La pesadilla de un joven pobre de Colombia hasta una cárcel mexicana
Iván Cano tomó por primera vez en su vida un avión para salir de su humilde casa rumbo a una supuesta oferta de trabajo en México. Pero todo era una trampa de las mafias


Al llegar al aeropuerto de Cancún, le mandó un mensaje a su madre diciéndole que todo estaba bien. Pasaron dos semanas largas de silencio. Y el siguiente mensaje fue: “Mamá, me engañaron, me quitaron todos mis documentos y me golpearon”. Entre una comunicación y otra transcurre la pesadilla de Iván Cano, un joven colombiano de 25 años, y una enfermedad genética que le provoca fallos musculares, problemas de corazón y de vista. Cano tomó por primera vez en su vida un avión para salir de su humilde casa rumbo a una supuesta oferta de trabajo en México. Pero todo era una trampa. Primero fue esclavizado por las mafias mexicanas y después encerrado en la cárcel acusado de ser un paramilitar a sueldo.
Su historia la cuentan mis compañeras Beatriz Guillén y Natalia Herrera con acceso a la carpeta de investigación, su testimonio, el de su familia, el de la embajada colombiana y las voces de expertos. El caso de Cano ilustra el fenómeno del reclutamiento forzado por parte de los carteles. Ofertas falsas en redes o páginas. Jóvenes humildes con poca formación y desesperados por trabajar. Pago de los gastos del viaje. Una vez que están en México: secuestro, sometimiento y trabajo forzado.
El gancho de Cano era un puesto como oficinista por un salario de 45.000 pesos mexicanos al mes, unos 2.500 dólares, tres veces el sueldo de cualquier trabajo similar en Colombia. Vuelo y hotel pagado. Además, otros 5.000 pesos mexicanos (unos 250 dólares) para cubrir los gastos de su traslado desde Villavicencio, su ciudad colombiana, hasta Guadalajara. “Yo lo sentí muy bien. Tanto tiempo buscando empleo. Pensé que era una buena oportunidad para mí. Dije ‘vamos a hacerlo, lo veo totalmente legal y voy a poder trabajar para ayudar a mi familia”, le contó Cano a mis compañeras por teléfono desde la cárcel.
La supuesta oficina era en realidad un rancho, donde las mafias encierran a sus víctimas para obligarles bajo torturas y amenazas a trabajar para ellos. La mayoría de las veces les entrenan para ser sicarios, carne de cañón. En el caso de Cano, querían que fuera su hacker informático. “Como puse en mi currículum que era técnico en desarrollo y ciberseguridad, ellos creían que yo podía hacer lo contrario: ser hacker. Me querían obligar a hackear cuentas, a hacer todo lo malo”, cuenta él mismo en el reportaje. Las mafias grandes, como el Cartel de Sinaloa o Jalisco Nueva Generación, usan hackers para acceder a sistemas de vigilancia, para rastrear información y para asesinar informantes.
Tras dos semanas de torturas y amenazas de muerte, la Guardia Nacional apareció por el rancho. La versión de Cano es que estaba amarrado del tobillo izquierdo a un palo, con una especie de cadena. Creyó que los agentes iban a rescatarlo. “Pero ellos también me amenazaron. Me querían obligar a que les diera información y yo les decía: ‘No, yo estoy secuestrado acá, vea cómo me encuentro”. La versión de los militares es que Cano estaba caminando por la sierra armado con un fusil semiautomático y decía ser parte de las Fuerzas Especiales Mencho, una especie de cuerpo de élite que responde a Nemesio Oseguera Cervantes, el poderoso líder del Cartel Jalisco Nueva Generación.
Cano está acusado de portación de armas de uso exclusivo del ejército, un delito federal. Solo hay una prueba contra él: el testimonio de los militares. En la cárcel donde está Cano hay otros 11 colombianos detenidos. La mayoría tienen formación militar y están vinculados a procesos como supuestos mercenarios de carteles. Por eso, cuando Iván Cano llegó al penal, con sus lentes gruesos, su delgadez extrema y postrado en una silla de ruedas por la debilidad que le provoca su enfermedad, en los corredores de la cárcel se empezó a comentar que su caso era distinto. Al final de la llamada con mis compañeras, Cano dudó sobre el reportaje, confesó tener miedo, exponerse demasiado por contar su historia. Luego, se llenó de valor y aceptó contar los horrores —del crimen y del Estado— que ha vivido. Terminó la conversación diciendo: “Yo solo quiero que me ayuden a salir de aquí”.
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