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Cristina Rivera Garza: siete viajes para espantar el miedo

La escritora reúne en ‘Terrestre’ una serie de relatos en los que aborda la historia de las jóvenes que desafiaron la amenaza latente de violencia en el México de los noventa

Cristina Rivera Garza en marzo de 2024.
David Marcial Pérez

Cristina Rivera Garza (Tamaulipas, 60 años) conoce bien los peajes y las distintas varas de medida en la competición literaria. Desde el inicio de su carrera, allá por los primeros años de los noventa, las etiquetas como vanguardia o experimental han colgado con insistencia de su obra, que estira los límites formales pero sin soltar del todo la mano de los lectores. Por eso, le molesta que cuando un escritor se pone a hacer ejercicios de estilo, se le llame maestro de la técnica, gran estilista. Pero si es una escritora la que toma riesgos y experimenta con las formas se considere una frivolidad o un acto de presunción.

Espantando los prejuicios, su último libro se mantiene en las mismas coordenadas o incluso va un paso más allá. Los siete relatos que conforman Terrestre están plagados de juegos intertextuales, narradores múltiples, tiempos y puntos de vista dislocados que a veces parecen callejones sin salida.

No son cuentos, crónicas de viajes o relatos confesionales. O más bien, son todo eso a la vez. Ella prefiere llamarlo “no ficción especulativa”. Porque parte de un referente fáctico —una historia personal, documentos oficiales, bibliografía propia o ajena— para desde ahí hacerlo crecer y desbordarse por el ejercicio siempre creativo de la memoria. O como dice un aforismo integrado en uno de los relatos: “Si es memoria es ficción, si es memoria es confusión”. En realidad, casi toda su obra está construida sobre estos terrenos movedizos. Desde su primer libro de cuentos La guerra no importa (1991) —que reaparece como una subtrama dentro de uno de los relatos de Terrestre— hasta su última y más celebrada novela sobre el feminicidio de su hermana, El invencible verano de Liliana, ganadora del premio Pulitzer en la categoría de memorias o autobiografía.

La novela sobre su hermana, o “libro más grande” como lo llama ella, comienza con la búsqueda casi policiaca del expediente del asesinato para luego enroscarse en capas y capas de entrevistas, cartas, testimonios fragmentados, monólogos interiores o apuntes bibliográficos. Una estrategia para evidenciar la escasez del lenguaje ante la violencia en una época, 1990, donde ni quiera existía aún el término feminicidio. Los relatos de Terrestre están conectados. “Son el lado b de El invencible verano de Liliana”, cuenta la escritora por videollamada. “¿Qué pasó con las chicas que no cayeron? ¿Qué les sucedió a esas mismas jóvenes de finales del siglo XX, qué retos de violencia afrontaron cuando se movían por distintas zonas de México?”.

De ahí que todos los protagonistas son jóvenes que viajan en grupo, en pareja o solos. Hay curiosidad y hasta insolencia adolescente. Esas ganas de comerse el mundo pese a la amenaza latente de la violencia. “En Liliana fui extremadamente cuidadosa con el uso del lenguaje, porque es una historia muy personal y un terreno muy resbaladizo. En este libro, pese a las conexiones, hay otra temperatura. Son textos que escribí con mucho placer y con un sentido de libertad que creo que empata con los temas y los materiales. Esa mezcla de azoro juvenil y la sensación de que puedes hacer todo lo que se te dé la gana”.

Ese “sentido de libertad” alcanza para situar como protagonistas a dos garzas universitarias que citan a Joan Didion mientras que viajan en bus y autostop hasta llegar a Cancún. El giro hacia el registro fantástico se lo dio un poema de la surcoreana Kun Heysoon, que aparece como epígrafe y motor narrativo dentro del cuento, donde “la poeta camina porque está avergonzada de sus alas tan grandes”. El recurso provoca un efecto de extrañamiento en la mirada fascinada de los hombres hacia dos jóvenes animales “de alas y ojos estáticos”.

Otro ejemplo es el narrador en tercera persona del plural de otro de los textos, que va contando la historia de una pareja a través de una sucesión de negaciones. La técnica recuerda a Oulipo, el laboratorio de escritura experimental fundado por Raymond Queneau, donde jugaban por ejemplo a construir textos narrativos eliminando de antemano ciertas letras para estimular la creatividad. En este caso, el objetivo es más bien impugnar las “narrativas patriarcales sobre la violencia íntima de pareja”.

Rivera Garza estudió Sociología y es profesora de Estudios Hispánicos en la Universidad de Houston, donde además es fundadora y directora del primer programa de doctorado en escritura creativa en español en Estados Unidos. La Fundación MacArthur, que le otorgó su beca de genio en 2020, la definió como una autora transnacional. Tan heredara de Rulfo o Borges, como de Gaddis o Pynchon. A los popes del posmodernismo estadunidense, algunos les llaman también “la escuela de la dificultad”. Ella se reconoce parte de esa tradición pero sin afán críptico y, sobre todo, con un meditado equilibrio entre experimentación formal y mirada política. “Siempre estoy dialogando con mi circunstancia, con mis condiciones de producción. Qué triste sería quedarse a jugar sola con tus pequeñas herramientas. El reto está en alcanzar la otra orilla, la complicidad de los lectores”.

Los relatos de Terrestre comparten esa tensión. De hecho, fueron concebidos con una voluntad de juego, de entrenamiento. “Suelo utilizar el relato corto para explorar o investigar estrategias que luego puedo utilizar o trasladar a proyectos más largos”. Iban a ser unos ejercicios para sacar músculo mientras escribía la segunda parte de una trilogía sobre sus abuelos. Pero por medio se coló una secuela del asesinato de su hermana. Llegaron las marchas del 8M en México y las manifestantes que enarbolaban el nombre de Liliana, el libro trascendió las bambalinas literarias y entró en la conversación pública sobre la violencia feminicida. Y entonces decidió que esas historias tenían entidad propia, cabían dentro de su máxima de experimentación y política.

Terrestre

Cristina Rivera Graza
Random House, 2025
176 páginas
18,95 euros

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Sobre la firma

David Marcial Pérez
Reportero en la oficina de Ciudad de México. Está especializado en temas políticos, económicos y culturales. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en El País. Antes trabajó en Cinco Días y Cadena Ser. Es licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid y máster en periodismo de El País y en Literatura Comparada por la UNED.
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