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La amenaza de la intervención militar marca el primer cara a cara entre Trump y Sheinbaum

La presidenta de México viaja a Washington para asistir a un breve encuentro, junto al primer ministro canadiense, con el sorteo del Mundial como telón de fondo

David Marcial Pérez

Ni la guerra arancelaria, ni la política migratoria, ni siquiera el fantasma del fentanilo o la agenda de seguridad. En un año largo desde que Donald Trump llegó al poder, no ha habido ninguna reunión cara a cara entre el presidente de Estados Unidos y la mandataria de México, Claudia Sheinbaum. Ha tenido que ser el fútbol, el sorteo del Mundial del año que viene, el que propicie el primer encuentro entre los mandatarios vecinos. Este jueves Sheinbaum viajará a Washington para mantener al día siguiente una breve reunión a tres bandas junto con el primer ministro canadiense, Mark Carney. El encuentro llega en un momento delicado en la relación bilateral, ya de por sí tensa desde el regreso de Trump a la Casa Blanca y sus constantes ataques al vecino del sur. La insistencia del republicano en plantear la posibilidad de una intervención militar en territorio mexicano para combatir al crimen organizado tiene en vilo a las autoridades mexicanas y ha puesto a prueba los límites de la relación entre los dos socios norteamericanos.

Tras casi dos decenas de llamadas, cartas y otro puñado de alusiones e indirectas, este viernes se verán por fin las caras. La revisión del tratado de libre comercio con Estados Unidos y Canadá (TMEC) será también uno de los puntos de la agenda, según ha adelantado la propia Sheinbaum, que en la conferencia matutina de este jueves volvió a insistir en que ​​“México defiende su soberanía. Tenemos un entendimiento: no intervención, cooperación sin subordinación y la soberanía de nuestros territorios”.

La respuesta de la presidenta ante las arremetidas de Trump ha sido firme durante los últimos meses. México aceptará el intercambio de información de inteligencia, como viene ocurriendo desde hace meses, pero eso en ningún caso implica abrir las puertas a operaciones de Estados Unidos en suelo mexicano. “No es que no se quiera un apoyo, pero no con tropas extranjeras”, dijo recientemente la mandataria, al tiempo que recordó que la última vez que Estados Unidos incursionó en México se llevó la mitad del territorio.

Ya desde la campaña electoral y con su llegada a la Casa Blanca por segunda vez, Trump recurre obstinadamente a la narrativa de que México no hace lo suficiente para controlar la violencia asociada al narcotráfico y la entrada masiva de drogas, sobre todo el fentanilo, que representa una epidemia de muertes y salud pública en el vecino del norte. A partir de esa retórica, Trump declaró a los carteles mexicanos como organizaciones terroristas, lo que le autoriza a intervenir en suelo extranjero, caso similar al que sufren otros países, principalmente Venezuela.

El planteamiento de Trump, que lejos de ser marginal se ha convertido en una pieza central del mensaje del ala dura republicana hacia México, representa un desafío mayor para su vecino del sur. En un país donde el discurso nacionalista sigue siendo central para todos los partidos, esta presión externa obliga al Gobierno a responder con firmeza para evitar la percepción de debilidad.

Sheimbaum ha llegado incluso a entregar a Washington en dos tandas a más de 50 de capos del crimen organizado, una decision que la mandataria ha defendido como “soberana”. De cara al encuentro de este viernes con Trump, el diaro The Wall Street Journal afirma, citando fuentes de ambos gobiernos, que otro de los puntos a negociar sería una tercera tanda de envíos de capos de las cárceles mexicanas a las de Estados Unidos.

El clima político interno mexicano añade otra capa de complejidad. En las últimas semanas, sectores de ultraderecha con claros vínculos con el movimiento MAGA (Make America Great Again) han tratado de capitalizar el descontento social. Las recientes protestas contra la presidenta Sheinbaum, convocadas por la denominada generación Z, han amplificado la retórica estadounidense a favor de una acción más contundente. Estas corrientes, por ahora minoritarias, han encontrado eco en actores internacionales alineados con la agenda MAGA, interesados en presentar a México como un Estado fallido que requiere intervención externa. Aunque no representan la posición dominante en la política mexicana, su presencia ha contribuido a polarizar aún más el debate público.

La dimensión económica tampoco escapa a la tensión. Desde que arrancó la segunda Administración de Trump, el magnate sacudió la relación bilateral anunciando la implementación de nuevas tarifas para México, lo que ha elevado la incertidumbre para el futuro económico de México. Anclado al tratado de libre comercio (TMEC), que pretende renegociar, el republicano ha impuesto tarifas del 25% a todos los productos que no están contemplados en el acuerdo, gravámenes del 25% a los automóviles, además de aranceles del 50% al acero, el aluminio y el cobre.

El TMEC se ha convertido en el gran tema ineludible dentro de la actual tensión bilateral. Durante tres décadas, México, Estados Unidos y Canadá han consolidado a Norteamérica como un bloque económico de enorme peso gracias a la liberalización comercial. Fue el propio Donald Trump quien, en 2018, impulsó la renegociación del acuerdo y convocó a sus socios para rediseñarlo. Ahora, con una revisión a la vuelta de la esquina, Trump vuelve a poner el tratado en cuestión: ha sugerido abandonar el TMEC y sustituirlo por pactos bilaterales independientes.

Este será uno de los retos que enfrentará México en sus reuniones con el vecino del norte, que desde el regreso de Trump sigue la estrategia de negociar todo a la vez, usando su posición de poder para intercambiar unas cartas por otras. Las subidas arancelarias, por ejemplo, como castigo a los supuestos esfuerzos insuficientes en el control del narcotráfico o la migración.

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Sobre la firma

David Marcial Pérez
Reportero en la oficina de Ciudad de México. Está especializado en temas políticos, económicos y culturales. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en El País. Antes trabajó en Cinco Días y Cadena Ser. Es licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid y máster en periodismo de El País y en Literatura Comparada por la UNED.
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