Cristina Rivera Garza lleva los feminicidios al barro del Colegio Nacional
La escritora y el artista Saúl Hernández escogen unos cuchillos utilizados por niñas en Alaska para incidir en el poder de la memoria y el relato


Esta historia comienza en los almacenes del Humboldt Forum, en Berlín, en 2024. La escritora Cristina Rivera Garza y el artista Saúl Hernández habían recibido un encargo: elegir un objeto al que devolver la historia para, así, poder revertirla. Durante cuatro días recorrieron unos edificios atestados del “pillaje del colonialismo alemán”. Buscaron entre miles de rastros pasados; decenas de jades apilados “como cadáveres”, también kachinas rodeadas de maíz, capas hechas de piel y plumas verdosas. Ellos escogieron un objeto pequeño, para la palma de una niña, sencillo pero filoso, hecho de hueso: un cuchillo historia, llamado storyknife en inglés y yaaruin en yupik, la herramienta que usaban las niñas en la costa de Alaska para contar lo que les había sucedido. Ellas escribían sobre la nieve o en la tierra mojada del cauce de un río, pero para seguir contando debían seguir borrando. “Se parece tanto a lo que uno hace: uno escribe pero no sabe cuándo se va a borrar”, explica Rivera Garza a este periódico: “De inmediato lo conecté con cómo contamos historias de violencia de género, especialmente de feminicidio. Estas son acalladas, es decir, son borradas, y nosotras insistimos, las volvemos a decir y las vuelven a borrar”.

¿Qué se recuerda? ¿Cómo? ¿Para quién? En esa tensión, Rivera Garza y Hernández crearon sus propios cuchillos historia, hechos de latón y bronce; los desafilaron y los convirtieron en hojas; los renombraron como ramita historia; prepararon la tierra y la llevaron hasta el Patio de los Naranjos del Colegio Nacional, en Ciudad de México. Ahí invitaron el 2 de noviembre, el Día de Muertos, a decenas de personas para escribir en esa fragilidad el nombre de las mujeres que faltan. “En ese recordar a todos los seres amados que hemos perdido, hay un lugar especial para las mujeres que hemos perdido a causa de la violencia”, reflexiona Rivera Garza: “No debemos dejar que el poder las olvide también. Es una manera de contar para recordar. Contar para mantener una memoria colectiva, que es emotiva, pero que también es una memoria política”.
La primera ha sido la escritora, ganadora un Pulitzer por la obra en la que atraviesa el feminicidio de su hermana, que con cuidado ha redactado: “Liliana, 1969-1990″. En otro cubículo de tierra mojada ha seguido Silvia Ortiz, que ha escrito el nombre de su hermana Lilian, asesinada en 2011 en Ciudad de México. “La historia es muy parecida a la que vivió Cristina”, relata antes de marcharse: “Me voy tranquila”. Después, Sara Güizado, maestra en la capital, ha escrito el nombre de su compañera Fabiola Ortiz, asesinada en Oaxaca por un alumno. Han aparecido Mireya y Doña Mari, Elisa, Georgina y Lola, Emilia y Albina. Entre murmullos, en este patio del bullicioso centro de Ciudad de México se ha llevado a cabo un ritual.





Los objetos regresan la mirada
El encargo, que se enmarca dentro de la serie de Objects Talk Back (Los objetos regresan la mirada, en español) de la escritora Priya Basil, se presentó este verano en Berlín y este domingo ha llegado por primera vez a México. En la fecha más especial posible, según Rivera Garza, el Día de Muertos: “El hecho de escribir un nombre que para nosotros significa tanto invita a la liga, al abrazo, a engarzarnos. La idea, por supuesto, es invocar a los que se han ido, hacerles espacio a nuestro alrededor y recibirlos como se merecen con mucho cariño”.
El evento, llamado Cuchillos como hojas: reescribir el feminicidio, nombrarlas en el barro, trae su eco de otras historias pasadas. “Los pantanos, las ciénagas y los lodazales, donde se encuentra el barro, han sido históricamente denunciados como desiertos vacíos, tierras baldías intactas, un peligro para la salud”, ha enunciado la escritora: “El barro, donde las letras pueden germinar y con ellas la memoria a la que nos aferramos fue declarado enemigo del estado. Ahí en el barro hemos escrito. Ahí en el barro volveremos a escribir. Un juego de niñas”.

Hace tiempo que las niñas yupik dejaron de escribir con los cuchillos tintados, hechos de hueso, ahora utilizan los de mantequilla, explica Saúl Hernández. Pero es su energía la que sigue, afirma Rivera Garza: “Una energía ruidosa y electrizante viaja a toda velocidad desde las costas del suroeste de Alaska hasta la sierra del centro de México. Esta es la voluntad de contar, por fin”.
Los minutos pasaban y mientras los demás asistentes escribían, el nombre de Liliana, la tierra se lo comía. Antes, su hermana había asegurado: “Esa forma, que no es más que un hueco, se deshace bajo la presión de la tierra que se desmorona. El hueco se rellena, la forma que era una letra desaparece. Escribir en la tierra es lo raro. El lodo se abre y se cierra sobre sí mismo. Pero la tierra preserva, archiva, eterniza”.
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