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CLAUDIA SHEINBAUM
Columna
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La urgente transformación de Sheinbaum

Urge que la administración salga de esa especie de pasmo en la que lleva meses: cada día es más insostenible en Washington la decorativa figura de Esteban Moctezuma

Claudia Sheinbaum en la rueda de prensa matutina de este miércoles, en el Palacio Nacional.
Salvador Camarena

Cientos de miles de mexicanos están en riesgo en Estados Unidos. Los paisanos sin documentos son el objetivo de redadas rebosantes de xenofobia y desdeñosas del debido proceso. Frente a ello, Claudia Sheinbaum está llamada a una transformación presidencial.

No por haber sido anunciada desde la campaña misma de Donald Trump, es menos grave la cacería desatada por el Gobierno de EE UU en contra de los indocumentados en centros de trabajo, lugares de búsqueda de empleo por día y hasta juzgados, entre otros recintos.

La agenda antiinmigrante de Trump entró en fase crítica el fin de semana, cuando indiscriminados arrestos desataron protestas en Los Ángeles, California. Las imágenes de algunos disturbios son gasolina para los peores instintos de la Casa Blanca.

El volátil ambiente exige que la presidenta Claudia Sheinbaum despliegue eso que tanto se presumió sobre ella, eso que luego pareció olvidar: ha de recurrir a la cabeza fría para no empeorar con más deslices discursivos la tensión del momento.

Movilizar es un verbo delicado en términos de diplomacia bilateral cuando tienes millones de connacionales en el país vecino e incluso ruidosos comités de Morena en ese territorio.

El deber presidencial de cuidar los intereses de los migrantes ha de ser guiado por una estrategia realista a favor de la integridad de esos connacionales. Convocar desde el podio presidencial a la protesta, así sea pacífica o incluso epistolar, puede exponer más a los paisanos.

Morena se enardece en la calle y el mitin, en la arenga y la proclama. Es su naturaleza. Encima—es obligado recordarlo— hablamos de un movimiento político que no goza de la madurez (quizá ni de la vocación) para diferenciarse del gobierno; y viceversa.

Los hechos de Los Ángeles obligan a intentar definir una línea entre el partido y los actores del Gobierno (incluyendo, desde luego, los morenistas del Congreso): los funcionarios formales no pueden ser imputados de pretender intervenir en la Unión Americana.

Si en marzo, cuando parecía inminente una guerra arancelaria entre México y Washington, la presidenta Sheinbaum consideró como ideal una gran movilización, hoy las cosas son distintas y defender paisanos con arengas en plazas o tribunas puede ser contraproducente.

Donald Trump en la Oficina Oval de la Casa Blanca, el 10 de junio.

Es preciso que la presidenta congele esa tentación que le llevó a decir en mítines que podría llamar a la movilización contra medidas de EE UU, palabras que ayer le reprochó Kristi Noem, secretaria de Seguridad Interna, al acusarla de alentar las protestas de California.

Llegó la hora del trabajo diplomático de altura y de desplegar en el territorio lo que se supone que durante meses preparó la red consular: apoyo efectivo a quienes sean sometidos a procedimientos arbitrarios o que vean violentados sus derechos es lo que demanda el momento.

Urge que la administración salga de esa especie de pasmo en la que lleva meses: cada día es más inexplicable que no se concreten nombramientos diplomáticos, cada día es más insostenible en Washington la decorativa figura de Esteban Moctezuma.

Es menester, igualmente, marcar clara distancia entre las expresiones que lleguen a proferir oficiosos voceros del obradorismo y las de cuadros reales del partido, y máxime del gobierno. Y por encima de ellos, la presidenta ha de definir tono y tiempos.

La voz de la jefa del Estado mexicano ha de reservarse para encontrar el momento preciso y la pertinencia de términos que privilegien la protección de los derechos de los paisanos y la negociación multitemática con Trump.

El mitin queda para las elecciones, ella es cabeza de una nación que teme por sus hermanos.

Así como la tarde de este martes Sheinbaum agradeció el comunicado de la totalidad de los gobernadores sin distinguir partidos, llegó la hora de que ella se ponga por encima de las pugnas partidistas que luego parecen arrastrarla al febril ánimo de mítines como esos donde arengó a favor de la posibilidad de movilizarse en contra de medidas de Estados Unidos.

Que deje la matraca a otros, para esos más distantes a ella y su investidura. Y hablando de ésta, que no caiga en la provocación de contestar ella, la jefa del Estado, a una declaración realizada a bote pronto por una integrante del gabinete de Trump, como ocurrió ayer. Ella no tiene por qué bajar de nivel al sostener interlocución.

El momento demanda de una presidenta de la República cuya voz no sea morralla de la cantaleta militante, paja ideal para el fuego de los malquerientes en EEUU de los migrantes mexicanos. Es la transformación que urge. Y una que su mandato presidencial merece.

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Sobre la firma

Salvador Camarena
Periodista y analista político. Ha sido editor, corresponsal y director de periodistas de investigación. Conduce programas de radio y es guionista de podcasts. Columnista hace más de quince años en EL PAÍS y en medios mexicanos.
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