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Rap indígena: resistencia para seguir existiendo

Raperos y productores encabezan un movimiento para preservar idiomas originarios como el totonaco, mazateca, mixe o mazahua

Juan Sant y Gil Navor en la Ciudad de México, el 6 de agosto 2025.Foto: Mónica González Islas (El País) | Vídeo: EPV
Carlos S. Maldonado

Cuando Juan Santiago Téllez era un niño, sus padres le prohibieron hablar en totonaco. “Era para protegernos”, asegura. Se refiere a la discriminación que las poblaciones indígenas de México han sufrido a lo largo de siglos y que se traduce también en burlas en las escuelas por no expresarse en español. “Quise romper con eso”, afirma quien artísticamente se llama Juan Sant, un rapero de la localidad de El Terrero, en el municipio poblano de Pantepec. “Transformo la discriminación en arte para que nuestros pueblos sigan hablando totonaco, que se siga enseñando a los niños”, dice este músico que forma parte de un movimiento de hip hop que intenta preservar las lenguas vernáculas en México.

Ahora, Sant afirma sentirse orgulloso de su cultura originaria. El totonaco está presente en los Estados de Puebla y Veracruz y estadísticas oficiales estiman que cuenta con unos 250.000 hablantes y, aunque ha sido reconocida como una lengua nacional en México, Sant acusa que no hay políticas oficiales para preservarla. Su música, por lo tanto, es un acto de obstinación ante la desidia estatal. Él empezó a hacer rap en 2004, pero fue años después cuando decidió integrar su lengua originaria en las letras que escribe. “Decidí hacer rap porque amo mi cultura, pero también me fui dando cuenta de que la misma gente que me escucha, la gente de mi comunidad, me echó a los hombros el compromiso de revitalizar estas lenguas originarias que cada vez se hablan menos”, explica el rapero.

México cuenta con 68 lenguas indígenas consideradas nacionales y está entre las primeras diez naciones con más idiomas originarios. En este país hay siete millones de hablantes de alguna lengua vernácula y, según el Gobierno, más de 25 millones de mexicanos se reconocen como indígenas, la mayoría de ellos habitan en el sureste del país. Los dos idiomas originarios más hablados son el náhuatl, con 1,6 millones de hablantes, seguido del maya, hablado por 860.000 personas. A pesar de esa riqueza lingüística, Nicolás Hernández, productor musical y antropólogo, afirma que las iniciativas para preservarla e impulsarla siguen siendo escuálidas. “En algunas instituciones de Gobierno se están llevando a cabo proyectos que tratan de rescatar y de revitalizar los idiomas originarios. Sin embargo, estas estrategias no están muy bien adaptadas o no llegan a las personas beneficiarias”, critica.

Juan Sant, en Ciudad de México, el 6 de agosto.

Hernández creó hace más de una década Mente Negra, una productora musical que impulsa a artistas indígenas. Él ha trabajado con 20 artistas de rap originario y producido seis discos en totonaco, mazateca, mixe, mazahua, náhuatl y maya. Su productora ayuda a los raperos con el acompañamiento musical de las letras, graba las canciones y los videos, pero también los promueve. Un trabajo lleno de dificultades en un mercado que ve la cultura indígena como algo minoritario. “Nos enfrentamos a grandes distribuidoras, lo que dificulta la difusión del rap originario. Como proyecto independiente, en ocasiones tenemos que hacer 10 o 15 veces más actividades de las que realizaría, por ejemplo, un productor musical de un sello discográfico comercial. Además, mucho de nuestro trabajo se hace por autogestión, esto es, cada uno de los artistas y de los integrantes del proyecto aporta algo para generar el contenido”, explica.

La música, sin embargo, se abre camino a fuerza de voluntad de estos artistas. “A partir de la experiencia que he tenido con este proyecto, he observado que dentro de las comunidades ha habido una gran transformación en cuanto a la noción de aspectos culturales. He observado que la incorporación de la música no tradicional en los pueblos ha tenido una aceptación muy grande, tanto por parte de las personas adultas como los jóvenes, que constantemente en sus viajes de salida de la comunidad y al regreso traen consigo nuevos productos y nuevos formatos musicales”, dice Hernández. Él también ha producido un libro, Creación musical en lenguas originarias, que cuenta este esfuerzo colectivo por preservar la riqueza lingüística de México.

Música de resistencia

Es una nublada mañana de agosto. El rapero Sant se encuentra en el centro de Ciudad de México con su colega musical, el también rapero Gilberto Navor, que vive en Atizapán de Zaragoza, en el vecino Estado de México. Ambos forman parte de los nombres más destacados de este movimiento musical, inspirado en el que nació en los barrios de El Bronx y Harlem, en Nueva York, a finales de los años sesenta, por el impulso de la cultura afroestadounidense y latina. Navor rapea en mazahua, lengua que hablan unas 136.000 personas, principalmente en su Estado y en Michoacán.

Gil Navor el 6 de agosto, en Ciudad de México.

En el Monumento a la Revolución de la capital ambos hombres rapean mientras los curiosos se asoman para escuchar la melodía de unas canciones que en su mayoría no entenderán: los rostros de asombro son elocuentes, porque estas personas, muchas de ellas extranjeras, no reconocen que Navor y Sant cantan en lenguas vivas que hablan millones de personas en México, incluso dentro de esta megalópolis, donde existen oficialmente 31 pueblos originarios. Navor hace rap de protesta, cansado precisamente de ese desdén a las culturas indígenas.

“Toco temas sobre racismo, clasismo, discriminación, falta de oportunidades, sobre lo que vivimos en la actualidad y sobre cómo los músicos indígenas no somos tomados muy en cuenta, porque no tenemos las oportunidades de salir en la radio, la televisión, en los periódicos. Esa es la protesta que hago en mi rap”, explica el músico. Él comenzó a rapear en 2012 y acepta que ha sido difícil hacerlo en su lengua. “Como mazahuas, no tenemos materiales musicales, porque nuestra cultura no es muy musical, no es como las de Oaxaca o Guerrero, que tienen la música y se la enseñan a los niños”, explica. Su propuesta, agrega, ha sido innovadora, pero también se ha topado con el muro del rechazo por sus letras cargadas de rebeldía.

Así lo explica: “Como mi música es rap protesta, la gente no quería saber nada de eso. Hasta mi madre me decía que algo me iba a pasar. Al Gobierno, a las instituciones, no les agradaba mucho mi letra, porque es muy fuerte. Al principio sí me daba miedo subirme a los escenarios y hablar de estos temas. Ahora, la verdad es que no se me critica, pero tampoco se me abren los espacios para seguir tocando. A los pueblos indígenas siempre se les ha negado la protesta”. Navor cuenta que han “tenido que tumbar puertas, gritar, violentar lugares para poder participar”.

Nicolás Hernández Mejía, en Ciudad de México.

Con su esfuerzo ha logrado reconocimiento y que las instituciones lo inviten a festivales. El Congreso del Estado de México lo llamó a un acto cultural y recientemente cantó en un festival en la capital para seguir con su voz de rebeldía y evitar que su lengua muera. “Cuando llegué a la escuela se me hacía muy raro que todo mundo hablaba en español y que del mazahua nadie sabía nada”, cuenta. Y agrega: “Me sorprendí de que no estaba plasmada nuestra cultura en películas, en la música, el teatro. Que se nos había borrado de la historia. Eso fue lo que me motivó a hacer algo, por eso esto es un acto de resistencia, para afirmar que existimos”.

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Sobre la firma

Carlos S. Maldonado
Redactor de EL PAÍS México. Durante once años se encargó de la cobertura de Nicaragua, desde Managua. Ahora, en la redacción de Ciudad de México, cubre la actualidad de Centroamérica, temas de educación, cultura y medio ambiente.
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