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Marina de Tavira y Diego del Río traen a escena ‘Un tranvía llamado deseo’

El clásico de Tennessee Williams vuelve con una lectura descarnada y contemporánea en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris. La actriz y el director hablan de salud mental, violencia de género y el poder transformador del teatro

Adaptación de la obra 'Un tranvía llamado Deseo', dirigida por Diego del Río y con la actuación de Mariana de Tavira.
Armando Mora

Un tranvía llamado deseo —la emblemática obra de Tennessee Williams— se presentará en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris después de una exitosa temporada en el Centro Cultural del Bosque, con la promesa de incomodar y conmover. Bajo la dirección de Diego del Río, y con Marina de Tavira en el papel de Blanche DuBois, esta versión se desmarca de la nostalgia para situarse en una conversación urgente sobre salud mental, violencia de género y los silencios familiares que atraviesan generaciones.

“Siempre había querido hacer esta obra”, cuenta Del Río. “Con Marina platicamos hace cinco años sobre qué proyecto nos reuniría. Dijimos: Un tranvía llamado deseo, pero solo si encontrábamos al actor ideal para Stanley Kowalski. Tiempo después conocí a Rodrigo Virago, y supimos que era él. A partir de ahí se formó el equipo y nos embarcamos en un proceso muy profundo”.

Para Marina de Tavira, interpretar a Blanche ha sido un viaje emocionalmente vertiginoso. “Me fascina cómo Blanche no es una heroína ni una víctima en un sentido convencional. Es muchas cosas a la vez. Representa esa lucha por mantener una narrativa cuando todo alrededor se derrumba. Me interpela como mujer, como actriz, como ser humano”.

La actriz reconoce que este papel la llevó a explorar zonas de sí misma. “La locura y la belleza conviven en lo femenino. Y en Blanche hay una verdad rota, un delirio casi poético. Interpretarla ha sido como sostener un espejo que muestra lo que no queremos ver: nuestras propias formas de negar la realidad”.

Esta adaptación de uno de los clásicos más importantes del teatro estadounidense.

En esta versión, Del Río propone una puesta en escena inmersiva: sin escenografía tradicional, con una plataforma circular rodeada por el público, música en vivo y una iluminación que se convierte en metáfora escénica. “Queríamos crear un espacio que no distanciara al espectador, sino que lo atravesara. El único objeto que entra a escena es el baúl de Blanche. Todo lo demás lo construyen los cuerpos, las presencias. Porque el teatro es eso: el cuerpo como templo final”, afirma el director.

Los temas de la obra resuenan con especial fuerza en el presente: el machismo, la salud mental, la violencia doméstica, la incomprensión entre clases sociales. “Williams fue adelantado a su tiempo”, dice Del Río. “Nos muestra cómo la violencia se cuela en lo íntimo y cómo los personajes sobreviven desde sus propios valores, por contradictorios que sean”.

Para abordar estos temas con profundidad y sensibilidad, el equipo dedicó un año a ensayos y documentación. “Estudiamos no solo la obra, sino las cartas de Tennesse Williams, sus memorias. Fue fundamental entender desde dónde escribía, qué lo atravesaba. Pero también hacernos la pregunta de por qué queríamos montarla hoy, desde dónde nos dolía a nosotros”, explica.

Esa pregunta también marcó el trabajo actoral. “Fue indispensable generar un espacio seguro en los ensayos”, añade De Tavira. “No puedes hablar de violencia si no estás en un entorno que te permita tocar esas fibras sin lastimarte. El trabajo con Diego siempre fue desde la escucha, desde el cuidado”.

Esta adaptación de 'Un tranvía llamado deseo', se presentará en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris.

El resultado es una Blanche profundamente humana, que no pide lástima ni redención. “Blanche no está loca —afirma Marina—. Tiene razones para estar como está. Ha vivido abusos, pérdidas, traiciones. Y decide seguir narrando su versión, por más rota que esté. Eso también es un acto de resistencia”.

Del Río, además de director, es docente y fundador del Conservatorio de Actuación en Sunland. Desde ahí observa los cambios en las nuevas generaciones de intérpretes. “Ahora hay una conciencia distinta. Hay un rechazo a la violencia como método y una urgencia por contar historias desde otros lugares. Pero también vivimos en una era donde la atención está fracturada por lo virtual. El reto es volver al cuerpo, a la presencia”.

Para él, el teatro sigue siendo el último espacio de resistencia frente a la deshumanización del mundo. “La inteligencia artificial puede imitar muchas cosas, pero no puede replicar el acto de mirar a alguien a los ojos y compartir el mismo aire, el mismo temblor. El teatro es ese lugar donde los cuerpos se dicen cosas que no se pueden decir de otra forma. Y en una época tomada por la barbarie, eso es un refugio”.

Como Blanche, Un tranvía llamado deseo sigue tiroteando verdades incómodas. No desde la solemnidad, sino desde la belleza rota de quienes insisten en narrar lo que otros quieren olvidar.

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Sobre la firma

Armando Mora
Es redactor de redes sociales de EL PAÍS México. Estudió la licenciatura en Comunicación en la FES Acatlán de la UNAM y el Diplomado en Periodismo Digital en el Tecnológico de Monterrey. Ha sido colaborador en El Universal y Animal Político.
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