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Migrantes varados en Ciudad de México consideran regresar a sus países de origen: “Estados Unidos ya no es una opción”

Unos 5.000 extranjeros, en su mayoría latinoamericanos, se encuentran alojados en 16 albergues de la capital mexicana, atrapados entre los obstáculos de encontrar una forma asequible de volver a casa o de cruzar una frontera estadounidense cada vez más fortificada

Venezuelan and Colombian migrants, in the Guadalupe Victoria Park camp in May 2025.

Este artículo ha sido publicado conjuntamente por Puente News Collaborative. Puente News Collaborative es una organización sin ánimo de lucro dedicada a la información, organización y financiación de noticias de calidad y rigor informativo enfocadas en la frontera entre Estados Unidos y México.

Con el tráfico de media mañana en aumento, Yudelis Ferreira sale del albergue para migrantes junto a sus tres hijos pequeños, rumbo a otro día vendiendo paletas en el duro corazón de la capital mexicana. Así ha sido la vida de Ferreira durante meses, después de que los planes de su familia de un futuro en Estados Unidos se vinieran abajo con la llegada del Gobierno de Donald Trump.

Como miles de otros migrantes —en su mayoría latinoamericanos, pero también provenientes de Asia y África— Ferreira y sus hijos se encuentran varados en la ruta migratoria, permanentemente alejados de su objetivo. “Estamos atrapados”, dijo Ferreira, de 29 años, resumiendo dos años de migración desde que salió de Maracaibo, la calurosa ciudad que yace sobre el lago petrolero venezolano con el mismo nombre. “Tenemos que encontrar una manera de generar algún ingreso”.

Unos 5.000 migrantes, en su mayoría de América Latina, están alojados actualmente en 16 albergues de Ciudad de México, o en departamentos y casas particulares en algunos de los vecindarios más pobres de la capital, según Emanuel Herrera, director del albergue Vasco de Quiroga, uno de los cuatro operados por el Gobierno capitalino. Herrera advirtió que las cifras son cambiantes. La decisión de alojarlos en la ciudad forma parte de una estrategia gubernamental para disuadir a los migrantes de acercarse a la frontera y atraerlos hacia el interior, especialmente a la capital, según funcionarios mexicanos en Ciudad Juárez.

Nayleth, from Caracas, and her children sleep in a migrant camp in Mexico City.

El flujo migratorio hacia el norte prácticamente se ha extinguido desde que el entonces presidente Joe Biden endureció las regulaciones en la primavera de 2024, y más aún desde que Donald Trump asumió la presidencia en enero.

Los cruces por el Tapón del Darién —la inhóspita selva que separa a Panamá de Colombia— se han casi detenido por completo. Datos del servicio de migración de Panamá muestran una caída del 98% en los cruces de migrantes este año en comparación con las ya reducidas cifras de 2024. Los encuentros con migrantes en la frontera entre Estados Unidos y México también se han desplomado: se registraron 9.300 en junio, frente a unos 96.000 en diciembre, el último mes completo del mandato de Biden, según estadísticas del Gobierno estadounidense.

Como si estuvieran en pozas de marea frente al mar, miles de migrantes siguen atrapados a lo largo de las rutas en Centroamérica y México. Con hijos pequeños que alimentar y vestir, muchos idean distintos planes para sobrevivir mientras pasan las semanas. Enfrentan largas demoras para encontrar una forma asequible de regresar a sus países o de cruzar una frontera estadounidense cada vez más fortificada. Además, también les cuesta establecerse en los lugares donde han terminado varados.

“Atrapados” en Ciudad de México

El centro Vasco de Quiroga, donde se hospeda la familia de Ferreira, alberga actualmente a unas 330 personas. La mayoría son venezolanos, pero entre los residentes también hay colombianos, africanos occidentales y un puñado de hombres de la India, perdidos en su camino. Todos llevan meses, incluso años, en la ruta migratoria, muchos de ellos haciendo paradas para trabajar y así poder continuar. Se han formado vínculos entre los migrantes. Algunas madres han dado a luz durante el trayecto. Algunas personas han muerto. Pero la fe en un futuro estadounidense nuevo —y quizá mejor— los ha mantenido en movimiento.

Ahora, esos sueños se han hecho polvo. Este albergue —y lo que pueda venir después— es prueba de ello.

“Desde que Trump regresó, hay muchas personas atrapadas en la ciudad”, dijo Herrera, el director del albergue. “Tenían una luz al final del túnel”, dijo sobre la esperanza de los migrantes de llegar a Estados Unidos. “Pero ahora esa luz se ha apagado”.

Para muchos de los que ahora viven aquí, este albergue es su tercer destino en Ciudad de México en lo que va del año. Anteriormente, habían ocupado un caótico conjunto de chozas de madera y plástico levantadas en un parque del centro frente a la iglesia católica La Soledad. Después de que trabajadores del Gobierno capitalino desmantelaran ese campamento en marzo, muchos migrantes levantaron otro asentamiento improvisado cinco cuadras más allá, en un área verde frente a la Cámara de Diputados. Ese segundo campamento fue desmontado a finales de mayo.

“El primer problema que tuvimos que atacar fueron los campamentos”, dijo Herrera, señalando el peligro que representan las bandas criminales que se aprovechan de los migrantes en esos asentamientos precarios. “Nos estamos enfocando en crear un ecosistema más adecuado para ellos”. Todos los albergues formales, excepto dos, están gestionados por organizaciones de ayuda no gubernamentales. El Gobierno de la ciudad ha estado emitiendo credenciales de identidad para los migrantes, lo que les permite abrir cuentas de débito y acceder a empleo formal, agregó Herrera.

El albergue Vasco de Quiroga se encuentra en el borde de Tepito, un bastión del contrabando de larga data que muchos consideran uno de los barrios más peligrosos de México, si no de todo el hemisferio. Aunque los residentes del albergue pueden entrar y salir libremente —y muchos salen a trabajar o a vender lo que puedan en los semáforos—, la policía en la entrada revisa la identificación de cualquier persona ajena que intente ingresar.

Los migrantes están divididos en dormitorios individuales y abarrotados: hay áreas para hombres solos, mujeres y familias con niños, y muchos duermen en literas de tres niveles. Los baños comunitarios cuentan con inodoros y duchas. Las comidas se preparan en una cocina grande, que parece estar bien equipada.

Durante una visita reciente, niños migrantes jugaban al voleibol en el patio del albergue, mientras algunos de los hombres indios enseñaban a mujeres latinoamericanas el arte de preparar tortillas muy picantes al estilo de Nueva Delhi.

Los pequeños se reúnen y observan las obras de arte que han colgado en una pared cerca de la cocina. Banderas de Venezuela y Colombia coronan la exhibición. También hay un homenaje dibujado a las “madres migrantes” y coloridos dibujos de pingüinos, unicornios y barcos pirata.

A migrant camp was demolished by Mexico City authorities.

Ferreira, sus tres hijos y su pareja Alejandro llevan dos años en la ruta migratoria. Tras vivir inicialmente en Ecuador, el año pasado comenzaron a viajar hacia el norte y llegaron hasta Ciudad Juárez, en la frontera con El Paso. Las autoridades mexicanas los devolvieron en avión a Tapachula, en la frontera con Guatemala, y desde allí los cinco llegaron a Ciudad de México.

La migración en reversa habría parecido impensable hace un año. Ahora, la familia de Ferreira —como muchos otros migrantes varados— no tiene otro plan que esperar vuelos gratuitos patrocinados por el Gobierno venezolano. Hasta ahora, esos vuelos han sido escasos y poco frecuentes. Otros, ya desesperados, dicen que intentarán regresar caminando o en autobús. Usarán los pocos recursos que les quedan o conseguirán trabajos informales para costear el caro viaje de vuelta.

Para todos, la espera será incierta.

“Ciudad de México no está en mis planes, eso seguro. Pero lo está por ahora”, dijo Kulqueeb Saim, un joven de 28 años originario de Nueva Delhi que ha pasado por más de una docena de países desde que comenzó su ruta migratoria hace un año. Ahora planea regresar a casa lo antes posible.

“En la India hay muchos problemas”, dijo Saim con una leve sonrisa. “Pero Estados Unidos ya no es una opción”.

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Dudley Althaus ha informado sobre México, América Latina y más allá durante más de tres décadas como corresponsal con base en Ciudad de México para el Houston Chronicle y The Wall Street Journal, entre otros. Las dificultades de los inmigrantes indocumentados siempre han sido parte de su cobertura. @dqalthaus

Keith Dannemiller es un fotógrafo documental con base en Ciudad de México que ha trabajado en América Latina por más de 40 años. Su trabajo ha aparecido en The New York Times, Time Magazine, Al Jazeera, The Guardian y otras publicaciones internacionales. Su libro más reciente, “Memoria a través de la imagen”, es una crónica visual de un campamento de refugiados guatemaltecos en Chiapas, México, a lo largo de un período de 30 años.

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