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Pensándolo bien
Columna
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Eficiencia, deuda pendiente de la 4T

No tendría que haber una razón para que el empeño de los gobiernos de la 4T por priorizar el beneficio de las mayorías sea incompatible con un ejercicio responsable y profesional de la administración pública

Una mujer sostiene una fotografía de Claudia Sheinbaum, al exterior del World Trade Center, en Ciudad de México.
Jorge Zepeda Patterson

Por lo general, los gobiernos de izquierda en el mundo no se han caracterizado por su eficiencia, hay que reconocerlo. Si los de derecha propician la disparidad y, en ocasiones, el empobrecimiento de los menos favorecidos, los gobiernos progresistas, que ayudan a mitigar la miseria, suelen prohijar burocracia y administraciones desparpajadas.

El primer sexenio del gobierno de la 4T lo ilustra. Es responsable del enorme giro en favor de “los de abajo”, algo casi impensable en un sistema tan desigual como el mexicano; en seis años sacó de la pobreza a nueve millones de personas y la proporción de la riqueza destinada a los trabajadores (como porcentaje del PIB de cada año) pasó de 25% a 31%, luego de años de haber estado descendiendo. Solo eso justificaría la necesidad del movimiento construido por López Obrador. Sin este giro, en respuesta a la inconformidad creciente de las mayorías y la impopularidad del PRI y el PAN, muy probablemente el país estaría metido en un proceso de inestabilidad impredecible.

Pero también es cierto que la 4T está quedando a deber en materia de eficiencia. No tendría que haber una razón de fondo para que su ético y necesario empeño en priorizar el beneficio de las mayorías sea incompatible con un ejercicio responsable y profesional de la administración pública. ¿O sí? Y mejor ponerlo sobre la mesa que debajo del mantel porque, todo indica, Morena es una fuerza política que llegó para quedarse un rato. ¿Pueden también ser eficientes además de socialmente responsables?

En este espacio he argumentado que históricamente un giro de timón era necesario en México y ese giro asumió las peculiaridades del estilo personal de López Obrador. Podemos estar de acuerdo o no con algunos de los matices, pero muy probablemente la obstinación, el carisma y la personalidad del tabasqueño fueron decisivos para romper la inercia de un sistema montado para favorecer al tercio superior de la sociedad. Dicho eso, también hay que mencionar que estas idiosincrasias personales en muchas ocasiones no favorecieron una administración eficiente. El Tren Maya y Dos Bocas, los dos proyectos más ambiciosos del sexenio anterior, lo hacen evidente.

A diferencia de muchos de los críticos, me parece que se trataba de dos buenas ideas. Invertir en el sureste resultaba urgente luego del abandono histórico. Una obra de infraestructura, como el tren, capaz de articular la región y producir efectos multiplicadores locales no era, per se, un mal proyecto. Pero un mínimo estudio de factibilidad previo habría mostrado que el flujo de pasajeros no justificaba la creación de buena parte de las estaciones y tramos construidos (la parte sur del rectángulo tendría que haber sido postergado para una segunda etapa), o que debió haber sido concebido también para el transporte de mercancías y que para poder competir con los autobuses las estaciones de tren tendrían que haber estado vinculadas a la red de transporte urbana dentro de cada población. Lo que nació como una idea que podría haber tenido una racionalidad económica, terminó distorsionándose al convertirse en un proyecto esencialmente político. Las prisas y la necesidad de cumplir con la voluntad presidencial en los términos definidos desde Palacio llevaron a una construcción acelerada y, por ende, costosa; más dañina ecológicamente de lo que pudo haber sido, y la falta de tiempo para negociar predios más cercanos a las zonas urbanas hizo impráctico el uso de las corridas del tren para la mayoría de los habitantes. Los gobiernos de la 4T tendrán que hacer un esfuerzo mayúsculo en los próximos años para evitar que el proyecto derive en un elefante blanco o en mero atractivo turístico pagado a precio de oro. No tendría que haber sido así, necesariamente.

Lo mismo pasa con el complejo de Dos Bocas. Muchos piensan que meterse a refinar petróleo era una mala idea en sí misma, pero la crisis por la que pasa la globalización le estaría dando la razón a López Obrador en este punto. La excesiva dependencia en la que México se encontraba en materia de gasolinas y diésel súbitamente se ha convertido en una vulnerabilidad inaceptable en un mundo de narcisismos comerciales y chantajes geopolíticos. Tenemos gasolinas para apenas una semana de consumo y la situación en materia de gas es aún más preocupante. Hoy en día una decisión de Trump al respecto nos pondría de rodillas, por ejemplo. Se trata de nociones de estrategia en materia de seguridad que van más allá de las lógicas inmediatas de lo que dicta el mercado. La seguridad alimentaria y energética se ha convertido en responsabilidad de los Estados nacionales en los tumultuosos tiempos que vivimos. Desde esta perspectiva, comenzar el largo proyecto de disminuir nuestra dependencia no era descabellado. El tema, otra vez, fue que no existió una racionalidad técnica en la elección forzada del emplazamiento físico para aterrizarlo; lo que sí hubo fue apresuramiento y decisiones políticas para responder al deseo presidencial. La urgencia por inaugurar condujo a improvisaciones, a quemar etapas saltándose fases indispensables para un proyecto tan complejo. Al final, Dos Bocas terminará operando a plena capacidad, pero a un costo mucho mayor del que habría sido necesario. No, no creo que Rocío Nahle u Octavio Romero tengan millones de dólares escondidos en Europa, como Emilio Lozoya. Y no porque no haya habido corrupción, aunque en menor escala, sino que esta obedeció mayormente a la entrega apresurada de contratos, urgidos por la presión de terminar a tiempo. Nahle y Romero fueron premiados, no por su eficiencia precisamente, sino por su lealtad. La primera es gobernadora de Veracruz, el segundo es director del Infonavit.

Las dos grandes obras del sexenio merecerían una valoración más detallada para ser justos (en un sentido u otro). Pero es obvio que se trata de ambiciosos desarrollos que habrían tenido un mejor final de haber sido sometidos a una racionalidad profesional, en tanto proyectos públicos. Y no estoy diciendo que los gobiernos neoliberales eran necesariamente mejores en materia de obra pública. Basta mencionar la Estela de la Luz (la gran obra destinada a conmemorar el Bicentenario), con Felipe Calderón, o el tren Toluca-México y el aeropuerto de Texcoco, con Enrique Peña Nieto, en los cuales la ineficiencia y la voracidad son palpables.

Trato simplemente de imaginar que un gobierno de izquierda que priorice el bienestar de las mayorías pueda ser compatible con un manejo de la administración pública eficiente y profesional. Alguna vez describí a Claudia Sheinbaum como una izquierda con Excel. Ojalá sea así. Una gestión que logre empatar las consideraciones políticas con el uso eficiente y racional del aterrizaje con la realidad. Ese será el reto. Aprender las lecciones del pasado inmediato es un requisito para afrontarlo.

@jorgezepedap

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Sobre la firma

Jorge Zepeda Patterson
Escritor y analista político. Ha sido director del diario 'Siglo 21' y 'Público' en Guadalajara y de 'El Universal' en México. Fundador del digital Sinembargo.mx. Premio Moors Cabot por la Universidad de Columbia y premio Planeta por su novela. Autor de 14 libros, con traducciones a 20 idiomas
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