Alma Delia Murillo: “Las autoridades no investigan las desapariciones porque no se quieren investigar a sí mismas”
La escritora mexicana publica ‘Raíz que no desaparece’, un sentido relato sobre un país fracturado por miles de desaparecidos y el dolor de la madres que les buscan


Almas reventadas de mujeres que buscan a sus hijos. La frase es de la escritora mexicana Alma Delia Murillo (Ciudad Nezahualcóyotl, 46 años) y resume a la perfección el dolor de un país que cada día despierta con una tragedia: un nuevo desaparecido, una mujer asesinada a balazos, otra matanza, una fosa con decenas de cuerpos desmembrados, un perro que recorre una calle cargando en el hocico una cabeza decapitada... Es el horror que hace metástasis en decenas de miles de mujeres que buscan a sus hijos y cuyas historias Murillo recoge en Raíz que no desaparece (Alfaguara), crónica de un tormento crónico, relato sobre un país fracturado, novela cargada de indignación, rabia y también amor, ese que resiste en la búsqueda de un cuerpo amado que un día dejó abruptamente de estar presente.
La novela narra la historia de una escritora y periodista que se sumerge en el mundo de las madres buscadoras, colectivos de mujeres que cepillan los bosques, estepas, parajes y poblados de México en busca de un cuerpo, un hueso, al menos un trozo de ropa del hijo desaparecido. El inicio del relato es la muerte de una palmera que durante décadas se irguió potente en el corazón de Ciudad de México, pero que sucumbió al ataque de un hongo. Las autoridades montaron todo un espectáculo público para que la ciudadanía escogiera su reemplazo, un ahuehuete que terminaría también muriendo rodeado de rostros de personas desaparecidas, porque esa rotonda donde debía vivir por mucho tiempo ese árbol fue reclamada por esos grupos que buscan sin cansancio el paradero del familiar arrancado de su vida.
La escritora ahonda con mucha empatía en el drama de las madres, mujeres que aseguran que en sueños sus hijos les dan pistas de dónde buscar, que ven árboles carcomidos por hongos o con las hojas cerradas como en un rezo que alertan de tanta muerte; pone el dedo acusador en unas autoridades incompetentes que se arropan en la impunidad y le pide a la sociedad que no sea indiferente.

Pregunta. Hay en su libro una enorme carga de dolor e indignación. Escribe: “No sé si existió otro mundo en el que mi país no fuera esta acumulación de muerte sobre muerte”. ¿Le dolió escribir esta novela?
Respuesta. Me dolió muchísimo. Por el trabajo de campo, por acompañar a las madres, porque esta no podía ser una novela de escritorio: había que estar con ellas y eso es muy doloroso y desconcertante, porque una no tiene lenguaje para eso, no está en tus vivencias, hay mucha torpeza, no sabes cómo acercarte. Luego, ya que tomé todas las notas de los relatos que ellas fueron contando y leí algunos expedientes, tenía que parar, me levantaba de la mesa a llorar.
P. ¿Cómo logró procesar tanto dolor?
R. La escritura en sí misma ya es un artificio que te permite tener una distancia. Pero, por otro lado, el cuerpo habla, me enfermé de todo. Me dio influenza, la influenza me reventó el oído, me desorienté, me golpeé contra una pared, me fracturé un diente y me creció un tumor, un osteoma que me acaban de quitar como respuesta al traumatismo. Relato todo esto porque estamos hablando de dolor y creo que por eso es tan difícil y tan incómodo acercarse a estos temas, porque antes o después te llevan a que tu cuerpo lo retome.
P. La sociedad mexicana está absorbiendo todo este dolor durante muchísimos años. ¿Por qué no se detona? ¿Por qué no hay una metástasis social?
R. Porque todavía estamos bajo la fantasía, la burbuja que nos hace creer que este fenómeno es de las periferias, que no ha llegado al centro, que no le está ocurriendo a las clases medias o media alta. Es lo que sucedió, por ejemplo, con Ayotzinapa. Llevamos 10 años y ese fenómeno nos ha puesto en la cara el clasismo de este país, el racismo, que como estas cosas le ocurren a cierto perfil de la población, el resto nos mantenemos relativamente sanos, pero yo creo que eso empieza a cambiar, porque se nos está acercando: hay fosas clandestinas en Ciudad de México. Lo que pasó con estos dos funcionarios públicos de alto perfil de la jefa de gobierno de la ciudad nos habla de que ya no está tan en la orilla.
P. Una de las fichas que incluye en el libro es de una chica desaparecida que alerta de que esto puede pasarle a cualquiera. ¿Buscaba lograr la empatía de los lectores con estas historias?
R. Sí, por eso las puse. El intento de mi novela es precisamente dejar de hablar de estadísticas, de una comisión de ayuda, de fiscalías y contar una historia y humanizar. Hacer empatía. Por eso cada capítulo de la novela termina con la inserción de fichas reales de búsqueda y al final la lista de personas desaparecidas es una lista real que retomé de los distintos colectivos. Creo que solo repetir un nombre con sus apellidos y una fecha y dónde desapareció le da una dimensión humana.
P. ¿Cómo fue trabajar con las madres buscadoras?
R. Es estar en el límite del dolor y también en el límite del amor y de las alegrías detonadas por gestos pequeñísimos. No sabía ni cómo hablarles y me daba mucha culpa y me cuestioné, lo hago a lo largo de la novela, sobre la legitimidad con la que estoy haciendo esto. Y pronto aprendí que no tenía que tener tanto miedo ni tanta culpa ni tanto cuidado del lenguaje, sino estar ahí con ellas. Fue muy doloroso acompañarlas, abrazarlas, ver cómo todas tienen una especie de temblor extraño como si tuvieran una neuralgia. Tiemblan, si las miras de cerca, tiemblan. Y luego constatar que están todas enfermas de cáncer, de diabetes.
P. ¿El cuerpo que está manifestando el dolor?
R. El cuerpo que está manifestando el dolor. Sufren del Síndrome de Ménière, que el oído las hace perder el equilibrio, y de Alzheimer. Empecé en un par de conversaciones con las mamás y terminé hablando con las hijas, porque sus madres entraron en este periodo agudo de Alzheimer.
P. Hábleme de los sueños premonitorios. Esta idea de que los desaparecidos les dicen a sus madres en sueños dónde buscar.

R. Era una de las preguntas que yo les hacía: ¿sueñas con tu hijo? A la hora de preguntarles los sueños era como tocar lo más nítido de este vínculo madre e hijo. Y muchas me contaron que sueñan las pistas, sueñan dónde están, qué ropa llevan, que sus hijos les dicen: “Cuídate de tal persona.” Luego el tiempo le da la razón a esos sueños.
P. Pero las autoridades no les hacen caso.
R. Se ríen de ellas. La primera vez que yo escuché esto fue de una mamá en un proyecto anterior, la señora Paula Flores, buscando a su hija Sagrario, una de las primeras víctimas de este fenómeno llamado Las Muertas de Juárez. Y en sueños Sagrario le decía a Paula quién había sido y Paula fue a contarlo a la fiscalía y se burlaron, pero, en efecto, tiempo después, el feminicida fue quien le decía su hija en sueños y está detenido y procesado. Eso es inexplicable y al mismo tiempo tan contundente que uno no puede dudar que sea veraz.
P. Usted hace una dura crítica a la autoridad en México, que mantiene la impunidad. ¿Cree que las autoridades han convertido esta crisis en algo marginal?
R. Peor que eso, han convertido este hecho tan horrendo en una forma de capitalización política. A mí me consta, yendo a las búsquedas con las madres, cómo los políticos se les acercaban, era el año pasado, previo a las elecciones, para querer tomar la causa, abanderarse, viendo cómo van a sacar provecho de ello.
P. Pero la impunidad sigue.
R. Claro, porque no hay un interés real. Yo concluí, y las propias mamás me lo decían, que no investigan porque no se quieren investigar a sí mismos. Porque de veras está ya tan sólido y tan complejo el tejido entre las autoridades mexicanas y los miembros del crimen organizado que donde te asomes a cualquier nivel de gobierno, vas a encontrar señales de eso. El tema de no tomarse en serio las investigaciones y de no llegar a las últimas consecuencias cuando hay denuncias, cuando hay expedientes, tiene que ver con que hay complicidad.
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