadas.
Paréntesis obligado: el corrimiento de Claudia hacia un rol aún más partidario, confrontativo e intransigente anula lo que resistía del modelo de la alternancia (1997-2018). Desde la oposición, la academia o la prensa se pueden reseñar los costos en términos de buen gobierno de la necia visión que premia lealtad y no eficiencia; se puede probar que el pueblo paga el costo de la estulticia de sostener a inexpertos e incapaces; se pueden exhibir el soez latrocinio e incluso la petulancia noroñista de tantos. Pero ella no dará un paso atrás.
Consignado lo anterior, y precisamente para de aquí en adelante dimensionar las implicaciones del cariz que ya ha activado la presidenta, es tras la crisis por el asesinato del alcalde Carlos Manzo el primero de noviembre que de Sheinbaum se han expresado nítidamente los componentes de lo que será “el estilo personal de gobernar” (concepto cincelado por Daniel Cosío Villegas para entrever el impacto de un solo carácter en un país).
En las tres semanas transcurridas desde la violenta muerte del carismático Manzo, Sheinbaum lo mismo ha entregado resultados prometedores, así sea inicialmente, sobre la autoría de una de las ejecuciones más sentidas en mucho tiempo en diversas capas de la sociedad mexicana, que ha asumido, sin muecas ni temblor en la voz la defensa en primera persona de la figura presidencial, y con similar vehemencia del obradorismo todo, del movimiento sin excepciones.
Hasta nuevo aviso, esa correlación será la tónica. Si da o no para convertirse pronto en la mandamás indiscutible del obradorismo es otra cuestión. Ella asume el papel que le toca. Tiene que llevar a la tribu a la siguiente fase. Y traumáticos sucesos como el asesinato de un alcalde popular, que podría al mismo tiempo significar una falla de su Gobierno, pues Manzo había pedido ayuda, y una mancha para su movimiento por las sospechas sobre los enredos —por llamarlos de una forma superficial— de los morenistas de Michoacán, le harán embestir con más rudeza a oposición y críticos.
La estrategia incluye definir al adversario bajo una nueva categoría. Entra en escena, dice Sheinbaum, la ultraderecha. Espolea al obradorismo al señalar que ahora los enemigos son —además del PRI y del PAN, los tradicionales partidos del viejo tiempo a los que de años atrás en un afán desnaturalizador se iguala al nombrarlos como PRIAN—, los de la ultraderecha.
No es que no haya en México quien palpita desde y para la peor de las derechas. Es que resulta muy funcional a Morena agitar las banderas progresistas en advertencia de que la izquierda va en retirada en Sudamérica. Que en Argentina y Bolivia pésimos resultados de los afines a Morena hayan puesto de su lado para perder al electorado es cosa que el obradorismo nunca va a reconocer. Además no importa: lo conveniente es señalar la conjura de la reacción a fin de despertar lo más posible los anticuerpos del progresismo mexicano.
Y si para ello la presidenta misma ha de colocarse en la boleta a fin de cargar el mástil guinda, sea. De ahí que Sheinbaum promueva la reforma legal para hacer coincidir la revocación de mandato, diseñada originalmente para el año cuatro de su sexenio, con la elección intermedia de 2027. ¿Que eso implica riesgos para ella? ¿Qué su derrota podría beneficiar a Monreal o Adán Augusto? Ella lo asume.
Cuando Claudia Sheinbaum a lo largo de la semana que concluye reclama en voz alta que no le han de doblegar, y apunta su dedo hacia la ultraderecha como el nuevo enemigo a vencer, asume que en los resultados de su gobierno, luego de las nuevas leyes y reacomodos del primer año, tendrá su baza ganadora en la revocación; asume igualmente que la distancia con los compañeros del Congreso ya no puede existir, ni con el partido: la presidenta encabezará la defensa a todos los que ya muchos veían como indefendibles.
Para la pastora del nuevo movimiento lo más importante, el encargo que con todo ahínco sustanciará desde el máximo cargo, será entregar en cinco años la estafeta sin que en el camino se le desbalaguen incluso los que insisten en extraviarse en la corrupción. Ese rebaño fue el que recibió con el bastón de mando, y dejará la piel en entregarlo íntegro a su sucesor.
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