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Los 50 años de la escultora Gerda Gruber en México: “Hacer una obra de arte es como el proceso del amor”

El Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey (MARCO) presenta la primera revisión dedicada a la trayectoria de la artista, considerada un referente de la escultura en el país

Piezas de la exposición 'Entre verde y agua', en Monterrey.
Erika Rosete

La escultora Gerta Gruber (Bratislava, Eslovaquia, 85 años) llegó a México en 1975 para no irse más. Hizo del país su refugio, y de su casa, en Mérida, Yucatán, un búnker personal rodeado de árboles frutales y medicinales que ella misma plantó y que cuida todos los días, en ese hogar construido con sus manos, en el corazón del territorio maya. Tiene una lucidez que prefiere el tacto de la naturaleza y en la mirada un brillo que mantiene desde que era muy joven cuando descubrió en México que podía hacer arte con el barro. Sentada en medio de su exposición Entre verde y agua, que reúne piezas de un trabajo de 50 años, Gruber mira a su alrededor y dice que a estas alturas no puede ser objetiva con la elección de sus piezas: “Yo pienso que hacer una obra de arte es como un proceso de amor. Te enojas, te frustras, te alegras, estás feliz, y después terminas con ese proceso. Y lo que sigue”, dice.

Por eso, la curaduría de su trabajo de cinco décadas que presenta el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey (MARCO), la ha preparado junto a la curadora de arte contemporáneo Daniela Pérez, que hace ocho años se trasladó desde Ciudad de México a vivir a Mérida, y desde entonces ha acompañado a Gruber para elegir los elementos que conformarían esta primera revisión de su trabajo. “Este es el más importante de varios proyectos que hemos hecho en conjunto. La muestra es parte de un universo enorme de producción en el que ella no había puesto la prioridad para dar proyección. Son círculos casi perfectos de una práctica que se ha enfocado en producir, y pensar y evolucionar, y no tanto en un universo comercial”, explica Pérez.

Gerda Gruber y Daniela Pérez en el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey.

Gruber quiso que el espacio de su muestra le resulte acogedor a quien va a mirarla. Ha elegido el color gris para los muros y ha explicado que sus esculturas no tienen bases porque ella no construye héroes ni heroínas. “Yo no hago bustos ni esculturas políticas, creo que esos sí necesitan su espacio, su reconocimiento y elevación, pero yo prefiero integrarlas [sus obras] en el piso, como en la naturaleza”, explica.

También, el entorno asemeja, curiosamente, un búnker. Ella lo confirma: “El gris para mí es como un búnker que protege. Protege las cosas que tienes aquí adentro y va con todas los colores, mira, todas las colores que ve contrastan con el gris perfectamente. Con el blanco no, lo mata completamente. La caja blanca me tiene aterrada”, dice.

La escultora, maestra de varias generaciones de artistas en México, fundó en 1976 el Taller de escultura en barro de la entonces academia de San Carlos, en la que también dio clases. Un año después, viajó por primera vez a Nuevo León, un sitio al que regresó intermitentemente en un periodo de 20 años, en los que colaboró con empresas de la región como Cerámica Regiomontana, Aceros Monterrey y Vitro, relaciones que la llevaron a experimentar con el uso de nuevos materiales que pertenecían a un entorno industrial.

La infinita búsqueda de un refugio

Una pared entera de una de las salas del MARCO muestra la fotografía en blanco y negro de un muro natural hecho de árboles altos. Es una imagen real de un proyecto que Gruber puso en marcha en una secundaria pública de Mérida. La artista ha contado que pasaba por ahí y pensó en lo terrible que debía de ser para esos chicos y chicas que no tenían una sombra bajo la que resguardarse. Planchas de cemento y edificios donde estaban los salones, no eran el espacio idóneo para las horas libres. Así que habló con los directivos y plantó árboles.

Se llama Campo magnético, es una especie de domo, así concebido por Gruber, que brinda sombra, frescura y protección a los niños y niñas de esa escuela. “Empecé hace muchos años a seleccionar y sembrar un árbol que se llama Neem, que vino de la Inida, pero que es sumamente práctico para plantarse. Tenía un espacio sin árboles, sin nada, solo dos cubículos de concreto y una plancha y los jóvenes morían de calor. Se llama Campo magnético porque las raíces de los árboles se comunican entre ellas y forman un círculo. Me tardé nueve años en hacerlo. La naturaleza no crece tan rápido como un edificio”.

Gerda Gruber, en 1980, en Monterrey.

Pocos saben que ella es la autora del proyecto, uno de varios que ha hecho en otras escuelas públicas también pensadas en ese mismo sentido, como el de plantar árboles medicinales en otro centro educativo, para que los alumnos sean quienes los cuidan y los vean crecer.

Si hay algo que se repite en su obra y en sus palabras, es la búsqueda de protección y de seguridad, y la necesidad que ha tenido Gruber desde muy pequeña de asirse a un refugio que le dé tranquilidad. También le preocupa el futuro, y actúa en consecuencia con su arte para habitar el presente. Ella misma, desde muy pequeña y su familia, vivió el inicio de la Segunda Guerra Mundial y la posguerra, se trasladó muy joven a Suiza, luego a Austria, dejó después de algunos años Europa y fue a dar a México. “Yo tengo un hilo conductor en mi obra, y es la protección y es la preservación, esto que se puede reconstruir, que se puede salvar, es lo que yo quiero discutir y señalar”, dice.

“El refugio siempre fue importante para mí. Primero, porque yo soy emigrante y siempre voy a serlo. Nací en un lado, mi padre se fue a otro, luego vine para acá. Soy una persona de este planeta. Si no hubiera pasaportes, yo sería feliz. Porque la humanidad va a la luna, y aquí todavía estamos visas. Algo no concuerda con todo esto que está sucediendo desde hace muchos años. Lo más donde he vivido es México. Llegué aquí con 30 años y ahora tengo 85. Este es mi país, pero lo digo en voz baja, porque mi outfit no es muy mexicano, no quiero que me malinterpreten”, concluye, entre risas.

Entre verde y agua es una muestra hecha en colaboración entre MARCO y el Museo de Arte Moderno de Ciudad de México, a donde llegará en marzo de 2026. La exhibición incluye 113 esculturas y 30 dibujos, creados desde los años setenta, hasta la actualidad.

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Erika Rosete
Es periodista de la edición mexicana de EL PAÍS.
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